Israel bloquea la entrada de alimentos mientras los precios suben un 3.000 % y Naciones Unidas advierte: la hambruna puede ser inminente.
La cifra es insoportable: medio millón de personas, una de cada cinco en Gaza, se enfrenta a la hambruna. No es una exageración. Lo dice la Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF), el sistema de la ONU para detectar catástrofes alimentarias antes de que sea demasiado tarde. Pero en Gaza ya es tarde. Lo que se está viendo no es una crisis: es un crimen en desarrollo.
Desde hace meses, Israel mantiene un bloqueo total sobre el enclave palestino, impidiendo el paso de ayuda humanitaria básica. Mientras tanto, las bombas siguen cayendo sobre hospitales, escuelas y zonas civiles. Y ahora, el hambre se convierte en el último eslabón de una maquinaria de asedio sistemático.
“Toda la población se enfrenta a altos niveles de inseguridad alimentaria aguda”, afirma el informe publicado el 12 de mayo por la CIF. La frase parece redactada con pinzas diplomáticas, pero los datos que la acompañan son demoledores: el precio de productos básicos como la harina ha subido un 3.000 % desde febrero. Un saco de 25 kilos de trigo cuesta ya entre 235 y 520 dólares. No hay salario que aguante. No hay familia que sobreviva.
El 26 de abril, niños palestinos hacían fila para recibir una comida caliente en el comedor social del Programa Mundial de Alimentos de la ONU en el campo de refugiados de Nuseirat. El 12 de abril, otro niño esperaba solo su ración gratuita de arroz entre ruinas y hambre. Esta no es una imagen puntual. Es la rutina de un asedio medieval, en pleno siglo XXI.
Según la CIF, una de cada cuatro personas ya ha recurrido a recolectar basura para poder alimentarse, y muchas aseguran que ya no queda “basura útil” que rescatar. Esta frase, que debería sacudir los cimientos de cualquier conciencia, ni siquiera ha provocado un debate serio en los grandes medios occidentales.
EL HAMBRE COMO ESTRATEGIA DE EXTERMINIO
El informe de la ONU no deja lugar a dudas: hay un «alto riesgo» de hambruna antes de septiembre si continúa el bloqueo israelí y las operaciones militares. A eso se suma la destrucción deliberada de infraestructuras, campos de cultivo, almacenes y panaderías. La estrategia es clara: cortar el acceso a lo básico para hacer inhabitable la vida.
Mientras tanto, Estados Unidos ha admitido que su plan de ayuda solo alcanzará para alimentar al 60 % de la población de Gaza, lo que implica que el otro 40 % —más de 900.000 personas— quedará a merced de la inanición.
La pregunta ya no es si estamos ante una crisis humanitaria. La pregunta es si el hambre está siendo usada como arma de guerra. Y la respuesta es sí. Así lo señalan múltiples expertos en derecho internacional humanitario y organizaciones como Human Rights Watch, que ha documentado el uso sistemático de la hambruna como táctica bélica.
Además, se han detectado bombardeos sobre almacenes de comida, sistemas de agua potable y plantas de tratamiento de aguas residuales, como ha denunciado Médicos Sin Fronteras y el Comité Internacional de la Cruz Roja en comunicados recientes.
El artículo 54 del Protocolo I de los Convenios de Ginebra prohíbe expresamente atacar, destruir o inutilizar bienes indispensables para la supervivencia de la población civil. Lo dice el derecho internacional. Lo sabe Israel. Y sin embargo, lo sigue haciendo.
Mientras tanto, los gobiernos europeos y Estados Unidos mantienen contratos millonarios con el complejo militar israelí. España, por ejemplo, tiene adjudicados al menos nueve contratos armamentísticos más con Israel pendientes de ejecución.
La misma semana en que Pedro Sánchez calificaba al Estado de Israel como “genocida”, su Gobierno mantenía la maquinaria económica de apoyo a esa misma política. No hay incoherencia más cínica que la que permite señalar con una mano mientras se firma con la otra.
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