La administración Biden mostraba su firme condena al bombardeo contra los cooperantes en Gaza mientras, en paralelo, aprobaba la venta de más armas al estado hebreo
En un mundo que pretende avanzar hacia la paz y la justicia, la realidad golpea con la fuerza de la contradicción y el cinismo. La aprobación de Estados Unidos para la venta de miles de bombas a Israel, el mismo día en que siete cooperantes de World Central Kitchen perdían la vida en Gaza, es un acto que desborda cualquier límite de la hipocresía y revela la verdadera naturaleza de las políticas exteriores que se rigen más por intereses ocultos que por principios humanitarios. Así lo rebela el Washington Post.
Este hecho no solo expone la doble moral de la administración Biden, sino que también pone en evidencia el abismo entre lo que se proclama públicamente y lo que se ejecuta en la oscuridad de las negociaciones políticas y militares. El mensaje es claro: mientras se condenan los ataques y se prometen investigaciones, las manos se manchan con la tinta de acuerdos que alimentan el conflicto y perpetúan el ciclo de violencia.
Este acto no es solo una afrenta a la memoria de los cooperantes asesinados, entre los cuales había un ciudadano estadounidense, sino también a todos aquellos que buscan incansablemente la paz y trabajan en las condiciones más adversas para proporcionar ayuda humanitaria a las víctimas de un conflicto interminable. Resulta patético y revelador que, en lugar de presionar para una solución pacífica, Estados Unidos opte por reforzar el arsenal de un estado que ha demostrado repetidamente su desprecio por la vida de los civiles y los trabajadores humanitarios.
La justificación de estos actos bajo el manto de la seguridad y la defensa de intereses estratégicos no hace más que desvelar la farsa de un sistema internacional donde los poderosos actúan con total impunidad. La venta de armas a Israel, en este contexto, no es solo una política fallida; es una complicidad en los crímenes cometidos, una señal de aprobación a la devastación y el sufrimiento infligido sobre inocentes.
Es imperativo cuestionar y confrontar esta política beligerante y cortoplacista, que socava los esfuerzos de paz y seguridad global. La administración de Estados Unidos debe rendir cuentas no solo ante su pueblo, sino también ante la comunidad internacional, por sus acciones y las consecuencias que estas acarrean.
El camino hacia la paz es complejo y lleno de desafíos, pero nunca será alcanzado a través de la hipocresía y el comercio de armas. Es hora de que Estados Unidos reconsidere su posición y actúe con la integridad que la situación demanda. La memoria de aquellos que han perdido la vida en busca de un mundo mejor lo exige, y la justicia no debe esperar más.
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