Todo sube, el coste de la vida se ha disparado. Esta frase sintetiza el sentir mayoritario de la sociedad española durante los últimos meses. Pero ¿es este un fenómeno novedoso en nuestra historia reciente? Luego la desarrollaremos en detalle pero les adelanto la respuesta: no, no lo es.
¿Qué es el coste de la vida?
Aunque actualmente se sufren las consecuencias de unos acontecimientos extraordinarios –una pandemia mundial y la invasión a Ucrania por parte de Rusia–, la preocupación por el coste de la vida siempre ha existido (y existirá) porque a todos nos inquieta lo que afecta a nuestra calidad de vida.
¿Sabrían definir qué es el coste de la vida? Si bien es una expresión que vemos, oímos y utilizamos con bastante frecuencia, no es fácil dar una definición inequívoca. Confieso que yo no puedo hacerlo.
Ahora bien, sí sabremos explicar de qué estamos hablando.
De forma sencilla, entendemos por coste de la vida los recursos que necesitamos para vivir. Me dirán, y con razón, ¿para vivir cómo?, ¿como vivimos o como nos gustaría vivir? Aquí no vamos a entrar en esta cuestión porque nos llevaría por otros derroteros. Vamos a dar las claves comunes para contestar a la pregunta en cualquiera de ambas versiones.
Productividad y precios
Una forma de medir los recursos que se necesitan para vivir es según el trabajo que se debe realizar para conseguirlos. Como sociedad, ese coste se ha ido reduciendo a lo largo del tiempo ya que, gracias a los avances tecnológicos, somos capaces de producir más con la misma cantidad de trabajo. Es lo que los economistas llamamos la productividad del trabajo.
En la medida en que esa productividad aumenta, suben los salarios de quienes trabajan y se incrementa su poder adquisitivo.
Otra manera de medir los recursos necesarios para vivir es en términos de los precios de los bienes y servicios con que cubrimos nuestras necesidades y gustos. Por supuesto, este enfoque está relacionado con el anterior. Nuestro nivel y coste de vida vendrán dados por la comparación entre nuestros ingresos y los precios que pagamos en los mercados.
Pero vamos a centrarnos en los precios, ya que son los que más atención reciben. De hecho, la expresión con que abría este artículo, ese “todo sube” hace referencia al incremento de precios o inflación.
El índice de precios al consumo (IPC)
Contamos con el IPC para medir la evolución de los precios de los bienes y servicios con cuyo consumo mantenemos un determinado nivel de vida. Este indicador mide el coste de adquirir una cesta representativa del consumo que realiza un hogar español, aunque no incluye el coste de la vivienda (una clara limitación de este indicador del coste de la vida).
En España, el Instituto Nacional de Estadística recoge mensualmente por toda la geografía española miles de datos sobre unos 1 000 bienes y servicios que componen la cesta de consumo. Con esa información calcula la tasa de inflación, es decir, el ritmo al que se encarece dicha cesta.
Su composición se va actualizando periódicamente porque cambian los patrones de consumo: aparecen nuevos productos, otros dejan de consumirse y hay cambios de calidad. Por ejemplo, en la última actualización la cesta de la compra ha incorporado las suscripciones a periódicos online y eliminado los CD y los DVD. De esta forma se mide el coste de la vida según cómo se vive en cada momento.
El coste de la vida, según el IPC, en la historia reciente
España ha tenido tradicionalmente un problema de inflación, con subidas continuas del coste de la cesta de consumo. El episodio más grave se vivió en los años 70 y 80 del siglo pasado, con tasas anuales superiores al 25 %. Incluso superado ese trance, las tasas de inflación no bajaban del 5 %. Hubo que esperar a la entrada en el euro, con el final del siglo XX, para poder romper ese suelo y llevar las tasas de inflación a valores aceptables.
Fuente: Banco de España
Desde entonces la economía española ha experimentado una larga fase de estabilidad de precios; es decir, de tasas de inflación bajas. Hasta la crisis inflacionista actual y desde finales de 2012 la tasa de inflación no había superado el 3 % anual. Incluso ha habido momentos de caída de los precios (muy poco frecuentes).
Y en los dos años anteriores a la pandemia los precios apenas subían.
Cabría decir que nos habíamos acostumbrado a un entorno en el que el aumento del coste de la vida estaba dejando de ser una preocupación. Por desgracia, los acontecimientos nos despertaron bruscamente de esa ensoñación. Poco a poco, la situación parece controlarse pero lo vivido debería recordarnos que nada debe darse por seguro, tampoco la estabilidad de precios, que tardaremos en recuperar.
José Luis Álvarez recibe fondos de Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.
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