Nada en su discurso responde a la realidad; todo se reduce a crear indignación prefabricada para movilizar (mal) a su electorado.
Javier F. Ferrero
La política española lleva años atrapada en una burbuja mediática que no representa al país real, sino a los intereses de una élite informativa que dicta qué es importante y qué no. Desde las redacciones de los grandes medios y las tertulias de rigor, se decide qué merece ser un escándalo y qué puede pasar desapercibido. Y no, no es casualidad que esa maquinaria mediática siempre termine sirviendo a la derecha. El problema no es solo la manipulación, sino la facilidad con la que la ciudadanía es arrastrada por estos montajes.
El caso del palacete de París es un claro ejemplo. Un edificio que la Gestapo incautó y que Franco aprovechó para su dictadura se ha convertido, por obra y gracia de la derecha mediática, en la “prueba definitiva” de la traición de Sánchez. Lo curioso es que nadie en el PP dijo nada cuando Rajoy negociaba exactamente lo mismo con el PNV. Pero ahora había que fabricar ruido, y la derecha ha demostrado que en eso es imbatible. Nada en su discurso responde a la realidad; todo se reduce a crear indignación prefabricada para movilizar a su electorado.
Feijóo, que antaño renegaba del ruido madrileño, ha terminado siendo prisionero de él. Ha aprendido que en la política actual no importan los hechos, sino la capacidad de imponer el relato. Por eso, cuando tuvo que decidir entre actuar con responsabilidad o alimentar la farsa del “escándalo del palacete”, no dudó: eligió lo segundo. El problema es que ahora su partido tendrá que votar a favor del decreto que inicialmente rechazó. Un ridículo que, lejos de perjudicarle, solo empuja a más votantes de derecha hacia Vox, el único que sigue vendiendo el mismo relato sin contradicciones.
EL PALACETE Y LOS INQUIOKUPAS: EL NEGOCIO DEL MIEDO
El PP y su entorno mediático no podían dejar escapar la oportunidad de meter en la coctelera otro gran clásico de la política del miedo: la okupación. La obsesión por demonizar a las familias que no pueden pagar un alquiler es clave en el discurso de la derecha, porque permite desviar la atención del verdadero problema: los precios abusivos de la vivienda. Si el alquiler es inasumible y comprar un piso es un sueño inalcanzable para la mayoría, mejor señalar a los más débiles como culpables en lugar de enfrentarse a los especuladores.
Y así nacieron los “inquiokupas”, un concepto diseñado en los laboratorios de la antipolítica para convencer a la ciudadanía de que cualquier inquilino con dificultades económicas es un delincuente en potencia. Una mentira útil para justificar la falta de soluciones reales al problema de la vivienda y, de paso, fortalecer el negocio de la seguridad privada. No es casualidad que los anuncios de alarmas hayan crecido exponencialmente en los medios que más insisten en esta narrativa.
El resultado es claro: el votante del PP que se tragó el cuento del palacete y los inquiokupas ahora se siente traicionado cuando ve que su partido cambia de postura. Y ahí es donde aparece Vox. Abascal no necesita ser coherente, solo necesita parecerlo. Mientras el PP hace equilibrios para contentar a sus medios afines, Vox puede seguir vendiendo el mismo discurso sin matices ni rectificaciones.
El Palacetegate no es más que otro episodio en la larga lista de farsas que alimentan la antipolítica. Un escándalo prefabricado que no resuelve nada, que no mejora la vida de nadie y que solo sirve para inflar las expectativas de la extrema derecha. Mientras tanto, los alquileres seguirán disparados, los salarios seguirán siendo insuficientes y las verdaderas urgencias del país seguirán esperando. Pero a la burbuja mediática eso le da igual, porque su negocio es otro: vender indignación. Y en eso, llevan años siendo los mejores.
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