En una época caracterizada por polarizaciones y el rápido desdibujamiento de líneas entre conceptos cruciales, es necesario destacar la diferencia entre la crítica a Israel y el antisemitismo. ¡Basta ya! es el clamor unánime de aquellos que demandamos una clara distinción entre la legítima crítica a las políticas de un Estado y la hostilidad hacia un grupo religioso y étnico en su conjunto.
EL ANTISEMITISMO SEGÚN LA ALIANZA INTERNACIONAL PARA EL RECUERDO DEL HOLOCAUSTO
La Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto, una organización intergubernamental fundada en 1998 que reúne a gobiernos y expertos para fortalecer, avanzar y promover la educación, la investigación y el recuerdo del Holocausto en todo el mundo y para cumplir los compromisos de la Declaración del Foro Internacional de Estocolmo, nos ofrece una clara definición de lo que es el antisemitismo: “El antisemitismo es una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como odio a los judíos. Las manifestaciones físicas de este antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto.” Esta definición nos proporciona una clara comprensión de lo que realmente significa el término.
Sin embargo, es igualmente importante señalar que: “Las manifestaciones pueden incluir ataques contra el Estado de Israel, concebido como una colectividad judía. Sin embargo, las críticas contra Israel, similares a las dirigidas contra cualquier otro país, no pueden considerarse antisemitismo.” Esta aclaración es esencial para entender que las críticas dirigidas a las políticas del Estado de Israel no equivalen automáticamente a actitudes antisemitas.
CRITICAR A ISRAEL NO ES ANTISEMITISMO
Quienes mancillan la memoria de los 6 millones de judíos víctimas de Hitler son aquellos que los utilizan para justificar la política y la estrategia militar israelí. Esta es una declaración fuerte y necesaria lanzada en X por el excorresponsal de guerra Carlos Hernández. Cada individuo tienen el derecho de tener opiniones informadas sobre situaciones geopolíticas sin ser etiquetados injustamente.
Debemos ser muy claros: el debate siempre debe centrarse en acciones específicas y políticas, no en identidades religiosas o étnicas. Al confundir estos dos conceptos, corremos el riesgo de mancillar la memoria de aquellos que sufrieron durante el Holocausto. Es imperativo que recordemos el Holocausto no como una herramienta política, sino como una advertencia constante de los horrores que el odio sin razón puede infligir. Y, para hacer justicia a ese recuerdo, debemos asegurarnos de que nuestras críticas y debates estén basados en hechos y acciones, no en prejuicios o estigmas.
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