Cuando el exterminio se televisa en directo, la comparación ya no es exagerada, es necesaria
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EL HAMBRE COMO ARMA, LA MASACRE COMO POLÍTICA
El gobierno de Israel lleva más de nueve meses bombardeando, sitiando, quemando y asesinando a una población civil atrapada. Lo hace con total impunidad, retransmitido en directo y acompañado de una maquinaria propagandística que tilda de “terrorista” a cualquiera que respire bajo los escombros. No es una guerra. Es un genocidio lento, deliberado y metódico. Como lo fue la Solución Final. Solo que ahora se hace en streaming y con ayuda occidental.
El 21 de mayo de 2025, la ONU alertó de que Gaza está al borde de una hambruna total, causada intencionadamente por Israel mediante el bloqueo de alimentos y medicinas. La relatora especial Francesca Albanese lo ha definido como “un caso de genocidio manual”, donde se emplea el hambre como arma de guerra, como táctica de exterminio y como castigo colectivo a un pueblo encerrado.
Netanyahu no bombardea a Hamás. Netanyahu bombardea a niñas y niños, a periodistas, a médicos, a personal humanitario, a panaderos. La ocupación y la colonización no son respuestas a ataques: son la base fundacional del sionismo político. Y lo que ocurre hoy en Palestina supera incluso la violencia estructural de décadas anteriores. Estamos hablando de crímenes de lesa humanidad, sistemáticos y sin pausa.
EUROPA CALLA, OCCIDENTE APOYA, Y EL SÍMBOLO CAMBIA DE BANDO
Cuando Ursula von der Leyen compara la Nakba con el Holocausto, pero del lado israelí, lo que está haciendo es blanquear la masacre de civiles y arrojar la historia al cubo de la basura. El 27 de enero de 2024, Von der Leyen usó el Día de la Memoria del Holocausto para justificar la violencia israelí, ignorando los más de 30.000 muertos palestinos acumulados entonces. Desde entonces, el número ha superado los 42.000.
La impunidad con la que Netanyahu actúa tiene nombres y apellidos: Trump, Scholz, Macron, Sánchez. Todos han vendido armas, tecnología y apoyo diplomático a un régimen que actúa sin ley, sin freno y sin escrúpulos. El silencio de la UE no es neutralidad, es complicidad activa.
La comparación con Hitler no es una hipérbole emocional. Es una advertencia histórica. Cuando un gobierno establece campos de concentración, deshumaniza a una población entera, asesina sistemáticamente a personas que no pueden huir y utiliza el hambre como método de aniquilación, no estamos ante un conflicto, ni ante una guerra, ni siquiera ante una ocupación ilegal. Estamos ante un proyecto genocida.
Hitler escribió su hoja de ruta en “Mein Kampf”. Netanyahu la ha publicado en entrevistas, discursos y leyes que declaran a Israel un Estado exclusivamente judío, negando ciudadanía plena a millones de palestinas y palestinos. Lo ha hecho con apoyo de partidos supremacistas, de fanáticos religiosos y de colonos armados. ¿La diferencia? Hitler fue condenado. Netanyahu es aplaudido por los lobbies que compran congresistas y por las multinacionales que venden cámaras de vigilancia.
Y mientras tanto, desde España hasta Francia, desde Alemania hasta EE.UU., a quienes gritan “Palestina libre” se les criminaliza como antisemitas. El lenguaje ha sido secuestrado. La memoria ha sido manipulada. La historia ha sido retorcida hasta que el verdugo ha conseguido disfrazarse de víctima eterna.
Cuando un pueblo es bombardeado sin pausa, encerrado sin alimentos, masacrado sin prensa libre y convertido en objeto de pruebas militares, comparar a Netanyahu con Hitler ya no es una provocación. Es un deber.
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