Victoriano Izquierdo / Unsplash
Seguro que en más de una ocasión ha dicho o ha escuchado alguno de estos comentarios: “Es que los andaluces se comen letras y no se les entiende”, “los madrileños y manchegos dicen todo el rato ej que”, “los asturianos y los gallegos solo hablan en pasado: acabé, comí”, “los castellanos dicen ‘el suelo le limpia todos los días porque la gusta tener la casa reluciente’”, “los extremeños hablan mal: ‘Las llaves las quedé en casa, el coche lo entro en el garaje’”, etc.
Estos comentarios recogen rasgos lingüísticos de algunas variedades del español de España, generalmente los más llamativos si los comparamos con las características del español estándar, pero están cargados de prejuicios que estigmatizan a los hablantes de esas variedades. También en Hispanoamérica se pueden escuchar comentarios similares sobre algunas de sus propias variedades de español. Los prejuicios lingüísticos existen a ambos lados del Atlántico.
Aquí en España está muy arraigada la falsa creencia de que solo “habla bien” quien emplea el español estándar. Luego cualquiera que utilice su variedad local “habla mal”.
Por eso la mayoría de las personas se siente insegura a la hora de exponer o dar un discurso ante mucha gente y hace todo lo posible por borrar sus rasgos regionales y sustituirlos por otros con más prestigio que resulten menos marcados.
Esta actitud se fomenta en todos los ámbitos sociales, incluso el académico, y alimenta prejuicios lingüísticos que sostienen que existen variedades mejores que otras y discriminan a los hablantes que hacen uso de su variedad local. Científicamente todo esto es falso y la lingüística tiene argumentos suficientes para desmontar la creencia de que hablar bien es sinónimo de hablar la lengua estándar.
La lengua no existe sin el individuo
Todos los seres humanos (salvo aquellos con determinadas patologías) estamos dotados de una facultad lingüística que nos permite desarrollar una lengua de forma natural y espontánea durante los primeros años de nuestra vida, siempre que haya alguien en nuestro entorno que nos la transmita de forma oral o signada.
La lengua se desarrolla y va creciendo con nosotros como hacen los huesos, los ojos o el sistema motor: es algo innato. Igual que empezamos a caminar sin que nadie nos dé instrucciones precisas para hacerlo, comenzamos a hablar sin haber asistido a ninguna clase y sin que ningún adulto nos explique cómo.
La lengua no existe sin el individuo y eso hace que haya tantas como seres humanos: cada persona desarrolla su propia lengua, diferente del resto aunque parecida a la de su entorno. Por eso, entre los miembros de un grupo social encontramos semejanzas en la forma de hablar, lo que les permite sentirse parte de su comunidad y diferenciarse de otros.
Esos grupos pueden formarse como consecuencia de la proximidad geográfica. Se habla entonces de variedades geográficas o dialectos. El tamaño de estos dialectos depende de los criterios que utilicemos para identificarlos. Por ejemplo, hablamos del español de Andalucía, pero dentro de esa variedad hay muchas diferencias entre provincias, entre comarcas y entre localidades: todo depende del zoom que queramos aplicar.
El estándar es una variedad lingüística artificial
Hasta aquí todavía no he hablado del estándar. ¿Por qué? Pues porque el estándar no es algo natural, sino una variedad lingüística artificial que se elabora en las instituciones académicas ([la RAE–ASALE], en el caso del español) a partir de las lenguas individuales de las personas y de las características que comparten los distintos dialectos.
Precisamente por esto, el estándar no se puede adquirir de forma natural y espontánea, como los dialectos, sino que es necesario recibir formación específica, como la que se imparte en los niveles de enseñanza reglada de nuestro país. Necesitamos estudiar, aprender y practicar sus reglas.
Por lo tanto, una cosa es aprender y saber emplear correctamente el estándar –que solo se consigue con formación– y otra muy distinta es ser competente en la propia lengua materna y su variedad dialectal, que es algo que todos los hablantes “hacen bien” de manera natural.
Con los argumentos anteriores ya se habrá dado cuenta de que el estándar no existe sin los dialectos, y de que estos no existen al margen de los hablantes. Por lo tanto, el estándar se elabora a partir de lo que dicen los hablantes.
En el proceso de elaboración del estándar se seleccionan unos determinados rasgos lingüísticos que pueden ser los más frecuentes (aunque no siempre) o los más prestigiados entre la sociedad (por factores extralingüísticos). ¿Y lo que queda fuera del estándar? ¿Es menos lengua, peor, significa que se habla mal? No. La selección de rasgos que se incluyen en el estándar es algo arbitrario: hoy son unos pero mañana podrían ser otros. De hecho, el estándar cambia con el tiempo, las modas o los hábitos de los hablantes.
Si ha llegado hasta aquí ya sabrá que usted también habla un dialecto y que las connotaciones negativas del término no tienen ninguna base científica, sino que responden a prejuicios sociolingüísticos que entre todos hemos de erradicar para fomentar el respeto por la diversidad lingüística y la empatía con sus hablantes.
Rosabel San Segundo Cachero es investigadora del proyecto MOTIV (MICINN, PID2021-123302NB-I00) y colaboradora externa del Grupo Psylex (H-11-17R, Universidad de Zaragoza).
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