Mientras el mundo mira a Teherán, en Gaza siguen muriendo familias bajo las bombas.
LA GUERRA COMO ESTRATEGIA DE DESVIACIÓN
Israel ha bombardeado esta madrugada Irán. No es casual. No es nuevo. No es una reacción desesperada. Es la misma arquitectura estratégica que ha sostenido décadas de expansionismo y violencia bajo el mantra de la autodefensa. Pero hoy sirve además a un fin urgente: tapar el hedor del genocidio en Gaza, que desborda ya las portadas, las cancillerías y los tribunales internacionales.
El ataque ha matado al jefe de la Guardia Revolucionaria iraní, Hosein Salamí, y a varios altos cargos. El Gobierno israelí se apresura a justificar el bombardeo como «preventivo», por los supuestos avances del programa nuclear iraní. El relato es conocido. La doctrina Begin, revivida una vez más por Netanyahu, no admite matices: golpear antes de que el enemigo sea imparable.
Pero no es el contexto nuclear el que dicta el calendario de estas bombas. Lo dicta Gaza. La Corte Internacional de Justicia, la Corte Penal Internacional, las imágenes de cadáveres infantiles y hospitales reducidos a escombros han colocado a Israel bajo un foco internacional inédito. El apoyo ciego de Estados Unidos y el chantaje a la Unión Europea empiezan a mostrar grietas. Hacía falta un gran incendio en otro frente para recuperar el relato de víctima asediada.
El propio Netanyahu lo ha dejado claro en su discurso: «Nuestra lucha es contra la brutal dictadura que oprime al pueblo iraní». Una línea de propaganda que sirve tanto para azuzar a la opinión pública como para justificar más violencia. Todo mientras su Ejército sigue bombardeando Líbano, ocupando parte de Siria y manteniendo el asedio sistemático de un pueblo entero en Gaza.
WASHINGTON BAILA AL RITMO DE TEL AVIV
El papel de Estados Unidos es, una vez más, de manual. La administración Trump ha salido a marcar perfil: no ha participado directamente, pero legitima la «acción defensiva» de Israel. El secretario de Estado, Marco Rubio, lo ha formulado sin rodeos: «Israel tomó medidas unilaterales contra Irán». Unilateral, pero respaldada. En paralelo, Trump asegura que busca un acuerdo diplomático. Es el viejo juego de siempre: con una mano negocian, con la otra empuñan el misil.
Mientras tanto, Irán advierte que responderá a cualquier ataque a sus bases. La espiral de violencia se acelera. La OIEA acaba de aprobar una resolución por la falta de transparencia iraní, y Teherán responde anunciando nuevas plantas de enriquecimiento y centrifugadoras avanzadas. La retórica de ambos lados sube, pero la narrativa que se impone en los medios occidentales vuelve a blanquear el contexto: se habla de la «amenaza iraní» pero se silencia que Israel es la única potencia nuclear no declarada de la región, nunca firmante del TNP.
Hay algo más grave: este ataque pone en jaque las negociaciones en Omán, que buscaban precisamente evitar un escenario así. Al dinamitar los avances diplomáticos, Israel no solo siembra más caos, sino que vuelve a colocar a Estados Unidos como rehén de su política exterior. Una vez más, Washington acepta bailar al ritmo de Tel Aviv, aunque el precio sea la paz en la región.
Todo ello ocurre mientras en Gaza no cesan las matanzas. Mientras en Rafah se excavan fosas comunes. Mientras en las ruinas de Jabalia se buscan cuerpos entre el polvo. Pero hoy los focos ya miran a Teherán. Y eso, para Netanyahu, es una victoria táctica. Por ahora.
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