Llamar “plebe” a millones de trabajadoras y trabajadores revela mucho más sobre la arrogancia imperial que sobre la economía global
Jay Vance, vicepresidente de Estados Unidos y nuevo vocero del trumpismo desatado, ha demostrado una vez más que el desprecio clasista no sólo no se esconde en los pasillos del poder, sino que se exhibe como una medalla de pureza ideológica. En una entrevista para Fox News, cadena de referencia para la ultraderecha norteamericana, Vance se permitió llamar «plebe» a los y las trabajadoras chinas que fabrican los productos que inundan los mercados occidentales. Literalmente: “Cogemos dinero prestado de la plebe china para comprar cosas fabricadas por esa plebe”. Ni una palabra sobre las élites empresariales que subcontratan producción para aumentar sus márgenes. Ni un ápice de responsabilidad sobre el papel de Estados Unidos en la deslocalización industrial que él mismo denuncia.
Lo que Vance desprecia no es sólo a una nación entera: lo que repudia es la clase trabajadora global. En su mundo de aranceles e identitarismo económico, el “estadounidense de a pie” merece protección, mientras que las y los obreros del sur global sólo existen como engranajes prescindibles, sin rostro, sin dignidad, sin historia. Y mientras tanto, las grandes corporaciones siguen blindadas en sus paraísos fiscales y sus dividendos.
La respuesta de Pekín no se ha hecho esperar. Lin Jian, portavoz del Ministerio de Exteriores, ha calificado estas declaraciones como “ignorantes e irrespetuosas”, y ha advertido que si Estados Unidos insiste en “ignorar nuestros intereses y los de la comunidad internacional”, China responderá hasta el final. Lo ha dicho en una rueda de prensa recogida por el medio The Paper, una de las plataformas oficiales del Gobierno chino.
No es la primera vez que desde la Casa Blanca se juega a la provocación verbal para tapar las propias carencias internas. Pero pocas veces el insulto ha sido tan crudo, tan premeditado y tan sintomático. Vance no improvisa: reproduce la visión que el trumpismo tiene del mundo. Una visión donde los derechos laborales, el multilateralismo y el respeto mutuo son obstáculos para su cruzada ultranacionalista.
EL PROTECCIONISMO COMO COARTADA PARA LA AGRESIÓN ECONÓMICA
La escalada de aranceles entre ambos países no es nueva. Desde 2018, Estados Unidos ha adoptado una política comercial cada vez más agresiva bajo el pretexto de proteger sus industrias nacionales. Trump inició la guerra, Biden la ha sostenido con otro discurso, y ahora Vance la radicaliza con un lenguaje que recuerda al peor colonialismo. Y como ya advirtió la Organización Mundial del Comercio (OMC), estas medidas “socavan el sistema de comercio multilateral” y debilitan la estabilidad económica global.
Lin Jian lo ha dejado claro: “En las guerras comerciales no hay vencedores ni perdedores, y el proteccionismo no es la solución”. Pero eso no interesa al ala dura republicana, que necesita construir enemigos para encubrir la precariedad creciente en su propio país. Un informe de la Brookings Institution ya alertaba de que el nuevo proteccionismo se basa más en resentimiento cultural que en razones económicas. Y mientras tanto, las condiciones de vida en amplias zonas de EE.UU. se deterioran, no por culpa de las y los obreros chinos, sino por décadas de desregulación financiera y poder corporativo descontrolado.
Lo más cínico del discurso de Vance es su falsa defensa del empleo nacional. Las empresas que deslocalizan no lo hacen por imposición extranjera, sino por la codicia de sus directivos y accionistas. Si los empleos manufactureros se han esfumado, ha sido por el propio sistema capitalista que Vance defiende, no por culpa de ninguna “plebe”.
Por eso la reacción del gobierno chino no ha sido solo diplomática, sino también ideológica: “China condena firmemente esta idea de unilateralismo, proteccionismo y acoso comercial, a la que se opone toda la comunidad internacional”, sentenció Lin Jian. El mensaje es claro: o se juega con reglas compartidas o habrá consecuencias.
Y las habrá. Porque más allá de los insultos, lo que está en juego es un modelo económico mundial que se tambalea. La pugna entre bloques ya no es solo geopolítica, es también moral. Y quienes insultan a quienes sostienen el sistema productivo global desde las fábricas, las minas o los talleres, no tienen ninguna autoridad para hablar de justicia o prosperidad.
La arrogancia de Vance es el espejo del miedo de una élite que ve cómo su relato se desmorona. Llamar “plebe” a las y los trabajadores es una declaración de guerra. Y esta vez, la plebe no está dispuesta a agachar la cabeza.
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