El discurso de Vox se alimenta de eslóganes y enemigos inventados. Y ese combustible pierde potencia cuando se enfrenta a un electorado habituado a contrastar información, cuestionar premisas y buscar causas reales a los problemas. No es casualidad que los datos del CIS de julio de 2025 muestren que la ultraderecha española se estrella entre las personas con mayor nivel educativo.
EL CORTAFUEGOS ACADÉMICO
Entre trabajadores con titulación universitaria, la intención de voto a Vox es de apenas 7,7%. Entre profesionales, científicos e intelectuales, su techo está en el 7,8%, muy lejos de los primeros puestos. Incluso entre técnicos de nivel medio —un segmento más variado— no logra romper el 12,6%, quedando detrás del PSOE y el PP.
Este patrón se repite en otros países. Las investigaciones del Instituto de Investigación Económica y Social en Irlanda señalan que a mayor formación académica, menor receptividad a los discursos que simplifican problemas complejos en culpables fáciles. Quien sabe cómo funciona un sistema sanitario no cree que se colapse por la inmigración. Quien ha estudiado economía entiende que los salarios bajos no son culpa de un refugiado, sino de políticas empresariales y fiscales.
CUANDO LA COMPLEJIDAD GANA
La formación no garantiza inmunidad política, pero sí proporciona herramientas para reconocer trampas retóricas. El populismo reaccionario necesita frases cortas y emociones rápidas; el pensamiento crítico requiere tiempo y contexto. Esa diferencia explica por qué Vox penetra menos en entornos donde la educación ha enseñado a detectar falacias, verificar fuentes y desconfiar de quien promete soluciones totales a problemas estructurales.
UNA ASIGNATURA PENDIENTE PARA LA ULTRADERECHA
La ultraderecha intenta suplir esta debilidad atacando a las universidades, desprestigiando la ciencia y promoviendo una visión antiintelectualista que presenta a la formación como elitista y desconectada de “la calle”. Es el mismo patrón que en EE.UU. popularizó el trumpismo, acusando a la educación superior de “adoctrinamiento progresista” para justificar su hostilidad hacia el pensamiento crítico.
El problema para Vox es que, mientras esta narrativa funciona en redes sociales y en ciertos medios, no logra revertir el hecho de que, en los entornos más formados, su mensaje se percibe como lo que es: una simplificación peligrosa.
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