El aborto reabre la guerra interna en el PP y desnuda la fractura ideológica de la derecha
EL ABORTO COMO CAMPO DE BATALLA POLÍTICA
El liderazgo de Alberto Núñez Feijóo se tambalea otra vez, atrapado entre dos polos que lo desgarran: Pedro Sánchez y Isabel Díaz Ayuso. La presidenta madrileña, que ha hecho de la confrontación su método político, reabrió la guerra ideológica del aborto con una frase que sonó a desafío directo a la ley: “Que se vayan a otro lado a abortar.” Su negativa a crear el registro de médicos objetores —obligatorio desde 2023— la colocó fuera del marco legal y obligó a Feijóo a salir al rescate para apagar un incendio que ella misma había provocado.
El Gobierno no tardó en responder. Pedro Sánchez acusó a Ayuso de querer devolver al país a los tiempos en que las mujeres se veían obligadas a viajar a Londres o París para ejercer su derecho. “Esta es la libertad que promueve Ayuso: la de los viajes clandestinos”, escribió. Moncloa advirtió que usará “todos los instrumentos legales”, incluido el Tribunal Constitucional, para hacer cumplir la norma.
La rebelión madrileña se convirtió en un problema nacional para el PP. Otras comunidades gobernadas por el partido —Aragón, Asturias y Baleares— anunciaron que sí aplicarían la ley, dejando sola a Ayuso en su cruzada. Feijóo, presionado por el Gobierno y por su propio partido, trató de marcar distancia sin romper el equilibrio precario que sostiene su liderazgo. En un comunicado calculado al milímetro y sin mencionar a Ayuso, se limitó a recordar que “toda mujer debe poder interrumpir su embarazo conforme a las leyes vigentes”.
Feijóo no lidera: reacciona. Su papel, una vez más, fue el de un bombero atrapado entre el fuego de la Puerta del Sol y la presión de Moncloa. El episodio revela la dificultad estructural del PP para reconciliar sus dos almas: la tecnocrática y centrista que Feijóo intenta proyectar, y la populista y moralizante que Ayuso encarna con eficacia mediática.
UN CONFLICTO CRÓNICO: DEL ABORTO AL PROCÉS
Lo ocurrido con el aborto no es un hecho aislado, sino un patrón. Desde que Feijóo asumió la dirección del PP, Ayuso ha convertido cada discrepancia en un pulso de poder. Lo hizo con la amnistía, con la financiación autonómica, con la educación y con la gestión de la pandemia. Siempre en el mismo registro: desmarcarse de la moderación, ocupar el espacio ideológico de Vox sin mencionarlo y proyectar una imagen de “rebeldía liberal” frente al Estado.
En 2023, el llamado protocolo antiaborto en Castilla y León —impulsado por Vox— fue la primera prueba seria. El Gobierno lo tachó de “tropelía” y amenazó con recurrirlo. Feijóo tardó varios días en reaccionar, mientras Ayuso callaba para medir el viento. Cuando por fin habló, el gallego redujo el asunto a un “comentario de tertulia”, una forma elegante de mirar hacia otro lado mientras su partido jugaba con derechos fundamentales.
La historia se repitió con la ley de amnistía. Feijóo la calificó de “ilegal e inmoral”, pero fue Ayuso quien llevó el discurso al extremo, hablando de “golpe a la justicia” y llamando a la movilización en la calle. En el acto del PP en Cibeles, en octubre de 2023, fue ella quien acaparó los titulares con su tono apocalíptico, mientras Feijóo se refugiaba en la retórica institucional.
Cada vez que Ayuso sube el volumen, Feijóo tiene que fingir que dirige la orquesta. Lo que parece estrategia compartida es, en realidad, una batalla por la hegemonía dentro del partido. El gallego intenta representar la fiabilidad ante Bruselas y los empresarios; la madrileña, la pureza ideológica ante la base conservadora y mediática.
En materia económica, la tensión fue igual de visible. Cuando Moncloa planteó aliviar la deuda autonómica, Ayuso pidió al resto de barones populares que boicotearan cualquier diálogo con Sánchez, al que acusó de “comprar voluntades con dinero público”. No todos la siguieron. Feijóo optó por dar autonomía a los presidentes regionales, pero el resultado fue el mismo: Ayuso marcó la línea dura y Feijóo tuvo que correr detrás.
En educación, su Gobierno impugnó varias disposiciones de la Ley Celaá, ordenó no aplicarlas y organizó semanas de exaltación patriótica en los colegios, como la de la Hispanidad, criticada por romantizar la colonización. Mientras tanto, Feijóo intentaba sostener la imagen de gestor moderado ante una líder que convierte cada diferencia en un altavoz.
El aborto es solo la última grieta visible. En el fondo, Ayuso ha asumido el papel que Vox ya no puede cumplir desde fuera del Gobierno madrileño: tensar el marco político hacia la derecha y hacer del enfrentamiento una identidad. Feijóo, incapaz de controlarla, se ha resignado a gestionar el daño.
La pregunta ya no es si el PP puede gobernar con Ayuso dentro. La pregunta es si puede gobernar sin convertirse en ella.
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