Los megaincendios del noroeste peninsular no fueron un accidente natural, sino un crimen climático anunciado.
EL FUEGO COMO SÍNTOMA DE UNA ECONOMÍA SUICIDA
Los incendios de agosto en Zamora, León y Ourense no se explican por descuidos, rayos o pirómanos aislados. Se explican porque el planeta arde a la velocidad que impone un sistema que devora combustibles fósiles como si no hubiera mañana.
El informe urgente del consorcio científico World Weather Attribution (WWA) es claro: el cambio climático hizo que esos megaincendios fueran 40 veces más probables. La ola de calor que los alimentó, diez días de temperaturas asfixiantes, fue 200 veces más probable y 3ºC más intensa por el calentamiento global.
Antes de que la humanidad calentara la atmósfera, un episodio así habría ocurrido una vez cada 2.500 años. Ahora se repite, como media, cada 13 años. Esa es la diferencia entre un planeta habitable y un infierno forestal.
Europa ha superado este año, por primera vez desde que existen registros, el millón de hectáreas calcinadas. Y en el Estado español hemos sufrido la peor temporada de incendios en tres décadas, según la Cruz Roja y la Media Luna Roja. En Galicia, el norte de Portugal y Castilla y León, pueblos enteros fueron arrasados, comunidades desplazadas y hábitats del oso pardo quedaron reducidos a cenizas.
El capitalismo global sigue alimentando esta hoguera. Mientras se multiplican los vuelos low cost, las cumbres climáticas patrocinadas por petroleras y las ciudades que dependen de macrocentros comerciales climatizados, los montes arden como si fueran la moneda de cambio de nuestra pasividad colectiva.
NEGACIONISMO, ABANDONO Y DESIGUALDAD SOCIAL
Los gobiernos prefieren hablar de cortafuegos y helicópteros que de gasoductos y multinacionales energéticas. En España, el discurso oficial ha girado hacia el abandono rural y la acumulación de vegetación. Cierto, pero incompleto. El incendio no lo encienden los pastos altos, lo encienden las emisiones de Repsol, Endesa o Naturgy.
La propia comunidad científica lo repite: no importa si el fuego lo provoca un rayo, un cable eléctrico o un incendiario. El verdadero detonante es el calor extremo causado por las emisiones que no dejamos de liberar.
La vulnerabilidad aumenta porque las temporadas de incendios empiezan antes y acaban más tarde. Y porque las políticas de prevención siguen siendo raquíticas. No hay recursos para brigadistas, pero sí para rescatar autopistas privadas o comprar tanques.
El presidente de la Asociación Meteorológica Española, Ernesto Rodríguez Camino, lo resume sin adornos: “El origen último de la mayor frecuencia e intensidad de incendios hay que atribuirlo al uso generalizado de combustibles fósiles”. Y, como recuerda el investigador Gustavo Saiz del INIA-CSIC, lo hemos confirmado ya en carne viva: hemos cambiado el clima, y con ello la naturaleza del fuego.
En paralelo, las comunidades más pobres son las más golpeadas. Pueblos que ya habían perdido empleo y servicios públicos ahora pierden también sus casas y bosques. La emergencia climática no solo es ambiental, es social y de clase.
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