Musk no quiere hacer eficiente el gobierno. Quiere convertirlo en su juguete.
Por Javier F. Ferrero
Elon Musk ha vuelto a demostrar que no es un empresario visionario, sino un personaje obsesionado con el poder que se cree por encima de la democracia. Su última ocurrencia: enviar correos electrónicos a empleados públicos exigiendo que detallen sus logros semanales bajo amenaza de despido, todo bajo la excusa de «ver si son capaces de responder a un email». Un experimento ridículo, humillante y absolutamente autoritario que desvela su desprecio por la función pública y su visión darwinista de la sociedad.
Lo más grave no es solo el desprecio con el que trata a los empleados gubernamentales, sino que este episodio evidencia hasta qué punto el aparato estatal estadounidense está siendo secuestrado por una casta de multimillonarios que ya no se conforman con influir en políticas económicas: ahora buscan dirigir directamente los destinos de la administración pública sin ningún tipo de control democrático.
Que un magnate como Musk, financiado en buena parte por contratos públicos y exenciones fiscales, imponga su modelo empresarial ultraindividualista a funcionarios de agencias como la Oficina de Protección Financiera del Consumidor o los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades es una perversión del sistema. El multimillonario, a quien Donald Trump ha puesto al frente del denominado «Departamento de Eficiencia Gubernamental», está aplicando su receta favorita: la intimidación y la precarización, disfrazadas de eficiencia.
UNA «PRUEBA» QUE REVELA LA PRIVATIZACIÓN DEL ESTADO
Musk trató de justificar su medida como un simple test de atención, un «filtro» para identificar quiénes responden rápido a una orden absurda disfrazada de evaluación laboral. La amenaza implícita es clara: “Si no me respondes, te despido”. Este tipo de políticas no solo generan miedo y desconfianza entre los trabajadores, sino que también consolidan un modelo en el que la gestión del Estado se convierte en un experimento distópico digno de una novela de ciencia ficción autoritaria.
La entrada de Musk en el aparato burocrático bajo el mandato de Trump deja en evidencia un plan mucho más ambicioso: la privatización total del servicio público, la eliminación de los derechos laborales en la administración y el traspaso del poder del Estado a las corporaciones. Es una estrategia de manual: primero se desprestigia a la función pública con la narrativa de que es ineficiente, luego se imponen métodos empresariales despiadados y finalmente se reemplazan trabajadores de carrera por gestores de confianza al servicio del gran capital.
La reacción de varias agencias gubernamentales, como el FBI o el Pentágono, pidiendo a sus empleados que no respondieran al correo electrónico de Musk, demuestra que incluso dentro de la propia administración hay sectores que ven con preocupación el alcance de estas maniobras. Sin embargo, esta resistencia podría no ser suficiente para frenar un proceso que lleva años gestándose: el asalto total del sector público por parte de las élites económicas.
Mientras Musk se divierte con experimentos de dominación laboral, el verdadero propósito de este episodio queda claro: la creación de un nuevo modelo de gobernanza en el que los multimillonarios deciden quién trabaja y quién no, quién merece un puesto en la administración y quién debe ser descartado como un robot defectuoso. Un mundo donde la democracia es solo un obstáculo más en su afán por controlar absolutamente todo.
Musk no quiere hacer eficiente el gobierno. Quiere convertirlo en su juguete.
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—-
Texto completo en: https://www.lahaine.org/mundo.php/de-tucidides-a-trump-las