Republicanos y diplomáticos israelíes celebran como “pacificador” al mismo hombre que ordenó un ataque militar días antes del supuesto acuerdo.
LA GUERRA COMO MÉTODO DE NEGOCIACIÓN
Tres días después de lanzar misiles sobre instalaciones nucleares iraníes, Trump es propuesto para el Nobel de la Paz. El responsable de la propuesta es Buddy Carter, congresista republicano, que en una carta al Comité Noruego ensalza el «histórico y extraordinario papel» del expresidente estadounidense en el reciente alto el fuego entre Israel e Irán. Una paz sellada, aparentemente, con metralla y muerte.
La misiva ha sido difundida por el propio Trump en su red Truth Social, donde el expresidente continúa construyendo su mito como negociador planetario a base de propaganda, culto al ego y revisionismo. Según Carter, el magnate ofrece “un rayo de esperanza poco común” en una región que, curiosamente, él mismo ha contribuido a incendiar durante años.
La propuesta no ha sido un hecho aislado. Israel, por boca de su embajador ante la ONU Danny Danon, ha respaldado públicamente la idea de otorgarle a Trump el galardón por su “liderazgo” en las negociaciones. El mismo liderazgo que ha convertido Gaza en una fosa común, ha dinamitado los acuerdos internacionales sobre el clima, ha retirado fondos a la OMS en plena pandemia y ha insultado a líderes indígenas, afrodescendientes, musulmanes, mujeres y migrantes.
El Nobel de la Paz, recordemos, fue concedido en 1973 a Henry Kissinger tras los bombardeos masivos en Camboya y Vietnam. También lo recibió Barack Obama en 2009, apenas empezado su mandato, mientras mantenía abierta la prisión ilegal de Guantánamo. Pero al menos, aquellos cinismos venían disfrazados. Esto ya es descaro.
LA PROPAGANDA COMO ARMA GEOPOLÍTICA
Proponer a Trump para un premio de paz mientras se acumulan cadáveres civiles en Gaza, hospitales destruidos en Kermanshah y arsenales reactivados en el Golfo Pérsico no es solo obsceno: es parte de una estrategia. Una estrategia de blanqueo de imagen, legitimación simbólica y reconstrucción del relato imperial.
El mensaje subyacente es claro: en el orden internacional post-Trump, quien tiene misiles no necesita moral. Ni derecho internacional, ni rendición de cuentas. Solo influencia y espectáculo. La paz, convertida en performance. El premio, en herramienta diplomática.
Y no es la primera vez. Ya en 2020, el populista noruego Christian Tybring-Gjedde propuso al expresidente por su mediación entre Israel y Emiratos Árabes Unidos. En 2018, hizo lo propio tras el paripé mediático con Corea del Norte. En 2024, el californiano Darrell Issa volvió a intentarlo alegando el «impacto asombrosamente efectivo» de su victoria electoral. No hay ironía que no puedan convertir en argumento.
La realidad es otra: los acuerdos de paz impulsados por Trump han estado marcados por desequilibrios, imposiciones y chantajes económicos. Su gestión internacional ha debilitado tratados de desarme, ha fomentado el rearme global y ha contribuido al crecimiento de regímenes autoritarios. Solo un mundo anestesiado por la propaganda puede normalizar que quien bombardea el acuerdo lo firme.
Si este es el pacificador que el sistema premia, que no nos pidan civismo.
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