Mientras en parroquias se celebra el lavatorio, la cúpula eclesiástica sigue sin pedir perdón por los abusos, su silencio en el franquismo y su alianza con la ultraderecha.
Cada Jueves Santo se repite el gesto. Un obispo se arrodilla y lava los pies de doce personas. Dice que es humildad. Dice que sigue el ejemplo de Jesús. Pero mientras repite el rito, no se escucha ni una palabra sobre los miles de cuerpos que yacen en cunetas, ni un gesto hacia las víctimas de abusos sexuales, ni una condena al odio que alimentan los púlpitos del odio. El agua bendita no limpia el encubrimiento.
2023 fue el año en que la Iglesia española fue señalada por más de 1.800 casos de abusos sexuales reconocidos oficialmente en el informe del Defensor del Pueblo. La cifra es parcial. Es simbólica. Es, como siempre, la punta del iceberg. Porque durante décadas, sacerdotes, obispos, cardenales y Papas construyeron un muro de silencio para proteger a los suyos. Un muro de sotanas, impunidad y chantaje espiritual.
Pero no solo callaron. También pactaron. En 1953 firmaron un Concordato con la dictadura franquista que les garantizaba privilegios, dinero y control sobre las conciencias. Se convirtieron en el ministerio de la moral del régimen. Nunca pidieron perdón por su papel durante la dictadura. No lo han hecho ni tras la exhumación de Franco ni ante las familias de las víctimas. La jerarquía católica —no sus bases, no las comunidades de base, no quienes arriesgaron su vida por la justicia social—, sino esa cúpula endogámica, rica y ultraconservadora, sigue sin romper con el franquismo.
Y hoy esa alianza muta, pero no muere. Se viste de bandera, de rosario en mano, de discurso contra la “ideología de género”, de cruzadas contra las leyes trans, de campañas contra el aborto, de odio al migrante y desprecio a los pobres que no son los suyos. Se asocian con Vox, con HazteOír, con la Fundación Franco. ¿Es esta la Iglesia del Evangelio? ¿O una multinacional del perdón a los ricos y del castigo a las oprimidas?
El silencio tiene nombre. El silencio es Rouco Varela. Es Cañizares. Es Blázquez. Es el arzobispo que firmó una carta para apoyar a Trump. Es la jerarquía que se opone a una comisión de la verdad sobre los abusos sexuales y a indemnizar a las víctimas. Es la Iglesia que acumula más de 34.000 propiedades inmatriculadas desde 1998 gracias a una ley del PP, y que ni devuelve ni paga por lo robado.
La Iglesia lava los pies, pero no la conciencia. Lava los pies, pero no las manos manchadas de encubrimiento. Lava los pies, pero no devuelve los bienes expoliados. Lava los pies, pero sigue bendiciendo misas por Franco, procesiones con fascistas y misiones en África que no respetan ni la cultura ni la autonomía de los pueblos.
¿Dónde está el mea culpa? ¿Dónde la reparación? ¿Dónde las palabras del Papa Francisco traducidas en hechos? ¿Dónde la devolución de la Mezquita de Córdoba? ¿Dónde el fin de los conciertos educativos que segregan por sexo? ¿Dónde el castigo a los obispos que protegieron a pederastas? ¿Dónde el final del privilegio fiscal?
Porque sí, mientras predican pobreza, reciben cada año más de 300 millones de euros vía IRPF, controlan más de 2.500 centros educativos y cientos de residencias, hospitales, centros sociales. Pero sin rendir cuentas. ¿Qué otra organización podría permitirse este grado de impunidad estructural?
Y aún más grave. La Iglesia española no es neutral. No es una ONG de la fe. Es un actor político con intereses de clase, con alianzas claras, con una cruz que muchas veces no es símbolo de paz, sino de orden. De ese orden que reprime, que encarcela, que vigila y castiga. Se manifiestan por “la vida” mientras callan ante el genocidio en Gaza. Hablan de familia mientras niegan derechos a quienes no encajan en su modelo. Predican amor, pero señalan, expulsan, humillan.
Jesús no reconocería su templo en esta maquinaria eclesial. No reconocería el lujo del Vaticano, ni los palacios arzobispales, ni los bancos de madera encerada donde se sigue juzgando a las mujeres por abortar, a las familias por no bautizar, a las personas trans por existir. No reconocería la falta de compasión.
Lavan los pies. Pero no piden perdón. No devuelven lo robado. No se arrodillan ante quienes realmente deberían: las víctimas. Las víctimas de abusos, de marginación, de odio, de colonialismo espiritual.
La Iglesia lava los pies, pero no la conciencia.
Y mientras no lo haga, ese rito será solo eso: una performance vacía, una liturgia del cinismo.
Porque no hay hostia que consagre la mentira.
Related posts
1 Comment
Deja una respuesta Cancelar la respuesta
ÚLTIMAS ENTRADAS
Trump y la herencia mafiosa que forjó su imperio
Un repaso crudo a décadas de complicidades que la justicia dejó pasar
La Iglesia lava los pies, pero no la conciencia
Mientras en parroquias se celebra el lavatorio, la cúpula eclesiástica sigue sin pedir perdón por los abusos, su silencio en el franquismo y su alianza con la ultraderecha.
Las marcas de lujo occidentales se desnudan en China
Fabricantes chinos e influencers demuestran que pagar miles de euros por un bolso de Hermès no garantiza calidad, solo alimenta el ego y el colonialismo simbólico.
Vídeo | DE RESIGNIFICAR NADA 🧼 PSOEizando, que es gerundio. Marina Lobo y Esther López Barceló
La “resignificación” del Valle de los Caídos que vende Moncloa es un eufemismo para disfrazar la continuidad del relato franquista.
Estado aconfesional??
Mucho progresísmo,peró no les cierran el grifo,ni derrogan la ley mordaza,ni referendum monarquia o república,y del federalísmo,nada de nada.