RTVE rompe el monopolio mediático de la ultraderecha y la reacción es pura histeria.
CUANDO EL RELATO DEJA DE SER SUYO
Durante años, las derechas dominaron el televisor. Las tertulias, las portadas, los editoriales, incluso los silencios, bailaban al ritmo de sus intereses. Atresmedia y Mediaset marcaron la agenda mientras las y los periodistas críticos sobrevivían a base de precariedad o censura. Pero algo cambió. RTVE, por primera vez en mucho tiempo, ha decidido hacer televisión pública de verdad.
La 1 ha superado los dos dígitos de audiencia, un 12,2% en septiembre, a solo un punto de Antena 3. La Hora de La 1 con Silvia Intxaurrondo, Directo al Grano, Mañaneros 360 o Malas Lenguas han liderado sus franjas. El Telediario de las tres ha rozado el 17,8% de share, y La 2 mantiene un sólido 3% de audiencia media. RTVE no solo resiste: compite. Y eso, para quienes están acostumbrados a mandar, es una amenaza política, no un dato técnico.
La derecha ha perdido algo más que espectadores. Ha perdido control. Ya no dicta los términos del debate. Los informativos ya no comienzan con el argumentario de FAES, ni las tertulias se construyen en función de los intereses de Moncloa o Génova. RTVE ha apostado por pluralidad, por análisis, por programas que no tratan a la audiencia como súbdita. Por eso la reacción ha sido de rabia, insulto y miedo.
Desde ABC la llaman “Telepedro”, desde FAES “servicio plurinacional de propaganda”, y desde el PP “el ministerio número 23”. Vox directamente promete arrasarla: el diputado Javier Mariscal ya fantaseó con “entrar con motosierra o lanzallamas” en Prado del Rey. No es solo histeria: es el miedo a perder el monopolio del relato, el mismo miedo que empuja a censurar a Silvia Intxaurrondo por preguntar, o a Ana Rosa por llorar su caída de audiencia mientras presume de “pluralidad”.
La reacción mediática y política tiene un denominador común: RTVE ha ocupado el espacio del que se apropiaron durante décadas los medios privados al servicio del poder económico. Y ahora, cuando la tele pública empieza a cumplir su función, la llaman “ideologizada”. Lo que en realidad quieren decir es que ha dejado de ser dócil.
LA GUERRA CULTURAL SE EMITE EN DIRECTO
“Estamos ocupando un espacio de interpretación de la actualidad que antes no ocupábamos. Y eso molesta”, reconocen fuentes de la cadena pública. Molesta, sobre todo, a quienes llevan años confundiendo pluralidad con propaganda. El ascenso de RTVE llega mientras Mediaset se hunde y Atresmedia se acomoda en la autocomplacencia del duopolio. El vacío lo ha llenado una televisión que decide hablar de lo público sin pedir permiso.
El éxito no está solo en las cifras. Está en el cambio cultural. RTVE ha entendido que el público joven ya no soporta el cinismo de los tertulianos de siempre, que las redes sociales importan más que el share, y que una entrevista rigurosa a un ministro incomoda más que mil editoriales de FAES. El profesor Toni Aira lo resume con precisión: “La televisión pública ha decidido dar una batalla que también es ideológica y cultural.”
El Gobierno no necesita “colonizar” RTVE, como repite la derecha; lo que ha hecho la corporación es descolonizarla del relato conservador, el que imponía que criticar al PP era “adoctrinar” y defender lo público era “militar”. La derecha no soporta una televisión que deje de ser cómplice de su narrativa. Por eso la furia contra RTVE es el reflejo más claro de la pérdida de hegemonía mediática del bloque reaccionario.
Los ataques de Feijóo, Aznar, Ayuso y Abascal no son casuales. Son parte de una estrategia para desgastar la credibilidad de un espacio que no controlan. Y no es solo una batalla comunicativa, sino electoral. Cada décima de audiencia que gana RTVE es un punto que pierden los canales privados en su guerra por mantener la ciudadanía en la desinformación y la apatía.
Lo que realmente les aterra no es Silvia Intxaurrondo ni los programas de Javier Ruiz. Lo que temen es que millones de personas vuelvan a creer que la televisión pública puede servir para algo más que anestesiar.
El día en que RTVE vuelva a ser silenciada, no será una victoria del periodismo neutral. Será el regreso del ruido, de los bulos, del miedo. Hasta entonces, cada décima de share en La 1 es una derrota para la propaganda.
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