Cuando el poder económico grita “libertad”, lo que quiere decir es “impunidad”
QUIEN CONTROLA EL TIEMPO, CONTROLA EL CUERPO
Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, ha decidido que el nuevo Gran Hermano es… Yolanda Díaz. Que la ministra de Trabajo quiera garantizar que las y los trabajadores no regalen horas a sus empresas le parece un paso hacia el infierno orwelliano. Orwell. Ese es el comodín. La palabra mágica. El grito de guerra de quien siempre ha tenido el poder y teme que le controlen, aunque sea un poco. Porque cuando Garamendi dice que “el control horario nos lleva al mundo de Orwell”, lo que teme no es una dictadura totalitaria. Lo que teme es que se acabe el tiempo regalado, el abuso crónico, la trampa estructural que permite al empresariado español obtener beneficios extraordinarios gracias a jornadas reales que se alargan mucho más allá de lo que marca el contrato.
Lo distópico no es fichar. Lo distópico es no saber cuántas horas trabajas, cuántas regalas, cuánto te explotan. Lo distópico es que te exijan estar disponible siempre, sin pagarte ese tiempo. Lo distópico es el “teletrabajo flexible” que significa que tu jefe puede llamarte a las diez de la noche un domingo. Lo distópico es que el sistema se base en una fe ciega en la productividad de las empresas, pero nunca en los derechos del cuerpo que produce. El de la trabajadora, el del reponedor, el de la enfermera. El tuyo.
En realidad, la declaración de Garamendi no es una anomalía: es un síntoma. Es la voz de un modelo que vive instalado en el privilegio empresarial de no rendir cuentas. Que ha normalizado una cultura laboral tóxica, abusiva y extractiva. Que se revuelve cada vez que alguien osa recordar que la ley también existe para las y los empresarios. La CEOE lleva años negociando con el reloj manipulado. Quieren pactos sociales sin reglas, sin sanciones, sin consecuencias. La famosa “flexibilidad” que significa siempre lo mismo: precariedad para ti, libertad para ellos.
EL VERDADERO MUNDO DE ORWELL: EL CAPITALISMO SIN LÍMITES
Que un representante del poder económico acuse al Estado de control autoritario cuando este simplemente quiere aplicar el Estatuto de los Trabajadores es una maniobra retórica tan vieja como el propio neoliberalismo. “Nos están vigilando”, grita el patrón. Pero ¿quién vigila al patrón? ¿Quién contabiliza las horas extras no pagadas? ¿Quién fiscaliza los contratos temporales encadenados, los despidos improcedentes disfrazados de reorganización, las bajas de salud mental que nadie reconoce? Orwell no vive en el BOE. Vive en los silencios de los comités de empresa que nunca se forman. En las nóminas que no cuadran. En los WhatsApps de domingo. En las cámaras de seguridad mirando a cajeras y reponedores, pero nunca a los directivos.
El mundo de Orwell no es el del control institucional sobre las empresas. Es el del control absoluto del mercado sobre nuestras vidas. Es la jornada de 12 horas en Glovo. Es el algoritmo que evalúa tu rendimiento sin decirte cómo ni cuándo. Es la libertad convertida en chantaje: si no te gusta, vete, hay diez más esperando. Es el modelo Amazon, que te premia por no mear. Es el modelo Inditex, que precariza en Bangladesh y gana premios en Davos. Es la rentabilidad como única ética, el capital como único dios, la empresa como único Estado. Garamendi solo pone voz a esa distopía normalizada: una donde el reloj del empresario marca el tiempo, pero el cuerpo del trabajador lo paga.
Y mientras acusa de “intervencionismo” a quien intenta regular la jornada, él defiende a las entidades financieras que preparan una fusión bancaria con aroma a oligopolio. Defiende que no se impongan condiciones a una OPA que afecta al sistema financiero de todo el país. Defiende que la economía debe ser libre… para los de arriba. Y todo esto mientras España lidera el crecimiento del PIB, con récord de beneficios empresariales y niveles de empleo históricos, gracias, entre otras cosas, a las políticas laborales de ese ministerio al que él acusa de dictatorial.
La patronal no quiere Orwell. Quiere Galt’s Gulch. Quiere el mundo de Ayn Rand: uno sin sindicatos, sin inspección laboral, sin derechos colectivos. Uno en el que los ricos son ricos porque se lo merecen y los pobres son pobres porque no se esfuerzan. Uno donde el reloj se detiene cuando conviene, y se acelera si así lo dicta la rentabilidad. Uno donde fichar es una agresión, pero despedir sin indemnización es libertad.
Eso sí que es distópico.
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