– Fuerzas israelíes interceptan y secuestran el barco con ayuda humanitaria y a Greta Thunberg en aguas internacionales
– El asedio israelí contra Gaza se extiende ahora a activistas y civiles desarmados. La Flotilla de la Libertad, que transportaba alimentos para una población al borde de la inanición, ha sido capturada a la fuerza.
EL BLOQUEO ISRAELÍ A GAZA YA NO SE CONTENTA CON MATAR DE HAMBRE: AHORA INTERCEPTA BARCOS HUMANITARIOS Y DETIENE ACTIVISTAS
Greta Thunberg no es terrorista. Tampoco lo son las y los activistas, médicos, periodistas y cooperantes que viajaban con ella en el Madleen, un pequeño barco civil que zarpó desde Sicilia cargado de ayuda humanitaria simbólica —arroz, fórmula para bebés— con destino a la Franja de Gaza. Iban con chalecos salvavidas, no con armas. Llevaban manos alzadas, no explosivos. Navegaban en aguas internacionales. Y aun así, fueron secuestradas y secuestrados por la Marina de Israel.
Lo cuesta la propia Thunberg:
Greta Thunberg has been kidnapped by lsrael. #Madleen pic.twitter.com/9sdmYkutLV
— Muhammad Smiry 🇵🇸 (@MuhammadSmiry) June 9, 2025
La escena no necesita adornos: soldados israelíes armados hasta los dientes abordando un barco civil frente a las costas de Egipto, llevándose a bordo a Thunberg y al resto de la tripulación, desarmada y en misión humanitaria, bajo la excusa de que el buque suponía una “provocación mediática”. La provocación, para Tel Aviv, es que el mundo vea que hay quienes aún intentan romper el cerco genocida que Israel mantiene desde hace casi dos décadas contra la población gazatí.
No es un episodio aislado ni un exceso puntual. Es la aplicación sistemática del terror de Estado disfrazado de legalidad militar. Porque, digámoslo sin eufemismos: el bloqueo marítimo y terrestre a Gaza es un crimen en sí mismo, tal como denuncian organizaciones internacionales y juristas independientes. No se trata de una defensa de seguridad, sino de un castigo colectivo a más de dos millones de seres humanos, al que ahora se suma la criminalización de toda acción solidaria.
Greta Thunberg había sido advertida. El ministro de Defensa israelí, Israel Katz, no se molestó en ocultar sus intenciones. En un mensaje en X proclamó sin pudor: “He instruido a las FDI para actuar y evitar que la flotilla del odio llegue a Gaza”. Llamar «odio» al arroz y a la leche para bebés define la lógica perversa que ampara esta barbarie. Un país que lleva 20 meses arrasando sistemáticamente hospitales, escuelas y campos de refugiadas y refugiados, asesinando ya a más de 54.880 personas —según cifras del Ministerio de Salud gazatí—, es el que decide qué es ayuda y qué es propaganda.
Como hace quince años, cuando comandos israelíes mataron a 10 personas a bordo del Mavi Marmara, la doctrina sigue intacta: ninguna ayuda llegará a Gaza si no es bajo control de las autoridades ocupantes, a través de sus mecanismos filtrados, manipulados y politizados. La supuesta Fundación Humanitaria de Gaza, respaldada por Israel y EE.UU. pero rechazada por las principales organizaciones humanitarias, es un canal de propaganda, no de socorro real.
La ONU lo ha dicho claramente: la población gazatí enfrenta la más sombría de las elecciones posibles, morir de hambre o arriesgarse a ser asesinada mientras busca comida. El reciente informe del Alto Comisionado de Derechos Humanos, Volker Türk, no deja lugar a dudas. Pero a Israel esto no le basta. También persigue, intercepta y encarcela a quienes intentan romper este ciclo de exterminio con gestos de solidaridad.
LA HIPOCRESÍA DEL BLOQUEO Y LA COBARDÍA DE OCCIDENTE
El lenguaje oficial israelí roza ya el esperpento. La Cancillería tilda el Madleen de “yate de selfis” de “celebridades”, en un intento burdo de deslegitimar a Thunberg y al resto de los activistas. Publica imágenes suyas con chalecos salvavidas y les ofrece agua y comida —esas mismas cosas que niega a diario a las familias de Gaza— como si eso blanqueara el secuestro en alta mar.
El cinismo es tal que la Marina israelí justificó la orden de cambio de rumbo porque la embarcación se acercaba a “una zona restringida”. Lo que en el lenguaje del apartheid significa: toda la costa de Gaza es zona prohibida para la solidaridad, para los derechos humanos y para la dignidad.
Europa, mientras tanto, calla. España, Francia, Alemania, Países Bajos y Suecia tienen ciudadanas y ciudadanos a bordo del barco secuestrado. Deberían estar exigiendo, de inmediato, la liberación de sus compatriotas y el fin del acoso a las misiones humanitarias. No lo harán. Como no han exigido el cese del genocidio, ni el embargo de armas a Israel. Su complicidad ya no es pasiva: es estructural.
La captura del Madleen es un aviso al mundo: la solidaridad también será criminalizada. Israel no teme ni a las condenas de Naciones Unidas, ni a las órdenes de arresto de la Corte Penal Internacional, ni a las críticas de los movimientos sociales globales. Su aparato de guerra está en plena ofensiva, tanto en Gaza como en los márgenes de la legalidad internacional.
El Madleen llevaba arroz, leche en polvo y mujeres y hombres con conciencia. No llevaba armas, ni bombas, ni discursos de odio. Pero eso es lo que más teme un régimen que ha hecho de la deshumanización su estrategia de supervivencia. Lo sabe Thunberg. Lo saben las y los activistas de la Flotilla de la Libertad. Lo sabe cada madre en Gaza que esta noche seguirá preguntándose cómo alimentar a su hija o hijo mañana. Y el mundo, por mucho que intenten silenciarlo, también lo sabe.
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