El gallego no agoniza por desinterés, agoniza porque lo están matando.
Durante la última década y media, el gallego ha sido arrinconado por decisiones políticas que, lejos de protegerlo, lo han relegado al plano de lo marginal. El decreto de plurilingüismo de 2010, defendido como un avance, es en realidad un ataque directo a la normalización lingüística, convirtiendo al gallego en una lengua de segunda en su propia tierra.
El informe más reciente del Instituto Galego de Estadística (IGE) refleja con crudeza esta realidad: la mayoría de la población ya habla siempre en castellano, y un tercio de las y los jóvenes menores de 15 años ni siquiera sabe expresarse en gallego. Estos datos no son casuales. Responden a una política deliberada que durante años ha ignorado los acuerdos parlamentarios en materia de protección del idioma, desmontando cualquier intento de revertir la tendencia.
El discurso oficial de la Xunta, ahora encabezada por Alfonso Rueda, promete un «gran Pacto pola Lingua». Sin embargo, desde organizaciones como A Mesa pola Normalización Lingüística, la desconfianza es palpable. ¿Cómo creer en quienes llevan más de una década dinamitando los compromisos adquiridos para proteger el gallego? La realidad es que las acciones concretas brillan por su ausencia, y el futuro de la lengua queda, una vez más, a merced de la buena voluntad de una sociedad civil que no se resigna.
UNA SOCIEDAD QUE RESISTE MIENTRAS EL PODER MIRA A OTRO LADO
Miles de personas se dieron cita en la Praza da Quintana, en Santiago de Compostela, para clamar contra esta situación de emergencia lingüística. No fue un acto anecdótico, sino una muestra de un descontento profundo y extendido. Bajo el lema «Unámonos polo galego», las y los asistentes exigieron un cambio radical en las políticas lingüísticas y el fin de una estrategia institucional que solo favorece la desaparición del idioma.
El gallego no es solo una lengua; es un patrimonio cultural, una herramienta de cohesión y una seña de identidad. Ignorarlo equivale a renunciar a la esencia misma de Galicia. Ana Pontón, portavoz del BNG, lo resumió con claridad: “Los 15 años de políticas galegófobas están poniendo contra las cuerdas el futuro de nuestro idioma”.
El acto, que contó con el apoyo de figuras políticas y culturales, culminó con la actuación del grupo Tanxugueiras, que simboliza cómo el gallego sigue vivo y es capaz de conectar generaciones. Sin embargo, este impulso desde la sociedad choca con una administración que parece sorda a las demandas ciudadanas.
Para muchos, el desprecio al gallego forma parte de un proyecto más amplio de recentralización y homogeneización cultural que afecta no solo a Galicia, sino también a territorios como Cataluña y el País Vasco. La lucha por el gallego no es únicamente lingüística; es también una lucha por la diversidad y contra la uniformidad que impone el poder central.
El gallego no agoniza por desinterés, agoniza porque lo están matando.
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