Trump no quiere comercio justo. Quiere vasallaje. Y Bruselas, otra vez, se arrodilla.
EL NUEVO IMPERIO NO NECESITA MISILES: LE BASTAN GAS, ALGUNAS APPS Y UNAS CUANTAS AMENAZAS
Donald Trump no ha vuelto a la Casa Blanca para negociar. Ha vuelto a imponer. Como si Estados Unidos fuese una gigantesca empresa y Europa un conjunto de filiales ineficientes que no cumplen objetivos. El viejo truco del déficit comercial le sirve de coartada: nos venden más de lo que compran. Pobrecitos. Y en lugar de revisar el sistema fiscal que permite a Google o Amazon facturar en Irlanda lo que ganan en Madrid, decide subir aranceles a los productos europeos. No por justicia, sino por dominio.
La guerra comercial lanzada desde Washington no tiene como objetivo proteger a la clase trabajadora estadounidense. Persigue tres cosas: más armas made in USA, más gas made in Texas, menos reglas para sus plataformas digitales. Quieren que los europeos se peleen por comprarle GNL aunque sea más caro, que suban el gasto militar hasta el 5% del PIB y, de paso, que callen la boca cuando se les impongan normas tecnológicas desde Silicon Valley.
Y lo están logrando. Porque Europa ya no es una unión de Estados libres: es una alianza de Estados dóciles. Los gobiernos que ayer hablaban de Green Deal y de derechos digitales, hoy hacen cálculos sobre cuánto armamento pueden importar de Lockheed Martin sin que les tiemble demasiado la prima de riesgo. Bruselas ha pasado de ser un proyecto de paz a ser una agencia de compras para la OTAN.
LA SUMISIÓN EUROPEA: GASTA, CALLA Y CENSURA LO QUE TE DIGAN
El chantaje está perfectamente sincronizado. Quieren que las y los europeos compren más gas, más rifles y más anuncios en Instagram. ¿Y si nos resistimos? Amenaza de arancel. ¿Y si regulamos sus monopolios digitales? Amenaza diplomática. ¿Y si decimos basta? Ahí sí que no hay plan B. Porque el verdadero problema no es Trump. Es la falta de soberanía europea.
Lo dijo sin pudor el nuevo secretario de Estado, Marco Rubio, en un comunicado que parece dictado desde alguna sala de juntas de Meta: quien toque a nuestras empresas, no pisa suelo estadounidense. Así de claro. La libertad de expresión se convierte, otra vez, en un escudo para defender la impunidad de las plataformas. Y los republicanos de la era MAGA ya no disimulan: la “libertad” solo vale si sirve a sus intereses económicos.
Mientras tanto, la Ley de Servicios Digitales de la UE intenta sobrevivir como puede al empuje coordinado de tecnomagnates y diplomáticos. Porque Zuckerberg, Musk y compañía ya están haciendo cola en los pasillos de Bruselas para desactivar las multas, frenar los algoritmos responsables y seguir desinformando sin consecuencias. La desinformación se ha convertido en exportación estratégica de EE.UU. Y Europa, en vez de ponerle coto, le tiende la alfombra roja.
Trump no quiere socios. Quiere subordinados. Y eso explica por qué empuja a la UE a elevar el gasto militar al 5% del PIB. Lo que antes era un pacto entre defensas, hoy es una coacción económica. Si quieres estar a salvo de mis aranceles, compra mis misiles. Si quieres mi gas, cállate con mis leyes. Si quieres mi protección, acepta mi control digital. Y la UE responde: ¿quiere que le pongamos la alfombra o la bandera?
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