Trump, Musk, Bannon, Milei y Salvini se presentan como enemigos de la globalización, pero han construido su poder gracias a redes multinacionales de financiación y apoyo mediático.
El espejismo de una ultraderecha unificada se tambalea a medida que sus figuras más visibles intentan encajar su discurso en la realidad política. Mientras Santiago Abascal, Giorgia Meloni, Marine Le Pen y Javier Milei posan juntos para la foto con Donald Trump, sus diferencias se multiplican. Lo que parecía una alianza sólida es, en realidad, un laberinto de contradicciones que amenaza con resquebrajar su aparente fortaleza.
El primer gran punto de fricción es el alineamiento con Vladímir Putin. Trump, cuya estrategia de acercamiento al Kremlin es un hecho, pone en aprietos a sus aliados europeos. Vox, que desde 2019 ha intentado borrar su historial de simpatías con Putin, ahora se enfrenta al dilema de seguir la estela de Trump o mantener su discurso belicista en favor de Ucrania. Milei, quien hasta hace nada prometía apoyo incondicional a Volodímir Zelenski, ha dado un giro radical para alinearse con el expresidente estadounidense. La incoherencia se traduce en dimisiones y tensiones internas: en España, el exmilitar Agustín Rosety abandonó Vox por esta razón, y en Argentina las críticas desde el propio entorno libertario no se han hecho esperar.
Pero la contradicción más flagrante llega con la economía. La ultraderecha se ha vestido de defensora del libre comercio y enemiga de la intervención estatal, pero se desmorona cuando Trump anuncia aranceles que perjudican a las economías de sus supuestos aliados. El discurso de Vox, que presume de patriota y antiestatalista, tropieza cuando debe defender una economía abierta mientras aplaude las medidas proteccionistas del magnate estadounidense. Abascal guarda silencio ante la guerra comercial que Trump prepara y que podría afectar a España. Mientras, Milei, que ha convertido la «justicia social» en su gran enemigo, se encuentra respaldando a una ultraderecha europea que presume de proteccionismo económico y defensa de los derechos laborales.
Un discurso atrapado entre el fascismo y la respetabilidad
La ultraderecha europea se esfuerza por alejarse de su pasado nazi-fascista, pero sus aliados globales dinamitan esta estrategia. Steve Bannon, aliado de Trump y arquitecto de la «internacional reaccionaria», realiza el saludo nazi en un acto público, obligando a Jordan Bardella, heredero de Marine Le Pen, a cancelar su participación. Elon Musk, convertido en ídolo de la derecha global, imita gestos de la Alemania nazi en redes sociales. Incluso Eduardo Verástegui, el referente ultra en México, se suma a la ola de guiños al nazismo.
Este coqueteo con el nazismo supone un problema incluso para Vox. A pesar de sus intentos de blanquear el franquismo, en 2019 se vio obligado a apartar a su candidato por Albacete tras unas declaraciones que minimizaban el Holocausto. La ultraderecha quiere reescribir la historia, pero los gestos de sus propios aliados la delatan.
El panorama se complica aún más con la impostura populista de esta élite política que se autodenomina «antisistema» mientras está financiada por los grandes conglomerados empresariales. Trump, Musk, Bannon, Milei y Salvini se presentan como enemigos de la globalización, pero han construido su poder gracias a redes multinacionales de financiación y apoyo mediático. La paradoja es evidente: una supuesta «internacional ultrapatriótica» que no puede ser coherente por definición.
El éxito los divide: cuando el poder obliga a elegir bando
El crecimiento electoral de estas fuerzas ha hecho que las contradicciones se multipliquen. Si durante su fase de oposición el discurso antiprogresista servía como pegamento, ahora que gobiernan en países clave como Italia y Argentina deben tomar decisiones que los distancian. Meloni, por ejemplo, mantiene su alineamiento con la OTAN y la UE, mientras Vox sigue buscando su lugar en una Europa que rechaza sus postulados radicales. La derecha radical se encuentra atrapada entre su retórica de oposición permanente y la realidad de la gestión política.
Y es que el problema no es solo ideológico, sino estructural. Mientras los laboratorios de ideas de la ultraderecha trabajan para dar coherencia a su discurso, la realidad política y económica expone sus hipocresías. Pueden disfrazarlas con gestos grandilocuentes y discursos huecos, pero tarde o temprano, las contradicciones explotan.
El trumpismo ha sido el pegamento de la extrema derecha global, pero también su mayor amenaza. Porque si algo ha demostrado la historia es que, cuando se trata de nacionalismos excluyentes, la lealtad nunca es incondicional. Hoy comparten foto; mañana, pelearán por los restos del botín.
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