Más de 120 países limitan la movilidad del primer ministro israelí y su exministro de Defensa.
Francia y Países Bajos han dado un paso histórico al anunciar que respetarán las órdenes de arresto emitidas por el Tribunal Penal Internacional (TPI) contra el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el exministro de Defensa Yoav Gallant. En un movimiento sin precedentes, Bélgica y Jordania han seguido el ejemplo, ampliando la lista de países que ejecutarán estas órdenes. Esto significa que Netanyahu y Gallant no podrán entrar en al menos 124 países, incluidos Alemania, Reino Unido, España, Canadá, Brasil y Sudáfrica. Este veto masivo redefine la inmunidad que durante décadas ha protegido a los líderes de las potencias internacionales.
“La comunidad internacional ha sido cómplice durante demasiado tiempo de la indiferencia frente a los crímenes de guerra”. El mensaje enviado desde La Haya es claro: la justicia no debe ser selectiva ni limitada por el poder político o militar de los responsables. Este anuncio coloca en el centro del debate la complicidad de los Estados que ignoran las resoluciones del TPI, con Estados Unidos e Israel como ejemplos emblemáticos.
La decisión de Europa se produce en un contexto de creciente presión por los ataques sostenidos en Gaza, donde más de 15.000 civiles palestinos han muerto solo en 2024, según datos de Naciones Unidas. Las imágenes de hospitales destruidos y familias desplazadas contrastan con los discursos que justifican las operaciones militares como “legítima defensa”. En este marco, la orden de arresto contra Netanyahu no es solo un acto simbólico; es un desafío directo a las políticas de ocupación y los asedios sistemáticos.
La implicación de figuras como Macron, quien ha prometido “plena colaboración con la justicia internacional”, representa un cambio significativo en la política europea hacia Israel. Francia, como potencia histórica, lanza una señal inequívoca: los derechos humanos no están sujetos a negociación diplomática. Sin embargo, el compromiso será puesto a prueba en los próximos meses, cuando estas decisiones deban traducirse en acciones concretas ante las posibles visitas de Netanyahu a territorio europeo.
LA DOBLE MORAL DE LA JUSTICIA INTERNACIONAL
La aplicación de las órdenes del TPI reabre un debate incómodo: ¿por qué algunos líderes enfrentan restricciones mientras otros disfrutan de total impunidad? Las órdenes de arresto contra Netanyahu y Gallant son una victoria para quienes exigen rendición de cuentas, pero también exponen las contradicciones de un sistema que sigue favoreciendo a quienes detentan el poder económico y militar.
Mientras Europa da un paso adelante, Estados Unidos continúa con su política de boicot al TPI, negándose a reconocer su jurisdicción. Esta postura no solo debilita los esfuerzos globales por garantizar justicia, sino que refuerza la percepción de que la geopolítica sigue dictando quién paga por los crímenes de guerra. Netanyahu, respaldado por un sistema que financia el apartheid israelí con más de 3.800 millones de dólares anuales en ayuda militar estadounidense, encarna la hipocresía de las relaciones internacionales.
Por otro lado, los países que han respaldado las órdenes del TPI enfrentan críticas internas de sectores que ven estas decisiones como un ataque a Israel. Sin embargo, es necesario recordar que el cumplimiento de la justicia internacional no debe confundirse con la adopción de posturas ideológicas o antisemitas. Respetar el derecho internacional no es una elección; es una obligación.
La reacción del gobierno israelí no se ha hecho esperar. Netanyahu ha calificado las órdenes de arresto como una “persecución política”, mientras que Gallant las ha tachado de “irrelevantes”. Pero las palabras no borran los hechos: las pruebas recopiladas por el TPI señalan directamente a estos líderes como responsables de decisiones que han resultado en crímenes de lesa humanidad.
Sin un compromiso real de todas las naciones, la justicia seguirá siendo un privilegio, no un derecho.
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