El primer ministro canadiense cierra un ciclo de nueve años con un anuncio que reconfigura el tablero político.
Justin Trudeau, quien llegó al poder en 2015 con un aura de cambio y modernidad, deja el liderazgo del Partido Liberal y el cargo de primer ministro en medio de un escenario político enrarecido. Nueve años de gobierno han desembocado en un final calculado, bajo la excusa de dar paso a un relevo «competitivo y riguroso» dentro de su formación. La maniobra ha sorprendido a sus rivales y ha generado interrogantes sobre la auténtica motivación de esta decisión.
El mandatario ha justificado su renuncia asegurando que ha llegado a la conclusión de no ser la «mejor opción» para liderar las elecciones previstas para octubre. Sin embargo, lo que parece ser un gesto de humildad es también una respuesta a la creciente erosión de su figura, marcada por escándalos y un descontento generalizado. Durante las últimas festividades, Trudeau decidió su destino entre cenas familiares y reflexiones personales. La escena es tan simbólica como fría: anunciarlo a sus hijos antes que al país.
La prórroga del Parlamento hasta marzo, respaldada por la gobernadora general Mary Simon, ha sido vista como una táctica dilatoria para evitar una moción de censura inminente. El cierre de la Cámara Baja bloquea cualquier maniobra opositora, reforzando la sensación de que Trudeau se marcha controlando el tiempo y los modos. Una última jugada política para proteger al Partido Liberal de un colapso inmediato.
LOGROS Y FRACASOS: EL LEGADO DE UN MANDATO POLARIZANTE
Justin Trudeau llegó al poder prometiendo reformas ambiciosas y un modelo progresista ejemplar. En sus discursos siempre resonaron frases sobre justicia social, cambio climático y equidad. Entre los logros destacados de su mandato se encuentra la reducción de los índices de pobreza, en parte gracias a políticas de ayuda directa y medidas fiscales redistributivas. Su gobierno apostó también por una política medioambiental que situó a Canadá como una de las voces más críticas contra el negacionismo climático en foros internacionales.
Sin embargo, bajo esa imagen de liderazgo joven y abierto se acumularon contradicciones que alimentaron la frustración de una parte del electorado. La prometida reforma electoral quedó en el limbo, perpetuando un sistema que favorece la concentración de poder y la polarización política que él mismo denunciaba. Los escándalos, como el caso SNC-Lavalin y las denuncias de favoritismos, minaron su credibilidad y convirtieron sus discursos de ética y transparencia en un blanco fácil para la oposición.
Las políticas migratorias, a pesar de su narrativa inclusiva, enfrentaron críticas tanto por su permisividad inicial como por los posteriores endurecimientos. Su postura frente a las demandas indígenas y la gestión de los recursos naturales también generaron tensiones, mostrando que el modelo de reconciliación y justicia histórica estaba lejos de cumplirse.
La decisión de cerrar el Parlamento, aunque avalada por las instituciones, ha reavivado el debate sobre el papel simbólico de la monarquía y el poder efectivo de la representación de la Corona británica en el país. La gobernadora general ha sido una figura pasiva durante años, pero esta decisión ha recordado que aún puede jugar un papel determinante en momentos de crisis.
Trudeau abandona el poder con un mensaje de esperanza para su sucesión, pero con el peso de una gestión que, aunque transformadora en algunos aspectos, no logró romper las inercias estructurales del sistema político canadiense. El «guerrero de las causas justas» se retira con heridas visibles y dejando un país dividido.
Las próximas elecciones, previstas para octubre, serán el termómetro de una sociedad que deberá decidir si el liberalismo trudeauísta fue un espejismo o una etapa necesaria en el camino hacia un cambio auténtico. La renuncia de Trudeau no apacigua el conflicto; solo lo reconfigura.
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