Los gigantes inmobiliarios prefieren vender antes que aceptar límites que protejan a la población.
La Generalitat ha plantado cara al mercado inmobiliario con medidas para frenar el brutal aumento del precio del alquiler. Sin embargo, la respuesta de los grandes fondos ha sido clara: si no pueden exprimir al máximo sus beneficios, se marchan. Blackstone, Cerberus y Vivenio han comenzado a desprenderse de viviendas cuando se agotan los contratos de arrendamiento. La estrategia es vender los pisos de forma individual para obtener márgenes altos en un mercado donde la compra sigue siendo inalcanzable para muchas familias.
Desde 2015, Cataluña ha vivido una «vorágine regulatoria», como la califica el bufete Uría Menéndez, con normas que buscan controlar los precios de los alquileres y proteger a las personas vulnerables. A pesar de los recursos legales de las grandes inmobiliarias y los golpes del Tribunal Constitucional, la Ley de Vivienda estatal permitió declarar 140 municipios como «zonas tensionadas». La Generalitat ha presentado datos que apuntan a una bajada del 1,1% en las rentas interanuales y del 3,2% en Barcelona. Sin embargo, portales como Idealista aseguran que los precios han subido un 13,9% en la capital catalana, una diferencia que refleja el impacto de los fondos que retiran propiedades del mercado para venderlas y encarecer aún más la oferta.
Las y los defensores de esta regulación aseguran que estas ventas son una estrategia de presión política. Se pretende pintar la medida como un fracaso para condicionar a la opinión pública y evitar que otras regiones sigan el ejemplo de Cataluña. Mientras tanto, los grandes propietarios han demostrado que su único interés es mantener la especulación y, si no pueden hacerlo, prefieren desmontar los bloques vivienda a vivienda.
LA HUIDA DE LOS FONDOS BUITRE: ¿QUIÉNES GANAN Y QUIÉNES PIERDEN?
Blackstone, Vivenio y Cerberus controlaban miles de viviendas en Cataluña, muchas de ellas adquiridas tras la crisis inmobiliaria. El «carroñeo» financiero se basó en comprar activos tóxicos, como la cartera Hércules de CatalunyaCaixa, a precios de saldo. Hoy, sin embargo, la narrativa ha cambiado: se presentan como víctimas de una supuesta inseguridad jurídica mientras siguen aumentando beneficios en otras regiones con alquileres desregulados.
Los grandes fondos denuncian una rentabilidad insuficiente, alegando que el rendimiento de un 3% o 4% no compensa la inversión. Pero olvidan mencionar que su negocio está diseñado para especular con bienes básicos, no para ofrecer una vivienda asequible. En el otro extremo, se intenta desviar la atención culpando a la pequeña propiedad, argumentando que el 90% de los alquileres no pertenecen a estos fondos. Sin embargo, son precisamente estos gigantes quienes marcan la tendencia al inflar artificialmente los precios y desatar dinámicas que empujan al alza a los pequeños propietarios.
En 2024, Javier Rodríguez, director inmobiliario de Azora, dejó claro en un foro que no seguirían invirtiendo en Cataluña. Ese mismo año, el fondo alemán Patrizia vendió viviendas en municipios como Badalona y Sant Just Desvern, supuestamente para obtener liquidez. Estos movimientos responden a una lógica de castigo al territorio que se atreve a limitar sus privilegios. La narrativa de que estas ventas benefician al mercado es una falacia. Cada piso vendido de manera «granular» es una oportunidad perdida para ampliar el parque público de alquiler.
Los sectores críticos con esta regulación aseguran que sin inversión privada será imposible aumentar la oferta de vivienda. Pero esta perspectiva omite un punto esencial: la colaboración público-privada no puede basarse en dar carta blanca al capital especulativo. La vivienda no es un producto financiero más. En lugar de aceptar la extorsión de los grandes fondos, se debe apostar por políticas que refuercen el control público y desincentiven el uso de la vivienda como un bien de lujo.
La fuga de estos gigantes no debería verse como una derrota. Al contrario, es la confirmación de que, cuando la política protege a las personas y no a los mercados, los buitres levantan el vuelo.
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