Los titulares nos despiertan todos los días con nuevas víctimas del terrorismo machista. Ya no nos callamos más
El machismo mata. Eso lo tiene (casi) todo el mundo claro. Pero este mes de junio está siendo especialmente terrorífico. Tal vez es porque se ha acabado el estado de alarma, y los hombres tienen miedo de que sus parejas o ex parejas se sientan libres para denunciar y así huir de su agresor. Tal vez porque el discurso de ciertos grupos políticos alimenta y legitima ese odio, dándoles un motivo para demostrar que siguen siendo el género dominante y dejar claro que no quieren que el status quo cambie.
Puede haber muchos motivos. Pero el resultado sigue siendo el mismo.
Los titulares nos despiertan todos los días con nuevas víctimas del terrorismo machista.
Descuartizada niña de 17 años.
Encontrada muerta pequeña de 6 años en el fondo del mar.
Hospitalizada grave una señora de 80 años por agresión con un martillo.
Encontrado en un pozo el cuerpo de una joven desaparecida en 2019.
Asesinada una periodista de 35 años por atropello de su pareja.
Hallado el cadáver de una mujer asesinada de 55 años.
A veces es asesinato a la propia mujer. Otras, violencia vicaria, para matar a la mujer en vida.
Los ayuntamientos llevan a cabo minutos de silencio y días de luto; los políticos condenan los sucesos. Pero sigue pasando. Y el problema no es que las penas sean demasiado blandas. Sino que la educación en valores de igualdad es pobre y escasa.Aunque ahora la cosa está cambiando, mucha gente sigue pensando que la violencia de género se reduce a la agresión física. Que sólo la presencia de moretones, cortes, heridas, demuestran una relación de maltrato. El humillar a tu pareja, dejarla sin dinero, impedir que aborte, cortar las relaciones con su familia y/o amistades, son otros tipos de violencia que se dan en muchas más ocasiones y que producen una mayor herida que cualquier golpe.
Y luego está la violencia vicaria. Es verdad; los hijos e hijas tienen una “conexión” mayor con la madre. Probablemente por los roles de género y reparto de tareas, en los que la mujer sigue llevando el peso del cuidado de los niños y los ancianos. Pero es una realidad que el vínculo madre-hijo es mucho más fuerte que el del padre. Las madres llegan a amar tanto a sus pequeños que estos se convierten en parte fundamental de ellas. En un trozo de su corazón y de su alma. Son su fortaleza y, a la vez, su mayor debilidad. Y esto el hombre lo sabe. Cuando un hombre machista quiere hacer daño a su pareja o ex pareja, se pregunta que opción provocará más sufrimiento a la víctima: matarla directamente, o matar a los hijos y así dejarla muerta en vida, para que pase el resto de sus días sin un trozo de su corazón y alma. Y ahí, da igual lo mucho que el padre quiera a sus hijos; es mayor el deseo de dañar lo máximo posible a la mujer. De castigarla y de, aunque vaya a la cárcel, saber que ella, en cierto modo, ha muerto, y que su condena es no volver a ver reír a sus pequeños.
La gente intenta justificar esas acciones diciendo que son enfermos mentales. El problema es que no es una enfermedad. Es una estructura de poder que da alas al machismo para seguir haciendo de las suyas. No son enfermos, son hijos sanos del patriarcado.
Amanecer cada día con la noticia de otra mujer muerta dan ganas de no volver a salir de la cama. Por miedo. Por cansancio. Por rabia y frustración. Pero no podemos quedarnos quietas. Y no podemos limitarnos a podar ramas podridas, porque el problema reside en la raíz. Necesitamos arrancar el árbol y plantar nuevas semillas.
Por Anna y Olivia, niñas que tenían una vida enorme por delante. Y por Beatriz, que es ahora una madre sin hijas. Por Rocío Caiz y por su bebé, que ahora queda huérfano con sólo cuatro meses. Por Alicia. Por Katherine. Por Elena.
Por todas esas mujeres sin nombre que siguen librando sólas una batalla que necesita de todas las manos posibles.
Por las 1099 mujeres asesinadas desde 2003.
Ya no nos callamos más. Estamos en pie de guerra.
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