Un sistema de control, castigo y exterminio enmascarado como “seguridad” y “ayuda”
VALLAS, DRONES Y LISTAS DE ESPERA PARA SOBREVIVIR
La imagen se repite: colas de cientos de personas bajo un sol abrasador, niños esqueléticos en brazos de madres que piden perdón por no poder darles pan, soldados apuntando desde torretas, drones zumbando sobre sus cabezas. Gaza en 2025 no es un “conflicto”, no es una “crisis humanitaria”. Es un campo de concentración al aire libre. Y ya ni siquiera disimulan.
Más de dos millones de personas están atrapadas, sin posibilidad de escapar, sometidas a un cerco total terrestre, aéreo y marítimo. Desde el 7 de octubre de 2023, Israel ha impuesto un bloqueo aún más severo que los quince años anteriores, interrumpiendo el suministro de comida, agua, medicinas y combustible. La diferencia ahora es el perfeccionamiento del dispositivo de control: cercados por vallas, rastreados por satélite, fichados con sistemas biométricos y asesinados si se saltan la fila del hambre.
Human Rights Watch ya advirtió en su informe de marzo de 2024 que las políticas de Israel en Gaza podrían constituir “crímenes de guerra” y “crímenes de lesa humanidad”. La ONU ha denunciado el uso del hambre como arma. Pero la maquinaria sigue: los camiones con ayuda no entran, los puntos de distribución son limitados y están custodiados por soldados israelíes que abren fuego si hay aglomeraciones. El 27 de mayo, en Rafah, cinco personas murieron y otras cincuenta resultaron heridas mientras esperaban comida. ¿El delito? Tener hambre.
Este sistema no es accidental. Es un mecanismo de castigo colectivo. Es una arquitectura pensada para deshumanizar, someter y controlar cada gesto de vida de la población palestina. El historiador Rashid Khalidi lo define como “la evolución del colonialismo de asentamiento en versión siglo XXI”. Y como toda colonización, se basa en tres pilares: vigilancia, escasez y violencia.
EL MODELO COLONIAL ACTUALIZADO: EL CONTROL DEL CUERPO HAMBRIENTO
Lo que vemos hoy en Gaza recuerda demasiado a los sistemas penitenciarios coloniales británicos en la India, a las reservas indígenas en Canadá, a los bantustanes sudafricanos, a los campos de internamiento de Argelia o a los guetos judíos bajo ocupación nazi antes del exterminio. No por analogía retórica, sino por lógica funcional. Porque cuando una población entera es cercada, desarmada, aislada, humillada y asesinada por no cumplir protocolos de subsistencia, estamos ante un régimen de encierro total.
Y este régimen tiene tecnologías nuevas. Israel emplea IA y biometría para identificar “objetivos” desde el cielo, según reveló una investigación de +972 Magazine. Cada persona que accede a ayuda alimentaria debe registrarse mediante sistemas que recopilan datos personales y familiares. Cruzar sin permiso una valla o acercarse “demasiado” a un convoy puede considerarse motivo de ejecución. Lo documenta el relator especial de la ONU, Michael Fakhri, en su declaración de abril de 2025: “Estamos asistiendo a un sistema en el que el derecho a la alimentación está condicionado por la sumisión total al ocupante.”
Más de 70% de los edificios de Gaza han sido destruidos o dañados, y sin embargo, las ONG no pueden acceder libremente. El nuevo muelle flotante instalado por EE.UU. ha sido presentado como una medida “urgente y neutral”, pero solo permite la entrada de una fracción ínfima de lo necesario y opera con control militar. Como ha denunciado Médicos Sin Fronteras, “repartir ayuda entre escombros no basta si al mismo tiempo se impide el cese de los bombardeos.”
Los datos son devastadores: al menos 34.000 personas asesinadas, más de 14.000 menores entre ellas, según el Ministerio de Salud gazatí. Cientos han muerto de inanición. Y a pesar de las denuncias internacionales, el flujo de armas desde EE.UU. e incluso desde la UE continúa. El Washington Post documentó en mayo que el Pentágono ha enviado 1.800 contenedores de armamento a Israel desde el comienzo de la ofensiva.
Todo esto mientras se repite el mantra de que “Israel tiene derecho a defenderse”. Como si disparar a niños desnutridos fuera defensa. Como si encerrar a una población en ruinas fuera justicia. Como si controlar el hambre fuera caridad.
Gaza no es un campo de batalla. Es un campo de concentración digitalizado, vigilado, y justificado por los mismos que lloran en las cumbres mientras aprueban nuevos contratos de armas.
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