¿Hasta dónde puede llegar un político en su afán de poder y reconocimiento? El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, nos ha dado la respuesta: el umbral está donde las ambiciones se topan con la realidad, donde los aplausos de los simpatizantes se tornan en murmullos de decepción. El espejismo de la investidura ha marcado el límite para Feijóo, y lo que sigue es un sinuoso descenso por la colina de la irrelevancia política.
Feijóo, quien una vez se vendió como el salvador de la derecha española, con un camino de constante ascenso desde técnico de Consellería hasta presidente del PP nacional, ha visto de golpe el final de su trayectoria ascendente. Los ecos del pasado, las glorias acumuladas en Galicia, todo parece desvanecerse tras un discurso en el Congreso que no fue más que un adiós implícito a sus aspiraciones.
Los paralelismos con Pablo Casado son innegables. Ambos fueron aclamados por sus seguidores, ambos fueron el rostro de la esperanza para su partido, y ambos enfrentaron el destino de ser apartados. Casado, al igual que Feijóo, fue el protagonista de portadas y tertulias hasta su inevitable ocaso.
El discurso de Feijóo resonó con un tono de derrota anticipada. Tras un mes de pérdidas, renunció a su propia investidura antes de celebrarse, admitiendo su fracaso. Se aferra a la creencia de haber ganado las elecciones, una afirmación que resuena vacía en los corredores del Congreso. «Tengo a mi alcance los votos para ser presidente del gobierno», declaró con un intento fallido de dignidad, como si los ciudadanos fuésemos incapaces de discernir las realidades de la política.
Los líderes de hoy no tienen el lujo de segundas oportunidades; la arena política no perdona y no espera. Feijóo escucha el tic-tac que marca el final de su carrera política. Los debates y análisis mediáticos que una vez lo ensalzaron, ahora serán los ecos de su retiro. La misma atención mediática que una vez favoreció a Casado, será ahora el recordatorio de lo que ambos pudieron ser.
En este relato de ascensos y caídas, las y los ciudadanos somos testigos del derrumbe de figuras que, embriagadas por el poder y el apoyo de sus bancadas, olvidaron que la política es, en última instancia, un servicio al pueblo, y no un juego de egos y ambiciones. Feijóo y Casado, con sus respectivos declives, son reflejo de una política que necesita renovarse y redimirse, que necesita líderes dispuestos a servir y no a ser servidos. Es hora de redefinir la política, de construir un espacio inclusivo y representativo, lejos de los ecos de los fracasos pasados.
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