La toma del palacio presidencial previa huida de Ashraf Gani pone fin a una guerra blanda sin apenas oposición.
Kabul ha caído en manos de los extremistas. El presidente afgano, Ashraf Ghani, huyó del país rumbo a Tayikistán apenas horas después de que los talibán se plantasen en las puertas de Kabul y anunciasen en un comunicado, un alto a sus operaciones hasta “la conclusión de un acuerdo de transición”.
Quien fuera eterno número dos del Gobierno, Abdullah Abdullah, fue quien reveló que el presidente se encontraba ya en Tayikistán. Aparentemente, camino de Omán. Desde algún lugar, Gani terminó el día con este mensaje: “Los talibanes han ganado. Ahora les corresponde la preservación del país”.
En el comunicado talibán, que culmina dos semanas de ofensiva sin resistencia, los radicales indicaron inicialmente que “dado que la capital está densamente poblada, los muyaidín del Emirato Islámico no tienen intención de entrar en la ciudad por la fuerza o con guerra, sino hacerlo pacíficamente a través de una negociación en curso, para asegurarse de que un proceso transitorio se completa de forma segura, sin comprometer vidas, propiedad o el honor de nadie, y sin poner en riesgo las vidas de los kabulíes”.
Los talibán han accedido al palacio presidencial con la intención de declarar un Emirato Islámico, un Gobierno fundamentalista como el que ya existió durante la segunda mitad de la década de los 90.
El comienzo de una época negra
Estados Unidos no daba abasto huyendo del país y abandonando a su suerte al pueblo afgano. La comunidad internacional parece dispuesta a buscar un encaje político con los nuevos gobernantes, e incluso a concederles el reconocimiento, pese a las serias denuncias de violaciones de DDHH. Comienza una época negra en Afganistán.
Los extremistas, insisten en que su intención es “no vengarse de nadie” y prometen que “todos los que han servido en el ejército, la policía y los sectores civiles de la administración serán perdonados y estarán seguros”, confirmando así sus pretensiones de ser reconocidos como fuerza política y auspiciados por estamentos internacionales.
Mujeres y menores, los que más peligro corren
El 80% de los 250.000 afganos que han huido de sus hogares desde finales de mayo son mujeres, niñas y niños ante el temor de la interpretación radical del Islam de los talibán. Durante los 5 años en los que gobernaron antes de la invasión de Estados Unidos en 2001, entre otras cosas, prohibieron la educación de las niñas, el trabajo de las mujeres o que pudieran viajar solas.
Los talibán también llevaban a cabo ejecuciones públicas, cortaban las manos a los ladrones y apedreaban a las mujeres acusadas de adulterio. Un paso atrás, pues en los últimos años las mujeres habían conseguido cuestiones como que las niñas pudieran ir a la escuela o que estuvieran en el Parlamento, el Gobierno o los negocios.
Zarmina Kakar, activista por los derechos de las mujeres destaca: «Durante la última época de los talibanes, recuerdo que mi madre me llevó a comprarme un helado. Fui testigo de cómo los talibanes azotaron a mi madre por revelar su rostro durante un par de minutos, nunca podré olvidar la sensación de impotencia a pesar de ser una niña pequeña. Hoy vuelvo a sentir que si los talibanes llegan al poder, volveremos de nuevos a esos días oscuros».
Marianne O’Grady, directora adjunta de CARE International en Kabul, afirma que los avances logrados por las mujeres en las dos últimas décadas han sido espectaculares, sobre todo en las zonas urbanas, y añade que no puede ver que las cosas vuelvan a ser como antes, ni siquiera con la llegada de los talibanes al poder.
«No se puede deseducar a millones de personas» , dice. Si las mujeres «vuelven a estar detrás de los muros y no pueden salir tanto, al menos ahora pueden educar a sus primos, a sus vecinos y a sus propios hijos de una forma que no se podía dar hace 25 años».
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