Trump juega a la paz mientras alimenta la maquinaria de muerte en Oriente Medio
LA BANALIDAD DE LA GUERRA, SEGÚN UN MAGNATE CON IMPUNIDAD NUCLEAR
Donald Trump, el presidente que trató de derogar el concepto mismo de diplomacia, se presenta ahora como un profeta de la paz. Pero lo hace desde el atril de una Casa Blanca sitiada por los lobbies armamentísticos, rumbo a una cumbre del G7 donde se discuten tasas de crecimiento mientras los cadáveres aún humean en Oriente Medio. El mismo que abandonó el acuerdo nuclear con Irán en 2018 sin motivo jurídico ni respaldo internacional, hoy pide que las partes “lleguen a un acuerdo”, como si no fuera él mismo quien desató esta espiral. Como si no supiera —o le importara— que en la guerra no se negocia, se sobrevive.
“Quizás tengan que luchar primero”, soltó sin inmutarse. Frase que no es diplomacia, sino pornografía bélica. Una provocación vestida de neutralidad que esconde una lógica imperial: cuando el caos beneficia al mercado, cualquier paz es inoportuna. Trump no media. Trump administra la guerra como un empresario gestiona sus deudas: dejando que otros las paguen mientras él sale en la foto. En este caso, la deuda es de sangre. Y la foto es con fondo de misiles interceptados.
Mientras los misiles israelíes arrasan zonas residenciales de Teherán y los drones iraníes cruzan el cielo de Haifa, el comandante en jefe de la mayor potencia nuclear del planeta juega al ajedrez sin tocar el tablero, simulando que su gobierno solo observa, cuando en realidad supervisa, financia y coordina. Porque si es cierto, como filtró la AFP, que Trump vetó el plan israelí para asesinar al ayatolá Jamenei, entonces es evidente que Washington tiene un pie dentro de la estrategia de guerra y otro en la retórica de la paz.
UN EMPRESARIO DE LA VIOLENCIA QUE LLAMA A NEGOCIAR ENTRE CADÁVERES
No se puede invocar la paz mientras se venden armas. No se puede llamar a “llegar a un acuerdo” después de legitimar bombardeos preventivos sobre científicos nucleares ni ignorar los ataques indiscriminados sobre ciudades enteras. El problema no es que Trump no entienda la política internacional: es que entiende el beneficio que deja su descomposición. Cada misil lanzado es un contrato. Cada respuesta iraní, una excusa. La supuesta mediación trumpista es en realidad una operación de relaciones públicas diseñada para alimentar el mito de su eficacia. Pero lo único eficaz aquí es la muerte.
La escena recuerda a otras farsas estadounidenses: Vietnam, Irak, Afganistán, donde se prometía “estabilidad” justo cuando se intensificaban las masacres. La frase “hay muchas llamadas y reuniones” no significa diplomacia, sino reparto de culpas. Y la promesa de que “pronto” podría alcanzarse la paz no es más que una estrategia electoral para un Trump que quiere presentarse como pacificador sin renunciar al espectáculo de la destrucción.
Nadie que vea en la guerra un paso previo al acuerdo debería tener en su poder el botón nuclear. Nadie que mide la tragedia por su rédito de campaña debería estar al mando de un país. Pero Trump no es un presidente: es un influencer de la geopolítica, un cabildero del miedo con cuenta en Truth Social.
Y mientras habla de paz, sus aliados bombardean hospitales y asesinan científicos en sus despachos.
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