¿Eres hombre, blanco, cisheterosexual y de clase media para arriba? Enhorabuena: hoy en día ya no solo continúas siendo el centro de la sociedad, sino que además ahora también tienes carta blanca para quejarte de que quienes no son como tú te “oprimen”.
Por Cristina Cardín
Pero espera, que aún hay más: algunas mujeres blancas, cisheterosexuales y de clase media para arriba, en un giro inesperado de los acontecimientos, se han acogido a la misma carta blanca de las quejas. Porque, entre tú y yo, cómo va una negra, una gitana, una bisexual o una -horror- trans de esas que piden que se respeten sus pronombres, a darte lecciones a ti, que tanto estudiaste y tan bien das esas charlas o esos cursos que anuncias por Instagram.
En la guerra que sufre el feminismo, tanto de enemigos externos como internos, una buena trinchera es Abrir el melón, el libro de la periodista de Píkara, June Fernández, en el que recopila muchos de sus mejores artículos y entrevistas, y que edita Libros del K.O. Además de trinchera, sirve como arma contra ese reaccionariado que ha salido en tromba al verse legitimado por ciertos youtubers o personajes del mundo de la televisión, la política o las redes sociales. Así, en uno de los artículos, El “no es no” se queda corto, (imprescindible ahora que el Ministerio de Igualdad ha conseguido la tan esperada ley de Solo sí es sí) se explica, a través del caso de Anabel, cómo lamentablemente hay juzgados emitiendo sentencias “en las que se considera que, si una mujer dice sí, luego ya no puede decir que no”. Los escalofríos que aparecen al escribir esto dudamos que los haya sentido el tuitero que se cree muy políticamente incorrecto por soltar la gracieta del “ahora resulta que vamos a tener que firmar un contrato para follar”.
Ay, los mantras cuñados. Como ese otro que brama por los chiringuitos y que equipara con absurda equidistancia a Toni Cantó y su Oficina del Español con el Ministerio de Igualdad. En el artículo Ciudades inclusivas, ciudades más vivibles, Fernández desmonta las mentiras machistas: “Desde 2010 el presupuesto de las comunidades autónomas dedicado a la igualdad ha caído de media en un 74,4%” O el que trata de justificar la violencia de género con aquello de “es que las mujeres maltratadas se callan y no denuncian”. La respuesta a esto la da June en Cuando la denuncia cambia de lado, donde comparte las palabras de la abogada experta en violencia de género Juana Balmaseda: “No se puede incidir en la importancia de la denuncia si no se garantiza protección, apoyo psicológico, y un acompañamiento en la preparación del caso; de lo contrario se revictimiza a las mujeres y estas pierden la confianza en la justicia”.
En dos palabras: miedo e impotencia. Un miedo que nos atraviesa a todas las mujeres, pero es evidente que no a todas por igual. Y volvemos al principio, porque no damos crédito a posturas reaccionarias dentro del movimiento que sean incapaces de estremecerse frente a la vulneración de los derechos humanos de colectivos como las personas trans o las migrantes. ¿Dónde queda la unidad? No podemos pensar que los derechos son un pastel: que otros colectivos avancen en la consecución de derechos no quiere decir que estén comiéndose las porciones de pastel de otras personas. Los derechos suman, no restan, y así lo hace ver este libro cuando visibiliza, por poner varios ejemplos, a las mujeres del pueblo gitano, a las pertenecientes a la comunidad LGTBIQ+, o a las migrantes que son explotadas y que no tienen tiempo ni para academicismos ni para titulitis.
El gran error del feminismo, o de cualquier movimiento social, es centrarse solo en lo mediático. La periodista lo ejemplifica con un testimonio en Si el régimen de interna es esclavo, ¿hay que abolirlo?, en el que hablan las trabajadoras del hogar: “Vamos todas a una concentración de apoyo a Juana Rivas pero son contadas las que vienen a nuestras concentraciones. Dicen que primero hay que luchar por las reivindicaciones que afectan a todas las mujeres y luego ocuparse de las minorías. Mientras me sigas viendo como una minoría, vamos a seguir teniendo un problema”. ¿Por qué sucede esto? En el mismo artículo, el colectivo Trabajadoras No Domesticadas responde con una pregunta retórica: “¿Tal vez porque incomoda y nos cuestiona sobre los privilegios de unas sostenidos sobre la precariedad de otras?”.
Privilegios es la palabra. Todas las luchas, la borroka feminista incluida, se hacen de abajo hacia arriba. Estamos en lucha contra el patriarcado, un sistema elitista que nos considera ciudadanas de segunda y, dentro de nuestro grupo, a algunas incluso de tercera y de cuarta. Por eso no podemos comportarnos del mismo modo que el patriarcado, con argumentos calcados a partidos y asociaciones de ultraderecha. Ante la duda, siempre, siempre, hay que leer a la histórica activista Justa Montero, a quien June entrevista hacia el final de Abrir el melón:
Las trans, las gitanas, las musulmanas, las queer, las menopáusicas, las presas o las actrices porno. Todas tienen cabida en este libro y de todas podemos aprender valiosas lecciones. ¿La más común? La precariedad. Con la precariedad que fomenta el capitalismo las mujeres nos enfrentamos a un patriarcado todavía más despiadado. Todo a nuestro alrededor lo condiciona la precariedad: nuestro acceso a la salud, a la educación sexual, al trabajo, al sistema judicial, a la maternidad. Somos cuestionadas y discriminadas todo el tiempo, con el añadido de que, por culpa de la precariedad, muchas ni siquiera podemos defendernos. Desde sectores del movimiento se nos paternaliza, y desde los movimientos reaccionarios de ultraderecha, o liberales en lo económico y fascistas en lo político, se nos ridiculiza y se nos intenta presentar como las locas, las nazis o las mentirosas. Basta ya.
Recomendamos mucho la lectura de Abrir el melón, como si fuese un libro de texto al que llenar de apuntes (eso hemos hecho nosotras) y del que podemos extraer, como hemos dicho, trincheras de cuidados y armas en forma de apoyo mutuo y solidaridad. Queremos terminar con nuestro fragmento favorito del libro, perteneciente al artículo Mi opresión es la suprema:
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