Las autoridades saudíes están siguiendo el ejemplo de las organizaciones que gobiernan el fútbol. Sólo tienen más dinero para explotar la codicia y la desigualdad que se han filtrado en el ADN del fútbol.
Alan McDougall, University of Guelph
Para los seguidores del Liverpool como yo, Jordan Henderson era uno de los chicos buenos del fútbol. Fue el capitán del club que recaudó fondos para el Servicio Nacional de Salud del Reino Unido durante la pandemia de covid-19 y apoyó vocalmente a la comunidad LGBTQ+ de Liverpool.
Sin embargo, en julio de 2023, tras 12 años en el Liverpool, Henderson se marchó al Al-Ettifaq, un club de la Pro League de Arabia Saudí, donde las relaciones entre personas del mismo sexo están penalizadas. El salario semanal de Henderson en el Al-Ettifaq es, al parecer, 900 000 dólares, el triple de lo que ganaba en el Liverpool, el cuarto club más rico del mundo.
Algunos han calificado la inversión de Arabia Saudí en el fútbol de lavado deportivo. Este término describe el intento de un gobierno de blanquear su reputación nacional e internacional a través del deporte. A menudo se asocia con estados del Golfo como Qatar, que organizó el Mundial de 2022, Arabia Saudí y Bahréin.
Henderson no es el único futbolista que sigue el rastro del dinero. La Saudi Pro League es ahora el hogar de algunas de las grandes estrellas del fútbol. Cristiano Ronaldo fue el primero en fichar por el Al-Nassr en diciembre. A él se ha unido el actual Balón de Oro, Karim Benzema, que dejó el Real Madrid por el Al-Ittihad. Mohamed Salah, estrella del Liverpool, al parecer ha aceptado fichar por el Al-Ittihad, aunque el Liverpool no ha aceptado hasta ahora el acuerdo.
El brasileño Neymar fichó por el Al Hilal procedente del París Saint-Germain (PSG). Y Al Hilal también ofreció 332 millones de dólares al PSG por la superestrella francesa Kylian Mbappé.
La oferta del Al Hilal por Mbappé habría pulverizado el récord mundial de traspasos. Sin embargo, Mbappé rechazó el fichaje. Lo mismo hizo uno de los futbolistas más conocidos del mundo, Lionel Messi. Decidió fichar por el Inter de Miami, en Estados Unidos, en lugar de aceptar una oferta de 1 600 millones de dólares para fichar por el Al Hilal. Pero Messi seguirá ganando 25 millones de dólares en los próximos tres años como embajador turístico de Arabia Saudí.
El dinero supera a la moral
A través de su Fondo de Inversión Pública (PIF), la monarquía saudí ha gastado 6 300 millones de dólares en deporte desde 2021. Esto incluye la compra del club de fútbol inglés Newcastle United y la creación de LIV Golf.
Pero la historia de la Pro League tiene otra variable. Un recién llegado súper rico está comprando influencia en un deporte cuyos protagonistas, como la FIFA, se han enfrentado a repetidos escándalos de corrupción. La riqueza y la ambición del proyecto saudí desafían el dominio europeo sobre el fútbol mundial. Pero es el siguiente paso lógico para un deporte en el que el dinero ha superado a la moralidad.
El deporte es clave en Vision 2030, el proyecto de Arabia Saudí de siete billones de dólares para diversificar la imagen global del país y su economía dependiente del petróleo. La monarquía saudí quiere albergar el Mundial de Fútbol de 2030 o 2034. Está invirtiendo dinero en el boxeo, la Fórmula 1, el golf y el fútbol.
En 2023, el PIF se hizo con la propiedad mayoritaria de cuatro clubes saudíes, Al-Ahli, Al-Ittihad, Al Hilal y Al-Nassr. El salario anual de Ronaldo en el Al-Nassr (200 millones de dólares) le convierte en el futbolista mejor pagado del mundo.
El dinero manda, y el lavado de imagen deportivo a menudo funciona. Human Rights Watch informó recientemente de que los guardias fronterizos saudíes han asesinado a cientos de inmigrantes a lo largo de la frontera del reino con Yemen. Una coalición militar liderada por Arabia Saudí ha sido acusada de crímenes de guerra en el mismo país vecino. El gobierno saudí fue responsable del asesinato en 2018 del periodista Jamal Khashoggi.
Amnistía Internacional ha documentado los numerosos abusos contra los derechos humanos cometidos por el reino, desde el uso que hace de la pena de muerte hasta el trato que da a los trabajadores migrantes y a los manifestantes.
Es poco probable que todo eso importe a muchos seguidores del Newcastle. El éxito en el campo importa más que la política de los propietarios del club.
¿Una liga para quedarse?
Al igual que la Copa Mundial de Qatar, la Saudi Pro League ha provocado auténticos dilemas éticos. Sin embargo, muchos en los países del Golfo también señalan la hipocresía de las críticas occidentales que destacan los abusos de los derechos humanos en otros lugares, mientras ignoran los problemas más cercanos.
Hay un elemento neocolonial en el rechazo de las ambiciones saudíes que refleja el largo dominio europeo del fútbol mundial. El fútbol es muy popular en Arabia Saudí y en gran parte de Oriente Próximo, así que ¿por qué no puede haber allí una liga que rivalice con la Premier League inglesa o LaLiga española?
Arabia Saudí no sería el primer lugar donde un gobierno autoritario ha enriquecido una competición nacional con talento extranjero. Mussolini lo hizo con la Serie A italiana en la década de 1920. El gobierno de China lo hizo con la Superliga después de 2004.
Puede que Henderson haya decepcionado a los aficionados del Liverpool, pero centrarse en un solo futbolista no viene al caso. Grandes redes apoyan el lavado de imagen deportivo saudí. El Chelsea Football Club, antaño propiedad del oligarca ruso Roman Abramovich, pertenece ahora en un 60 % a Clearlake Capital, una empresa de inversiones respaldada por la FPI.
El gobierno conservador de Boris Johnson aprobó la propiedad del Newcastle United por parte de la FPI. Mientras tanto, se venden armas del Reino Unido a Arabia Saudí para su uso en la guerra civil de Yemen, un conflicto en el que la ONU estima que han muerto 377 000 personas.
El problema de la liga saudí no es la liga en sí, ni el desagradable régimen que la financia. El problema es el fútbol y las estructuras económicas que lo sustentan.
La vulnerabilidad del fútbol al lavado deportivo nos dice mucho sobre cómo y para quién se gestiona el deporte más popular del mundo. No es para los aficionados, las ligas más pequeñas o la mayoría de los jugadores. Es para estados, empresas e individuos que no rinden cuentas.
Hay una historia de competiciones advenedizas que desafían brevemente el statu quo del fútbol, desde la liga colombiana El Dorado a finales de los años 40 hasta la Superliga china. La Saudi Pro League parece tener más posibilidades de perdurar.
Muchos podrían sentirse desconcertados por la implicación de Arabia Saudí en el deporte. Sin embargo, las autoridades saudíes están siguiendo el ejemplo de las organizaciones que gobiernan el fútbol. Sólo tienen más dinero para explotar la codicia y la desigualdad que se han filtrado en el ADN del fútbol.
Alan McDougall, Professor of History, University of Guelph
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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