Sin embargo, el papel de AfD en la política alemana está limitado por el acuerdo tácito del resto de fuerzas políticas, algo que en España estamos lejos de lograr.
Las elecciones en Alemania serán en las que el partido de ultraderecha Alternativa por Alemania (AfD, en sus siglas en alemán) intenten consolidarse. AfD entró por primera vez en el Bundestag (Parlamento) en 2017 como tercera fuerza con el 12,6% de los apoyos (94 escaños). Fue un impacto en la política alemana: era la primera vez que un partido a la derecha de los cristiano-demócratas accedía al legislativo.
Las encuestas les otorgan al menos un 10-11%, con lo que caerían al cuarto lugar, por detrás de Los Verdes. La candidatura es bicéfala y está formada por Alice Widel y Tino Chruppalla. La extrema derecha intentará por todos los medios aumentar ese porcentaje en base al discurso odio y de miedo tan propio de la ultraderecha.
“Siguen estando, aunque no de forma tan relevante, todos los elementos propios de derecha radical populista europea Antiinmigración; ley y orden; el discurso populista (el establishment malvado allá arriba son los malos, y el pueblo los buenos); los enemigos son los partidos de la UE… Algún cartel incluso aboga por salir de la UE, romperla y hacer una nueva y diferente, en lugar de lo que decían sus líderes, que hablaban de reformarla. Ahora son más duros en su euroescepticismo”, explica el investigador belga Pietre Baudewyns, doctor en Comunicación por la Universidad Libre de Berlín (FUB) y coautor del podcast La canciller en crisis, además de varios libros sobre el surgimiento de AfD.
Choque contra un muro
Sin embargo, el papel de AfD en la política alemana está limitado por el acuerdo tácito del resto de fuerzas políticas, y en especial en la CDU de Merkel, para dejarles fuera de todas las coaliciones post-electorales.
Si hace cuatro años lograron marcar la agenda electoral y obligar al resto de fuerzas a hacer seguidismo, ahora han sido incapaces de colocar sus apuestas en los grandes debates de la campaña. La explicación de esta situación es el no poder acceder a las administraciones públicas. Por ello tampoco resultan de interés mediático para los medios, por lo que su mensaje populista no es difundido y no hace daño.
Cordón a Vox
Es propio de una democracia sólida como debería ser la nuestra que un cordón de esta naturaleza se plantee para aislar a una formación que no respeta los principios básicos de un estado de derecho.
Joaquín Urías, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla, hablamos de iniciativas contra partidos que estén “claramente fuera del sistema”. “Tiene sentido en partidos que son una barbaridad, claramente antisistema, cercanos a la violencia”, resume.
Las línea rojas que no se pueden cruzar, según el profesor, se reducen a una, sola pero esencial: “la única que yo pondría son los derechos humanos”. “En la medida en que un partido no se comprometa firmemente con su defensa, hay una línea roja”, repite.
El problema de este necesario cordón lo encontramos en el Partido Popular, quien se sabe incapaz de reunir los votos necesarios para gobernar en solitario y necesita de la extrema derecha para hacerlo. Por lo tanto, la responsabilidad final recae en el partido presidido por Pablo Casado. Una piedra dura ante la que choca la democracia de lleno. Como digo, podemos seguir soñando.
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