Un gesto cultural que desarma la impunidad del negocio bélico.
EL PODER DE DECIR NO EN UN MERCADO QUE PRETENDE SER INEVITABLE
Más de 162 grupos musicales de Euskal Herria y alrededor de 650 artistas han tomado una decisión que incomoda a los amos del algoritmo. Han empezado a borrar su música de Spotify, la plataforma que presume de democratizar la cultura mientras su fundador invierte casi 700 millones de euros en una empresa dedicada a drones e inteligencia artificial militar. El colectivo Musikariak Palestinarekin decidió que ya estaba bien de fingir neutralidad. Que no se puede cantar contra la injusticia desde un lugar que alimenta la industria que la perpetúa.
La denuncia es simple y contundente. La misma mano que distribuye canciones financia tecnologías para la guerra. No hay metáfora. No hay interpretación. Daniel Ek, el fundador multimillonario de Spotify, puso su dinero en Helsing, una compañía que desarrolla sistemas militares de inteligencia artificial desplegados en Europa. La plataforma intenta justificarlo con el mantra de la “defensa” frente a Rusia, una retórica que ya sirve para casi cualquier cosa. Pero mientras el debate geopolítico se enreda, en Gaza continúa lo que muchos artistas describen sin rodeos como un genocidio.
Las y los portavoces del colectivo lo presentaron en la librería Katakrak, en Iruñea. Recordaron los más de dos años desde que Israel intensificó la ocupación, convertida en ruido de fondo para los medios, en paisaje normalizado. Han decidido romper ese silencio desde el único lugar donde pueden hacerlo: retirando su trabajo de una plataforma que, dicen, se lucra con la devastación.
“Sabiendo que para Spotify no somos nadie, queremos fomentar la premisa contraria: que Spotify no sea nada para nosotras y nosotros”, afirmaron. Una frase que no solo denuncia el modelo económico de la plataforma sino también su arrogancia. Un mercado que trata a las y los músicos como mera estadística recibe ahora una respuesta que no encaja en sus gráficos de rendimiento.
CUANDO LA MÚSICA SE RETIRA DE LA ZONA CONFORTE Y SE SUMA A LA LUCHA
El boicot es simbólico, lo admiten. Pero la potencia de un gesto colectivo radica en su capacidad para expandirse. En apenas tres meses han sumado a grupos como Glaukoma, Nakar, Kortatu, Negu Gorriak, La Furia, Mursego o Jon Maia. La cultura vasca vuelve a demostrar que no sabe mirar para otro lado. Que sigue manteniendo ese hilo rojo que une creación con resistencia, memoria con solidaridad, música con dignidad.
Spotify se apresuró a responder. Emitió declaraciones para Hordago insistiendo en que Helsing es “una empresa independiente” y en que la plataforma “no está involucrada en Gaza”. Pero el problema aquí no es jurídico. Es ético. La línea que separa la industria tecnológica de la militar ya no existe. Y cuando una empresa cultural navega en esas aguas, no vale esconderse detrás del departamento de comunicación.
El colectivo insiste en que no es una cruzada moral ni un dedo acusador contra otras y otros músicos. Cada banda vive una realidad distinta. Los ingresos son precarios, las giras son difíciles, las escuchas importan. Pero aun así, 650 personas han decidido renunciar voluntariamente a la visibilidad que el algoritmo promete (aunque casi nunca cumple). Ese sacrificio es político. Y por eso estremece.
También reconocen que necesitarán algo más que un boicot para transformar un mercado dominado por gigantes globales. Pero este paso tiene un valor incalculable: muestra que la escena vasca no está dispuesta a aceptar que la cultura sirva de tapadera para la industria del asesinato teledirigido. Muestran que la música puede ser una herramienta para romper consensos, incluso cuando esos consensos llevan el camuflaje de lo inevitable.
Mientras tanto, el mensaje se extiende. Más grupos se suman. Más oyentes cuestionan dónde ponen su dinero. Más artistas denuncian que no quieren que su música conviva con inversiones que facilitan bombardeos. En un mundo donde todo se quiere convertir en contenido, aquí hay un contenido que incomoda. Y esa es su fuerza.
La música nació para acompañar luchas. Hoy también sirve para señalar a quienes hacen negocio con la muerte.
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