En el núcleo mismo de la paz europea, una tormenta de descontento arremete contra los cielos grises de la hipocresía. Los sindicatos en Bélgica han erigido un muro de dignidad, negándose a ser engranajes en la maquinaria de guerra que asola la Franja de Gaza. No más. La tierra de la diplomacia y el corazón político de Europa ahora es escenario de un acto de desobediencia civil con repercusiones globales.
LOS VIENTOS DE LA DISCORDIA SOPLAN EN LOS AERÓDROMOS BELGAS
Como si despertaran de un letargo, los sindicatos de Bélgica han dicho «basta». Ya no serán cómplices del tránsito bélico que se orquesta desde las sombras. La operación es tan sigilosa como descarada: el tráfico de armamento estadounidense a Israel, que presuntamente se camufla en los vuelos de carga de aerolíneas comerciales. La realidad que se desenmascara en los hangares y pistas del aeropuerto de Lieja no es otra que una cadena de suministro de la muerte, oculta tras el disfraz de la logística aérea.
La táctica es añeja y bien ensayada: empresas con nombre y apellido, como ASL Airlines y la israelí El Al, continúan su operación, a menudo eclipsadas por la carga mortal que transportan. El aeropuerto de Lieja, un gigante dormido en el transporte de carga, se convierte así en el eslabón insospechado de un comercio funesto que pretende esquivar las normativas belgas, tan claras en papel como difusas en práctica.
Con un mandato claro y un compromiso inquebrantable, los sindicatos buscan erradicar la participación belga en esta cadena de suministro bélico.
LA RESISTENCIA CONTRA LA INDIFERENCIA
Los sindicatos belgas han lanzado un desafío al sistema, poniendo el foco en la hipocresía estatal y la omisión cómplice de leyes y ética. «Mientras un genocidio está en curso en Palestina», claman con un tono que resuena en la conciencia colectiva, «los trabajadores de los diferentes aeropuertos de Bélgica ven armas partir hacia zonas de guerra». La indignación es palpable, tangible en cada palabra que se pronuncia contra el cinismo bélico.
La lógica sindical es inapelable y se viste de moralidad: no a la carga y descarga de las armas, no a ser partícipes de una cadena que termina en sangre y fuego en tierras lejanas. La influencia de estas organizaciones es notable, y su llamado a la acción, un grito de guerra en defensa de la paz. El gobierno de Bélgica, con Elio Di Rupo a la cabeza, se enfrenta a un dilema de magnitudes épicas: ¿apoyar la ley y la moral o continuar ignorando el desvío de armas hacia Israel?
El sindicalismo belga es el primero en Europa que toma medidas contra los bombardeos israelíes sobre la Franja de Gaza
El conflicto escala, y las preguntas se multiplican. ¿Era el gobierno belga consciente de estas operaciones? ¿Es la ignorancia una defensa válida cuando las consecuencias son tan mortales? La región de Valonia, con su empresa FN Herstal bajo el manto público, se encuentra en la encrucijada de las decisiones. La normativa lo proclama: no más armas a zonas de conflicto. Pero la realidad, esa dura maestra, cuenta una historia diferente.
EN LA PISTA DE DESPEGUE
El aeropuerto asegura su adhesión a la normativa, como si las palabras pudieran desmentir el ruido de las bombas y el llanto de los que sufren. Pero las licencias de exportación no deberían amparar el tránsito de las armas que no parten de Bélgica. ¿Quién concede estas licencias? ¿Bajo qué criterios? Las respuestas son esquivas, pero los hechos son testarudos.
Los sindicatos, esos bastiones de la clase trabajadora, han tomado la estafeta de la consciencia social. Con un mandato claro y un compromiso inquebrantable, buscan erradicar la participación belga en esta cadena de suministro bélico.
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