El asedio a Gaza no solo mata con bombas: las temperaturas bajas y el abandono internacional dejan a la infancia expuesta a un sufrimiento inhumano.
Mientras los bombardeos israelíes continúan devastando la Franja de Gaza, el frío extremo ha cobrado la vida de al menos cuatro bebés en las últimas 72 horas. Según fuentes médicas citadas por la agencia palestina WAFA, los fallecimientos ocurrieron en un contexto de crisis humanitaria catastrófica que deja a millas de familias viviendo en tiendas de campaña sin acceso a servicios básicos.
Los números son brutales: cerca de 45.400 personas han muerto desde que comenzó la ofensiva israelí tras los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023. Sin embargo, no se trata solo de los cuerpos que caen bajo las bombas, sino de un asalto que condena a la población a la inanición, el frío y la desesperación. Gaza, bloqueada desde hace años, enfrenta ahora temperaturas letales que agravan el sufrimiento de su población, especialmente de la infancia.
Decenas de millas de personas sobreviven sin techo adecuado ni acceso a calefacción, enfrentándose a un invierno que no perdona. Las víctimas más recientes, cuatro bebés, son el reflejo de un sistema de opresión diseñado para despojar a un pueblo de su humanidad.
PERIODISTAS, CIVILES Y BEBÉS: LAS VÍCTIMAS DEL SILENCIO INTERNACIONAL
En paralelo al drama del frío, el Ejército israelí sigue ejecutando ataques indiscriminados que dejan decenas de víctimas cada noche. Solo en las últimas horas, al menos 20 personas han perdido la vida, entre ellas cinco periodistas que trabajaban para el canal Al Quds. Según este medio, el equipo fue alcanzado por un bombardeo directo mientras se transmitía frente al hospital Al-Awda, en Nuseirat, un lugar que debería ser sagrado por su función humanitaria.
Estos ataques no son incidentes aislados: son una política sistemática para llamar las voces que denuncian la masacre. Matar periodistas en zonas de conflicto no es un accidente, es una estrategia de guerra. Con cada muerte, se borra un testigo más de lo que ocurre dentro de Gaza, y con ello, el sufrimiento queda aún más sepultado bajo la indiferencia global.
Por otro lado, el Ejército israelí ha reivindicado la muerte de figuras de alto perfil como Ismail Haniya, líder de Hamás, en una operación llevada a cabo a cabo en Teherán. Sin embargo, detrás de las cifras y los nombres que suelen aparecer en los titulares, hay un rastro de víctimas civiles cuyas historias rara vez se cuentan. La «justificación» de la ofensiva —los ataques del 7 de octubre que dejaron 1.200 muertos en Israel— no puede legitimar la aniquilación sistemática de un pueblo entero.
Gaza no es solo un campo de batalla: es un cementerio para los vivos, donde cada día se libra una lucha por la supervivencia frente al fuego y al frío.
La muerte de estos cuatro bebés no es un accidente ni un daño colateral. Es el resultado directo de un asedio que se alimenta del silencio internacional y de una maquinaria de guerra que no distingue entre combatientes y recién nacidos.
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