La propuesta del ex-director general de los servicios de inteligencia de Israel y del Ministerio de Asuntos Estratégicos, quien también fue subdirector del Mossad, no es más que un eco de la deshumanización, un susurro perturbador que se ha colado en el discurso público con la impunidad que otorga el poder. “Distribuyamos a 2.5 millones de gazatíes por todo el mundo. 100 países, cada uno toma 25 mil. Eso es humano y necesita hacerse”, proclama con una despreocupación que desgarra el tejido de la ética internacional. ¿Cómo es posible que se considere “humano” arrancar a millones de sus hogares, de su tierra, de la cuna de sus ancestros, y repartirlos por el mundo como si fueran mercancías sin voluntad ni raíces?
La historia, con su cruel ironía, parece no ser suficiente lección para algunos. Los descendientes de aquellos que fueron perseguidos y deportados, ahora proponen un plan que evoca los momentos más oscuros de la historia del siglo XX. Los nietos de los judíos deportados, deportando como nazis, se dice, y el paralelismo no puede ser más perturbador. ¿Cómo es posible que la memoria de la opresión no haya calado lo suficientemente profundo como para evitar que se conciban tales ideas? ¿Dónde queda la empatía, la comprensión, el compromiso con un mundo donde tales atrocidades no se repitan?
UNA TIERRA DESGARRADA POR LA OCUPACIÓN
La Franja de Gaza, una estrecha franja de tierra, ha sido testigo de un sufrimiento inenarrable. Sus habitantes, asediados por un bloqueo que ha estrangulado su economía y limitado su acceso al mundo exterior, bombardeados y sin un lugar seguro dónde refugiarse, ahora enfrentan una amenaza aún más desoladora: la de una deportación en masa que dispersaría a su gente, borrando su conexión con la tierra que les ha dado identidad, historia y un sentido de pertenencia. Israel, en su implacable avance, parece no encontrar límites en su estrategia de ocupación, aprovechando (y algunos dirían, provocando) cada oportunidad para consolidar su control sobre la tierra y sobre aquellos que la habitan.
La propuesta de deportación no es solo un ataque a la soberanía de un pueblo; es un atentado contra la humanidad misma. Es un intento de borrar la presencia de un pueblo, de negar su historia y su derecho a existir en su propia tierra. La comunidad internacional, tan a menudo paralizada por la política y la diplomacia, debe reconocer esta propuesta por lo que es: un acto de limpieza étnica, disfrazado de solución humanitaria.
LA RESISTENCIA DE UN PUEBLO
Pero la historia de Palestina no es solo una narrativa de victimización y sufrimiento; es también una crónica de resistencia y de inquebrantable determinación. Frente a la adversidad, la resistencia palestina se mantiene firme, arraigada en la convicción de que la justicia y la libertad son derechos inalienables. No se trata solo de la lucha por un territorio, sino por la identidad, la cultura y la dignidad de un pueblo que ha demostrado una y otra vez su resiliencia frente a las adversidades.
La propuesta de dispersar a los gazatíes es un insulto a su lucha, una negación de su derecho a vivir en paz en su propia tierra. Es un intento de silenciar las voces que se levantan contra la ocupación, de desmantelar las comunidades que han resistido durante décadas. Pero la historia nos ha mostrado que el espíritu de un pueblo no puede ser quebrantado por fronteras ni barreras.
UN LLAMADO A LA CONCIENCIA
La comunidad internacional no puede permanecer impasible ante tales declaraciones. Es imperativo que se alce la voz, que se rechace cualquier plan que busque “solucionar” un conflicto mediante la erradicación y la dispersión de un pueblo. La historia nos ha enseñado las consecuencias de la indiferencia; no podemos permitir que se repita. La propuesta de deportación masiva no es una solución, es un crimen contra la humanidad, y como tal, debe ser condenada con la totalidad de nuestra convicción moral y jurídica.
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