Las y los profesionales del transporte exigen su derecho a una jubilación digna, mientras las patronales y el Gobierno ignoran sus demandas.
¿Cuánto tiempo más deberán esperar los trabajadores y trabajadoras del transporte para obtener una jubilación digna? Esa es la pregunta que se hacen miles de personas en un sector esencial para la economía, pero cuyo bienestar ha sido ignorado sistemáticamente por gobiernos y empresas. En medio de las próximas jornadas clave como el Black Friday y la campaña navideña, los sindicatos CCOO y UGT han convocado huelgas que amenazan con paralizar el transporte de mercancías y de viajeros en todo el país. La razón es clara: la falta de una solución concreta para adelantar la edad de jubilación de las y los conductores de camiones, autobuses y ambulancias, un colectivo que sufre condiciones laborales precarias, con largas jornadas al volante, fatiga extrema y un alto índice de siniestralidad.
Los sindicatos han señalado que las y los trabajadores del transporte enfrentan niveles de penosidad y peligrosidad muy superiores a los de otras profesiones. Este sector, vital para el funcionamiento del país, está compuesto por hombres y mujeres que cotizan seis veces más en lo relativo a accidentes de trabajo y enfermedades profesionales. No se trata solo de una cuestión de derechos laborales, sino de un problema de seguridad para toda la sociedad: conductores y conductoras exhaustos en las carreteras ponen en riesgo sus vidas y las de terceros.
Las y los profesionales del transporte no piden más que lo justo: que se aplique el acuerdo ya alcanzado entre sindicatos y Gobierno sobre los coeficientes reductores para la jubilación anticipada por penosidad. Sin embargo, hasta el momento, la inacción del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, así como la negativa de las patronales a avanzar en la negociación, ha llevado al límite a un colectivo que ya no puede esperar más. Las jornadas de huelga comenzarán el 28 de octubre, seguirán en noviembre y diciembre, y culminarán en una huelga indefinida que, de no resolverse la situación, afectará de lleno a la Navidad.
EL PESO DE LA RESPONSABILIDAD: ¿QUIÉN RESPONDE ANTE EL COLAPSO?
No es la primera vez que las y los trabajadores del transporte alzan la voz. Sin embargo, esta vez el silencio del Gobierno y de las patronales ha sido ensordecedor. En 2022, ya vivimos paros patronales que bloquearon el país durante días, pero lo que ahora está en juego es mucho más grande. Esta no es una movilización impulsada por empresarios, sino por los propios trabajadores y trabajadoras que están al borde del agotamiento físico y emocional.
La falta de relevo generacional es una de las grandes tragedias del sector. Mientras los sindicatos proponen fórmulas como la jubilación parcial con contrato de relevo, que permitiría que personas más jóvenes ocupen esos puestos, el Gobierno y las empresas no han mostrado ninguna voluntad de facilitar este proceso. Las plantillas envejecen, las condiciones empeoran, y cada vez hay menos manos dispuestas a sostener el peso de un sector que nunca ha dejado de ser imprescindible.
En este contexto, es absolutamente escandaloso que el Gobierno siga aferrándose a acuerdos en papel, sin dar el paso definitivo para convertirlos en realidad. Las personas trabajadoras del transporte no están pidiendo un privilegio. Están exigiendo que se cumpla lo que ya se acordó en la última reforma de pensiones, que reconocía el derecho a una jubilación anticipada para profesiones especialmente penosas. Pero hasta que no se publique el real decreto que lo haga efectivo, ese acuerdo es solo tinta sobre papel.
Las y los conductores de transporte por carretera se enfrentan a un futuro incierto, pero están decididos a no ceder. La huelga es su última herramienta, un grito desesperado que debería haber sido innecesario si las patronales y el Gobierno hubieran cumplido con sus responsabilidades. Pero lo más alarmante es la actitud de indiferencia con la que se ha gestionado el conflicto. El Ejecutivo, que tanto se jacta de proteger los derechos sociales, ha dejado a miles de trabajadores y trabajadoras al borde del colapso físico y psicológico. Mientras tanto, las patronales del sector se niegan a cualquier acuerdo que implique una mejora real en las condiciones laborales de sus empleados.
Con el Black Friday y la Navidad a la vuelta de la esquina, el impacto de esta huelga podría ser devastador. No solo para las empresas, sino para toda la ciudadanía. Pero la pregunta que queda es: ¿por qué debe ser el colapso total lo único que haga reaccionar a los responsables? El precio de la inacción lo pagaremos todos y todas, pero las personas trabajadoras del transporte llevan pagándolo durante años.
Sin acuerdos tangibles, sin un plan claro de jubilaciones anticipadas, sin la menor intención de abordar seriamente las condiciones laborales en este sector, no queda otra opción.
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