«Líderes ultras como Orbán, Abascal o Le Pen son el producto de un tiempo en el que el absurdo se ha convertido en la norma».
Por un camino oscuro, el sol surge majestuosamente, vistiendo de rojo el cielo y la tierra. Es un amanecer lleno de esplendor, de belleza, de promesa. Sin embargo, a medida que se levanta, revela un paisaje grotesco, extraño, surrealista. Algo está profundamente mal. En la lejanía, se ve una figura grotesca, vestida con un atuendo ostentoso y extravagante. La figura es risible, y uno podría reírse si no fuera por la mirada fría y despiadada que se refleja en sus ojos. Esta figura es la encarnación del fascismo en su forma más pura y ridícula, pero innegablemente aterradora.
Esta es la realidad de nuestro mundo hoy. El fascismo, a pesar de su fealdad y grosería, continúa levantando su cabeza despiadada, seduciendo a las masas con sus promesas de orden, estabilidad y grandeza. No importa cuán absurdos o grotescos puedan ser sus líderes, su atractivo no puede ser negado ni subestimado.
LA CORTINA DE TERCIOPELO
El drama de la política contemporánea está repleto de personajes que desafían la realidad y la lógica. No son figuras de un mundo ficticio, sino actores en la escena política global. Líderes como Viktor Orbán, Abascal o Marine Le Pen, entre otros, son el producto de un tiempo en el que el absurdo se ha convertido en la norma.
Los líderes de la extrema derecha se deleitan en su carácter tosco, su lenguaje vulgar y su comportamiento descarado. Su ropa, sus gestos, sus discursos, todo en ellos grita «hortera». Es como si estuvieran interpretando un papel, desfilando ante el mundo con una sonrisa burlona, seguros de su habilidad para seducir y manipular.
EL ESPEJO ROTO
Nuestra realidad está rota, fragmentada en innumerables piezas de un espejo roto. Cada fragmento refleja un aspecto de esta realidad grotesca. Vemos a líderes que deberían ser figuras de risa en una comedia de humor negro, pero en su lugar, ocupan los más altos cargos de poder.
Estos personajes se caracterizan por su comportamiento extravagante y su retórica agresiva. Hablan de grandeza y de restaurar el orden, pero sus palabras están vacías, sus promesas son falsas. Su retórica es violenta y divisiva, sus acciones son crueles e inhumanas. Y, sin embargo, son aplaudidos, adorados, seguidos por millones.
LA MÁSCARA DEL MONSTRUO
En el fascismo, encontramos una manifestación de lo que Hannah Arendt llamó la «banalidad del mal». El mal no es siempre monstruoso, no siempre se presenta con una cara terrorífica y una sonrisa malévola. A veces, se esconde detrás de la fachada de lo ordinario, lo común, lo hortera. Se disfraza de lo cotidiano, convirtiéndose en una parte integrante de la vida diaria hasta que casi pasa desapercibido.
Sin duda, hay algo casi cómico en la vulgaridad y la cutrez del fascismo moderno. Los discursos estridentes, las promesas vacías, los gestos teatrales, todo parece extraído de una comedia de mala calidad. Pero este kitsch es peligroso. El kitsch fascista es un arma, un medio de propaganda que deshumaniza al otro, que promueve la exclusión, el odio y la violencia.
El kitsch fascista es, por tanto, una estética de la negación, un rechazo de la empatía, de la comprensión, de la solidaridad. Se basa en la creación de un enemigo, un otro al que se puede culpar de todos los males, al que se puede despreciar, odiar y, finalmente, exterminar.
LA TRIVIALIZACIÓN DEL HORROR
Es esta banalidad, este kitsch, lo que hace que el fascismo sea tan peligroso. Su trivialización del horror, su capacidad para normalizar lo inaceptable, para transformar el odio y la violencia en algo cotidiano, es lo que lo convierte en una amenaza tan grave para la humanidad.
Es una lección que hemos aprendido de la historia, de las atrocidades cometidas en Auschwitz y otros campos de exterminio. El camino hacia Auschwitz no se construyó de la noche a la mañana. Fue pavimentado con la indiferencia de aquellos que se negaron a ver, a escuchar, a actuar.
EL DESAFÍO DEL PRESENTE: LA RESISTENCIA A LO HORTERA
Enfrentamos, por tanto, un desafío enorme. No basta con reírse de la cutrez del fascismo, de su extravagancia y su vulgaridad. Tenemos que resistir, tenemos que luchar contra su propagación, contra su normalización. Tenemos que rechazar su estética de la negación, su retórica del odio, su política de la exclusión.
La lucha contra el fascismo no es solo una lucha política, sino también una lucha estética. Es una lucha contra la fealdad, contra la vulgaridad, contra el kitsch. Es una lucha por la belleza, por la empatía, por la humanidad.
El fascismo puede ser hortera, pero su hortería es un arma poderosa. No debemos subestimarla, no debemos ignorarla. Debemos resistir, debemos luchar, debemos prevalecer. Porque, al final del día, es nuestro mundo, nuestra humanidad, lo que está en juego.
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