Desde 2019, las ganancias empresariales han aumentado un 53,6%, mientras los salarios apenas un 20%. La desigualdad es deliberada.
LA BRECHA NO ES UN ERROR: ES EL MODELO
El conflicto distributivo no es un daño colateral de la economía: es su núcleo.
Durante décadas nos han vendido que el crecimiento económico traería consigo prosperidad para todas y todos. Pero lo único que ha crecido sin tregua es la codicia empresarial. Según los últimos datos del Observatorio de Márgenes Empresariales, entre 2019 y el primer trimestre de 2025, los beneficios de las empresas en España han subido un 53,6%. ¿Y los salarios? Apenas un 20%. Lo que se ha disparado no es la eficiencia, es la desigualdad.
Ni siquiera se trata ya de una metáfora. Es matemática pura: la tarta se reparte cada vez más hacia el capital. Y la harina, la mantequilla y el horno los pone la clase trabajadora. Los márgenes empresariales siguen por encima de su media histórica porque el sistema premia la acumulación y castiga el reparto.
El truco ha sido sencillo: aprovechar la crisis inflacionaria provocada tras la pandemia para subir los precios más allá del coste real. Lo que se conocía como “inflación por costes” se ha convertido en “inflación por avaricia”. CCOO lo explicó con claridad: durante los años duros, las empresas trasladaron los costes energéticos a las consumidoras y consumidores, pero no se detuvieron ahí. Inflaron los precios para proteger o incluso engordar sus beneficios. Y lo lograron.
Mientras las ventas se disparaban, las compras (costes de insumos) no crecían al mismo ritmo. La ecuación es fácil de entender: más ingresos, mismos costes = más beneficios. Pero no es una genialidad de gestión empresarial. Es una decisión política encubierta bajo el barniz del mercado libre.
LOS SALARIOS QUE NO LLEGAN, LOS ALQUILERES QUE ASFIXIAN
La creación de empleo ha aumentado la masa salarial en un 31,3%, pero es un espejismo: se basa en más contratos, no en mejores sueldos.
Las y los trabajadores son más, pero siguen cobrando poco. La temporalidad se ha reducido, cierto. Pero la precariedad se ha transformado en subempleo, en contratos parciales encubiertos, en falsos autónomos, en jornadas que no dan para vivir. Y mientras tanto, la vivienda —el primer destino del salario— se ha convertido en un lujo inalcanzable. La clase trabajadora vive para pagar alquileres abusivos que engordan los beneficios de los mismos que ganan en sus consejos de administración.
La CGT advierte que el debate sobre la jornada laboral será una pantomima si no se toca la distribución real de la renta. Reducir horas sin garantizar que no bajen los salarios, en un entorno donde las empresas se quedan con la mayor parte del valor generado, es maquillar la explotación con lenguaje de conciliación.
No hay conciliación posible en un sistema que encierra a millones de personas en una rutina de pobreza crónica. El reparto injusto de la riqueza no es un efecto secundario, es la condición de existencia del capitalismo de hoy.
LA TRANSPARENCIA QUE ASUSTA A LOS PATRONES
Hacienda entregará los datos de beneficios empresariales a las mesas de negociación colectiva. Era hora. Pero no basta.
Esta herramienta, nacida del pacto de investidura entre PSOE y Sumar, es un paso importante. El Observatorio de Márgenes —que analiza datos de 900.000 empresas con casi 11 millones de empleadas y empleados— arroja una verdad incómoda: las empresas ganan más, no por producir más, sino por pagar menos y cobrar más. Y ahora los sindicatos podrán sentarse en las mesas de negociación con las cifras en la mano.
Pero no nos engañemos. El capital no cede terreno por voluntad. Solo la movilización obrera organizada puede convertir esos datos en mejoras reales. Sin huelgas, sin presión sindical, sin desobediencia económica, el Observatorio es papel mojado.
A la élite económica no le preocupa la productividad, le preocupa su tasa de ganancia. Le da igual que la riqueza se multiplique si no puede controlarla. Por eso presionan contra el salario mínimo, contra la fiscalidad progresiva, contra la jornada de 32 horas, contra cualquier medida que implique repartir.
En España, el pastel ha crecido. Lo que no crece es el número de personas invitadas a la mesa. Y las que sirven la comida siguen comiendo las sobras.
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