Bajo el pretexto de proteger la moral y la infancia, la derecha estadounidense impulsa una campaña de censura sin precedentes que recuerda a los peores episodios del siglo XX.
Desde 2021, más de 16.000 libros han sido prohibidos en las escuelas públicas de Estados Unidos, según los datos de PEN America. La cifra es alarmante no solo por su magnitud, sino por lo que revela sobre el clima político y social del país. La censura de libros en las escuelas, una práctica que parecía relegada a los tiempos de la Guerra Fría y el macarthismo, ha resurgido con fuerza bajo el impulso de grupos conservadores que pretenden imponer una visión moralista y excluyente de la sociedad.
El año escolar 2023-2024 ha sido especialmente intenso: más de 10.000 prohibiciones afectando a 4.000 títulos diferentes en todo el país. Florida e Iowa concentran el mayor número de casos, con el 45% y el 36% de las prohibiciones respectivamente, en lo que parece una estrategia coordinada de supresión ideológica.
CENSURA SISTEMÁTICA: UN ATAQUE A LA DIVERSIDAD Y LA MEMORIA COLECTIVA
Los libros prohibidos no son seleccionados al azar. La censura se dirige específicamente a títulos que abordan temas de raza, diversidad sexual, violencia sexual y cuestiones sociales. Las obras que exploran la historia del racismo en Estados Unidos, las relaciones LGTBQ+ o los efectos de la violencia sexual son sistemáticamente retiradas de las aulas, negando a las y los estudiantes la oportunidad de acceder a perspectivas fundamentales para entender la realidad contemporánea.
El caso de Florida, bajo el mandato de Ron DeSantis, es emblemático. La ley HB 1467, que obliga a revisar y retirar cualquier libro que pueda considerarse “inapropiado” o que contenga contenido “indecente” o “sexual”, ha sido el detonante para la retirada masiva de títulos. La estrategia es clara: reescribir la historia y suprimir aquellas narrativas que incomodan al poder conservador.
Entre los libros más prohibidos están algunas de las obras contemporáneas más influyentes y premiadas. La lista incluye:
- «Nineteen Minutes», de Jodi Picoult (98 prohibiciones), una novela sobre las consecuencias de un tiroteo escolar.
- «Looking for Alaska», de John Green (97 prohibiciones), un relato sobre la adolescencia y la búsqueda de sentido en la vida.
- «The Perks of Being a Wallflower», de Stephen Chbosky (85 prohibiciones), una historia sobre la amistad y la identidad en la adolescencia.
- «The Handmaid’s Tale», de Margaret Atwood (67 prohibiciones), una distopía feminista que describe una sociedad teocrática y represiva.
- «The Kite Runner», de Khaled Hosseini (73 prohibiciones), que explora la culpa, la redención y las consecuencias de la guerra en Afganistán.
Resulta significativo que muchas de las obras censuradas estén protagonizadas por personajes racializados o LGTBQ+, o traten temas de justicia social y violencia de género. La censura no solo es ideológica, también es política y racial.
LA MORALIDAD CONSERVADORA COMO ARMA POLÍTICA
El resurgimiento de la censura en Estados Unidos no puede entenderse al margen del contexto político. La ola de prohibiciones comenzó a intensificarse tras la presidencia de Donald Trump y ha continuado bajo el paraguas de una derecha radical que ha encontrado en la moralidad una herramienta de control social. La censura literaria forma parte de una estrategia más amplia que incluye la restricción de los derechos reproductivos, la discriminación legal hacia las personas LGTBQ+ y el revisionismo histórico sobre la esclavitud y la colonización.
El movimiento ultraconservador ha sabido instrumentalizar la indignación moral para movilizar a las bases. Asociaciones como Moms for Liberty han jugado un papel clave en esta ofensiva, infiltrándose en los consejos escolares y presionando para que se eliminen textos que consideran “inapropiados” para las y los menores. Su discurso gira en torno a la “protección de la infancia”, pero el verdadero objetivo es limitar el acceso al conocimiento y consolidar una narrativa excluyente y reaccionaria.
El resultado es una generación privada de herramientas para entender el mundo. La censura no solo limita la libertad de expresión, también mina la capacidad crítica de las y los estudiantes. Sin referentes literarios que expliquen las complejidades de la identidad, la sexualidad o la injusticia social, las y los jóvenes quedan a merced de un discurso oficial que distorsiona la realidad y refuerza los valores del nacionalismo blanco y el patriarcado.
Lo irónico es que esta campaña de censura se presenta como una defensa de la libertad. Trump y sus aliados no hablan de censura, sino de «protección» y «valores». Mientras tanto, las bibliotecas escolares se vacían, las y los profesores enfrentan la amenaza de sanciones y las voces disidentes son silenciadas. La libertad que promueve la derecha es la libertad de imponer su visión moral y política al resto de la sociedad.
El modelo de censura que está imponiéndose en Estados Unidos recuerda peligrosamente a los episodios más oscuros del siglo XX. La quema de libros en la Alemania nazi y las listas negras del macarthismo no fueron solo ataques culturales, sino advertencias sobre la deriva autoritaria de los regímenes que las impulsaron. Estados Unidos está siguiendo ese camino, y la censura literaria es solo la punta del iceberg.
Cuando los libros desaparecen, lo que se pierde no es solo literatura: es memoria, identidad y libertad.
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