Un empresario del miedo que convirtió el racismo en negocio se sienta ahora en el banquillo
LA FISCALÍA ACUSA: EL ODIO NO ES UNA OPINIÓN
La Fiscalía Provincial de Valencia, especializada en delitos de odio y discriminación, ha interpuesto una denuncia contra Daniel Esteve Martínez, conocido como Dani Desokupa, por incitación al odio. El caso llega a los tribunales tras la denuncia de Acción Contra el Odio (ACO), respaldada por más de 22.000 firmas ciudadanas, que han empujado a unas instituciones habitualmente ciegas ante la extrema derecha a mover ficha.
El escrito de la Fiscalía no deja lugar a dudas: los mensajes difundidos por Esteve en la red social X, desde la cuenta @daniesdsk, son “claramente discriminatorios y difunden noticias falsas”. Su estrategia fue repetitiva: vincular inmigración con delincuencia, sembrar estigmas y alimentar prejuicios racistas que, lejos de ser inocuos, buscan cohesionar políticamente a una comunidad frente a otra.
No se trata de un comentario aislado ni de un exabrupto: hablamos de un patrón de discurso diseñado para criminalizar a las personas migrantes y reforzar el negocio de las desokupaciones, que se alimenta de miedo y odio social.
DEL NEGOCIO AL DELITO: EL BANQUILLO COMO DESTINO
El caso se sustenta en el artículo 510 del Código Penal, que castiga con entre 1 y 4 años de cárcel la incitación pública al odio, la hostilidad, la discriminación o la violencia por motivos de origen, etnia o religión. La Fiscalía ha solicitado además la aplicación del Plan de Acción de Rabat de Naciones Unidas, un marco internacional que obliga a medir la lesividad de los discursos de odio: si son reiterados, degradantes, ofensivos, si buscan cohesión contra un colectivo o si tienen capacidad de incitar a la violencia.
El análisis es claro. El odio de Esteve no es un accidente: es una herramienta de marketing. Su negocio se construye sobre la demonización del migrante, el miedo a la inseguridad y la explotación de la desinformación. Si se confirma judicialmente, hablamos no solo de un delito individual, sino de la punta de lanza de un sector económico y político que ha hecho del odio su combustible.
ACO lo expresa con nitidez: no basta con perseguir a perfiles anónimos con poca influencia. Los tribunales deben fijar jurisprudencia contra quienes tienen capacidad de incidencia masiva, los que lucran y ganan poder político con la discriminación.
EL SIGNIFICADO POLÍTICO DE ESTE CASO
La denuncia contra Dani Desokupa es también un espejo incómodo. Refleja cómo en el Estado español se ha tolerado durante años que la extrema derecha monetice la xenofobia y se vista de héroe televisivo. Mientras se criminaliza la protesta obrera o se multa a quienes cuelgan pancartas, perfiles con repercusión pública han gozado de impunidad para difundir bulos racistas sin consecuencias.
Hoy la Justicia llega arrastrada por la presión ciudadana. Mañana puede que la maquinaria del sistema intente proteger de nuevo a quienes convierten el odio en negocio. Por eso la batalla no termina en los tribunales: la industria del bulo y la discriminación solo caerá si la sociedad se organiza para desmontarla.
No estamos ante un caso aislado. Estamos ante un modelo. Y un modelo solo se derrota derribando el edificio entero, no reparando las grietas.
El racismo no es una opinión: es un negocio sucio que debe acabarse.
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