Que la extrema derecha tenga éxito entre los millonarios no sorprende. Lo alarmante es que sus eslóganes comiencen a calar entre quienes tienen menos que perder y más que sufrir. El CIS de julio de 2025 confirma una realidad que debería encender todas las alarmas: Vox lidera por primera vez la intención de voto entre quienes se consideran “clase baja” o “pobres”, con un 24,6%. Muy por encima del PSOE (13,5%) y casi triplicando al PP (8,7%).
EL VOTO DEL DESENCANTO
Este cambio no ocurre de la noche a la mañana. Es fruto de años en los que la política institucional se ha mostrado incapaz de revertir la precariedad, los salarios estancados y la inflación que devora el poder adquisitivo. Cuando las promesas incumplidas se acumulan, el voto se convierte en un grito contra todo. Y ahí es donde la ultraderecha sabe moverse: explota el desencanto, no para construir soluciones colectivas, sino para ofrecer enemigos fáciles y soluciones ficticias.
En este terreno, el discurso de Vox encuentra un público receptivo. No por convicción ideológica, sino por frustración. La narrativa de “España abandonada por los políticos” conecta con realidades concretas: alquileres inasumibles, colas en la sanidad pública, empleos temporales y sueldos que no alcanzan. La indignación legítima se canaliza hacia la ira equivocada.
EL EFECTO “NADIE ME REPRESENTA”
Entre 2021 y 2025, el avance de Vox en este segmento ha sido constante. De cifras marginales, ha pasado a encabezar la intención de voto. En gran medida, porque la izquierda ha perdido el monopolio del lenguaje de clase. Lo que antes era territorio de sindicatos, partidos progresistas y movimientos sociales, hoy es un espacio que Vox ocupa con una retórica adulterada: habla de “los de abajo” pero legisla para “los de arriba”.
El problema no es solo electoral. Es cultural y simbólico. Si quienes se identifican como pobres ven en Vox un defensor de sus intereses, significa que la batalla del relato se está perdiendo. Y sin relato, no hay movilización capaz de revertir la correlación de fuerzas.
UNA VICTORIA PRESTADA
Lo más paradójico es que, en lo económico, las recetas de Vox perpetuarían las desigualdades que dicen combatir. Recortes en impuestos para grandes fortunas, debilitamiento de la negociación colectiva, criminalización de la protesta obrera y desmantelamiento de ayudas sociales que, sin decirlo, golpean especialmente a las rentas bajas.
Su fuerza entre quienes se consideran pobres es, en realidad, un triunfo de la impostura. Un triunfo que se apoya en el abandono de un electorado que, al no encontrar soluciones reales en la izquierda, abraza el espejismo reaccionario.
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