Se desarrollan tratamientos para mantener a las personas vivas, pero no se invierte lo suficiente en la prevención y la promoción de un envejecimiento saludable.
Un reciente estudio de la Asociación Médica Estadounidense expone una realidad incómoda: las personas en Estados Unidos no solo viven más tiempo que hace dos décadas, sino que también pasan más años sufriendo enfermedades crónicas y discapacidades. Según los datos, en 2024 los estadounidenses pasan una media de 12,4 años de su vida enfermos, una cifra que ha aumentado respecto a los 10,9 años registrados en el 2000.
Este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos, pero sí encuentra allí su máxima expresión. En términos globales, la brecha entre la esperanza de vida y los años vividos con salud ha crecido un 13% desde el año 2000. Los datos analizados en 183 países miembros de la Organización Mundial de la Salud revelan que esta disparidad afecta especialmente a las naciones prósperas.
La contradicción es evidente: cuanto más se prolonga la vida, más crecen los años marcados por enfermedades crónicas. Este patrón, que los investigadores califican de paradoja, refleja un modelo de atención sanitaria y social que no logra prevenir ni abordar de manera efectiva las condiciones que deterioran la calidad de vida en la vejez.
En el caso de EE.UU., las enfermedades mentales y los trastornos por consumo de sustancias son las principales causas de esta carga, seguidas por afecciones musculoesqueléticas que afectan huesos, músculos y articulaciones. Estas patologías no solo afectan el bienestar físico, sino que también incrementan los costos del sistema sanitario y limitan la productividad de la población.
LA DESIGUALDAD Y SU IMPACTO EN LA SALUD
El problema no afecta por igual a todas las personas. Las mujeres estadounidenses, por ejemplo, sufren una brecha significativamente mayor entre los años que viven y los que disfrutan con buena salud. Con 2,6 años más de enfermedades que sus homólogos masculinos, las mujeres soportan una carga desproporcionada de trastornos musculoesqueléticos y otras afecciones crónicas.
Esta desigualdad no es solo de género. También hay un claro patrón geográfico y económico. Mientras que países del Sur Global presentan diferencias más pequeñas entre esperanza de vida y salud, las naciones más ricas encabezan la lista de las mayores disparidades. ¿Por qué ocurre esto? En palabras de los autores del estudio, una menor probabilidad de muerte expone a las personas a una mayor carga de enfermedades crónicas, lo que deja en evidencia un sistema que prioriza alargar la vida por encima de garantizar su calidad.
Además, la dependencia de la industria farmacéutica y tecnológica en estos países agrava el problema. Se desarrollan tratamientos para mantener a las personas vivas, pero no se invierte lo suficiente en la prevención y la promoción de un envejecimiento saludable.
El modelo estadounidense, basado en un sistema sanitario privatizado y profundamente desigual, amplifica esta paradoja. Mientras las élites tienen acceso a cuidados preventivos y tratamientos avanzados, las comunidades más vulnerables sufren enfermedades prevenibles que deterioran aún más su calidad de vida.
Este escenario plantea una pregunta inquietante: ¿De qué sirve una longevidad récord si no se acompaña de bienestar físico y mental?
EL FRACASO DE LAS POLÍTICAS DE SALUD
Las cifras hablan por sí solas. En 2019, la brecha global entre esperanza de vida y años vividos con buena salud alcanzó los 9,6 años, frente a los 8,5 de 2000. En países como Estados Unidos, donde los avances tecnológicos y médicos deberían haber cerrado esta brecha, el fracaso es evidente.
El problema no es solo sanitario, sino estructural. Las enfermedades mentales y por consumo de sustancias, que lideran la lista de problemas en EE.UU., son exacerbadas por la precariedad laboral, la falta de acceso a vivienda digna y las tensiones sociales. Mientras tanto, las afecciones musculoesqueléticas reflejan un sistema que no fomenta la actividad física ni el acceso a dietas saludables, y donde el envejecimiento activo sigue siendo una promesa incumplida.
Los investigadores concluyen que las intervenciones personalizadas y adaptadas a las necesidades de cada país son clave para revertir esta tendencia. Sin embargo, en un mundo dominado por intereses corporativos y la lógica del beneficio, la prioridad sigue siendo prolongar vidas a toda costa, sin importar cómo se vivan esos años adicionales.
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