¿Cuántas líneas rojas más permitiremos que crucen antes de darnos cuenta de que estamos normalizando la violencia?
Lo que vimos en Paiporta no fue una simple protesta. La indignación se abrió paso ante la deficiente gestión, el pueblo sufre y lo manifestó, pero siempre atenta, la ultraderecha se infiltró entre la gente decente. Lo hizo cruzando una línea roja. Lo que empezó como abucheos y barro terminó con Sánchez siendo golpeado con un palo y con Mazón fuer de la ecuación.
Grupos como Revuelta, la filial juvenil de Vox; Desokupa; España 2000 y Núcleo Nacional se desplegaron en Paiporta para sembrar el caos. Pseudoperiodistas como Javier Negre y Alvise Pérez alentaron el clima de confrontación con mensajes incendiarios. Y mientras tanto, en Telegram, agitadores como Pilar Baselga lanzaban a sus huestes.
Un manifestante con una camiseta de la División Azul conversaba con el rey Felipe VI mientras, a su alrededor, se alzaban gritos de “asesinos” y se lanzaban objetos.
Este no es un simple incidente, es un llamado de atención. La ultraderecha está infiltrada, legitimando la violencia y usando el dolor de la tragedia de la DANA como trampolín para avanzar su agenda. Y cuando el sindicato de Vox ofrece servicios jurídicos para los que atacaron, queda claro: están preparados para proteger a los suyos y escalar el conflicto.
La pregunta es: ¿cuántas líneas rojas más permitiremos que crucen antes de darnos cuenta de que estamos normalizando la violencia? La democracia no se erosiona de golpe, se va desangrando, y cada acto de violencia que aplaudimos o ignoramos es un paso más hacia el abismo.
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