21 Dic 2024

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Todas estábamos en el juicio con Gisèle
DERECHOS Y LIBERTADES, DESTACADA

Todas estábamos en el juicio con Gisèle 

Gisèle lo dejó claro: “Sin el respaldo de quienes me acompañaron cada día, no habría tenido la fuerza para volver al tribunal”.

Cada dos minutos, una mujer es violada en Francia. Sin embargo, solo el 6% denuncia y apenas el 0,6% de los casos termina en condena, según el Observatorio Nacional de Violencia contra las Mujeres. Estas cifras son brutales, pero es el relato detrás de ellas lo que impulsa cambios. La historia de Gisèle Pelicot, de 72 años, es un símbolo de resistencia y de una vergüenza que, finalmente, apunta hacia donde siempre debió: los agresores.

Gisèle no ocultó su rostro ni su nombre. Su decisión de enfrentar a su exmarido y a otros 50 hombres, que la violaron tras administrarle somníferos, abrió un debate necesario en una sociedad que aún estigmatiza a las víctimas. “Quiero que la vergüenza cambie de bando”, dijo Pelicot durante el juicio, evocando a Gisèle Halimi, abogada que marcó un antes y un después en los años 70 al visibilizar la violencia sexual como un problema estructural.

La Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de España, de 2019, también refleja esta realidad: el 37,3% de las mujeres no denuncian por vergüenza. Gisèle desafió ese estigma y lo hizo con la cabeza alta. Pero su valentía no puede convertirse en una exigencia generalizada. No todas las mujeres pueden, quieren o deben pasar por un proceso que, como ella misma admitió, es una “prueba muy difícil”.

“Pienso en las víctimas no reconocidas, compartimos la misma lucha”, afirmó tras la sentencia. Sus palabras resuenan como un llamado a visibilizar a quienes no logran denunciar, a quienes son reducidas a cifras o permanecen en la sombra.

EL PODER DE LA COLECTIVIDAD

La imagen de Gisèle saliendo del tribunal de Aviñón rodeada de mujeres es un testimonio del poder colectivo en la lucha contra la violencia machista. Contar, denunciar y afrontar un juicio no es solo un acto individual, sino un esfuerzo que requiere redes de apoyo. Gisèle lo dejó claro: “Sin el respaldo de quienes me acompañaron cada día, no habría tenido la fuerza para volver al tribunal”.

Su historia trasciende lo personal. Representa una exigencia para que Francia revise sus políticas, actualice sus recursos de atención y rompa con los prejuicios que todavía condicionan cómo se entienden y tratan las violencias sexuales. La sentencia contra Dominique Pelicot y los demás agresores no es solo una victoria judicial, sino una llamada de atención a un sistema que sigue fallando a miles de mujeres.

Gisèle no llegó al tribunal sola. Está allí porque muchas otras han construido el camino antes que ella: desde Gisèle Halimi hasta el colectivo Lastesis con su emblemático “El violador eres tú”, pasando por movimientos como Ni una menos en Argentina o las protestas feministas en México. Llegó por las víctimas de ‘la manada’, por las huelgas feministas y por las voces que, en barrios, asambleas y plataformas, siguen insistiendo en que basta de tolerar lo intolerable.

Francia, como tantos otros países, tiene una deuda pendiente con las mujeres. Y aunque el caso de Gisèle Pelicot ya es historia, su lucha no ha hecho más que empezar.

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