La ofensiva militar en la Franja de Gaza se transforma en un plan de ocupación permanente con desplazamiento forzoso de la población palestina.
Después de 577 días de asedio, más de 50.000 muertes civiles y con un territorio reducido a escombros, Benjamin Netanyahu ha confirmado que la Franja de Gaza será ocupada de manera permanente y su población desplazada. No es una exageración ni un titular alarmista: es lo que el propio primer ministro israelí ha declarado públicamente en un vídeo difundido en su cuenta oficial en X. Ha dicho, sin eufemismos, que “la población será trasladada, para su propia protección”.
No se trata de una evacuación. Es una limpieza étnica. Una expulsión masiva. Un crimen de guerra que busca borrar a un pueblo de su tierra con la excusa de eliminar a Hamás. Y esta vez no es solo con bombas: es con soldados, ocupación territorial y control directo. Netanyahu no quiere incursiones, quiere permanencia.
Ha abandonado toda máscara de legalidad o contención.
Lo ha hecho, además, con una arrogancia escalofriante: grabándose bebiendo una tónica mientras explicaba el plan. La banalidad del mal filmada en tiempo real.
Frente a ello, la respuesta de Naciones Unidas no ha podido ser más clara. Olga Cherevko, portavoz de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU en Gaza, advirtió que los nuevos “centros de ayuda” que pretende Israel violan los principios de neutralidad, imparcialidad e independencia, y suponen un riesgo mortal para la población y el personal humanitario. El cinismo del plan queda en evidencia: crear zonas de asistencia dentro de un territorio ocupado militarmente, con población desplazada por la fuerza, bajo control de un ejército invasor.
Pero lo que más duele es el silencio cómplice. Mientras miles de personas mueren de hambre, mientras los niños y niñas de Gaza no tienen acceso a proteínas, calcio ni vitaminas esenciales para sobrevivir, mientras las cocinas comunitarias son saqueadas y el crimen organizado impone la ley del más fuerte entre ruinas, la comunidad internacional sigue mirando hacia otro lado.
Los datos son irrefutables: más de dos meses de bloqueo total, con pasos fronterizos cerrados, mercados vacíos y precios desorbitados para los pocos productos que quedan. La situación es tan desesperada que ni siquiera hay pan para repartir. Y sin pan, sin agua y sin esperanza, la gente se lanza a saquear lo poco que queda. No por codicia. Por hambre.
IMPUNIDAD, GENOCIDIO Y EL APOYO DE LAS POTENCIAS
Netanyahu no actúa solo. Su estrategia cuenta con el blindaje político de Estados Unidos y la complicidad pasiva de la Unión Europea. Haizam Amirah Fernández, experto en relaciones internacionales en Oriente Medio, lo resume con crudeza: “Se están cometiendo actos de genocidio, hay un discurso genocida y una intencionalidad evidente de eliminar a un grupo humano.” Lo que marca la definición de genocidio, según la Convención de 1948.
Lo que hace Netanyahu no es una política de seguridad, es una estrategia de exterminio selectivo. Y está diseñada también para esquivar la justicia. Con su permanencia en el poder, Netanyahu se protege de las múltiples causas de corrupción que le acorralan en Israel. Gaza es su coartada para seguir gobernando y blindarse ante los tribunales. Cada bomba es también una cortina de humo sobre su historial delictivo.
El papel de Trump y su nueva influencia internacional es igualmente clave. Amirah Fernández lo dice sin rodeos: “Con Trump, la impunidad de Israel es absoluta”. Las reglas del juego han desaparecido. No hay líneas rojas. La ocupación de Gaza, el desplazamiento de su población, el castigo colectivo, la destrucción de infraestructuras civiles y la muerte sistemática de niños, niñas y personas mayores no solo no se sanciona: se tolera y se legitima.
El otro silencio ensordecedor es el de Europa. Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, ha optado por el servilismo. Según el analista, la culpa histórica por el Holocausto se ha convertido en excusa para justificar otro genocidio, en este caso contra el pueblo palestino. Pero dos genocidios no hacen justicia. Hacen historia repetida.
Mientras las y los activistas israelíes contra Netanyahu son desalojados a la fuerza, mientras las familias gazatíes entierran a sus hijos bajo los escombros con las manos desnudas, la Unión Europea sigue priorizando los tratados comerciales y las relaciones diplomáticas con un Estado que ha renunciado abiertamente al derecho internacional.
Esto no es una guerra. Es un asedio planificado, prolongado y criminal. Es una colonización a cámara lenta, pero ahora acelerada sin pudor.
Gaza está siendo convertida en un desierto habitado por cadáveres y cámaras de vigilancia. Y Europa calla. Y Estados Unidos sonríe. Y Netanyahu brinda con tónica.
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