Por Iván Igea Durán – Muévete a tu bola Podcast
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“Sufres un trastorno generalizado de ansiedad con fases de depresión que te ha acompañado desde la infancia, provocado por un TDAH no diagnosticado”.
Cuando me hablo así el psiquiatra hace un año, en abril de 2023, a mis 43 años, lo primero que pensé fue: “pero si yo estoy bien”. Yo solo había llamado a mi médico de cabecera para que valorara si mi insomnio crónico y mis despistes recurrentes podían tener que ver con el TDAH. Entonces me derivó al psiquiatra ya que eso se diagnostica con diferentes pruebas. Pero yo estaba bien. Algo más nervioso e irascible de lo habitual, pero bien. No como para tener que ir a un psiquiatra, eso es para personas que están muy mal, pensaba yo.
Yo imaginaba que ir al psiquiatra eran palabras mayores. Ir al psicólogo o a un coach si lo consideraba como un hábito que deberíamos tener todos y que no necesariamente tenía que ser para solucionar problemas, sino incluso para potenciar fortalezas, establecer objetivos, positivizar tus pensamientos; pero el psiquiatra lo veía para personas que están con depresiones profundas, que lo ven todo negro, para los pesimistas o misántropos crónicos incapaces de ver el lado bueno de la vida (ya no se decir esto sin imaginarme la última escena de La Vida de Brian con todos los crucificados cantando y silbando felizmente). Vamos, para personas con patologías extremas, pensaba yo.
Pero yo no consideraba que el psiquiatra fuera para mí, venga por favor, con lo positivo que yo soy, con todos los resortes mentales que he ido adquiriendo a lo largo de mis años en el deporte como entrenador en los que era yo el que motivaba a los demás a no rendirse nunca y superarse día a día ¡Yo le podía dar clases de resiliencia a Pedro Sánchez! ¿Cómo iba yo a necesitar ir al psiquiatra?… Es verdad que desde la pandemia me sentía bajito de ánimo, pero nada que requiriese ayuda profesional, pensaba yo.
Era absolutamente incapaz de estar concentrado más de cinco minutos sin que mi mente me previniera de que tenía muchos asuntos pendientes que atender y que como podía estar perdiendo el tiempo
Bueno, quizás estaba un poco estresado por la crianza, pero quien no lo está hoy en día teniendo que compaginar trabajo, extraescolares, baños, cenas, deberes… quizás estaba más irascible de lo habitual y daba gritos que nunca había dado. Pero tampoco le vamos a llamar a eso un trastorno psicológico ¿no? ¿o sí? También notaba que mi hábito de dormir poco (ya desde los 13 años me daban la tres de la madrugada sin poder conciliar el sueño) se estaba tornando últimamente en noches y noches de maratones de series de Netflix, o deslizando el dedo por el time line de Twitter, u obsesionado con las estadísticas de ese juego de fútbol, o jugando partidas rápidas de ajedrez. También era cierto que hacía cuatro años que no conseguía empezar un libro (ya no te digo terminármelo) porque era absolutamente incapaz de estar concentrado más de cinco minutos sin que mi mente me previniera de que tenía muchos asuntos pendientes que atender y que como podía estar perdiendo el tiempo en eso cuanto había cosas más importantes; aunque en ese momento no fueran horas de hacer esa llamada, o faltaran días, semanas o meses para tener que afrontar la situación en cuestión que me impedía mantener la mente presente en la lectura en ese momento. Pero eso era solo un mal hábito que tenía, pensaba yo.
“Macho, concéntrate”, “Tú tienes muchos despistes ¿no?”, “Tienes muchos pájaros en la cabeza”, “Este chico es muy amable, pero que desastre”, me decían jefas y jefes en mis trabajos. Desde que terminé mis estudios de Técnico Superior de Educación Física, después cinco años de travesía por el desierto en el instituto donde repetí hasta cuatro veces, me “invitaron” a cambiar de centro escolar y me quedó claro que la universidad era una meta para la que mi mente no estaba capacitada, comencé mi trayecto en el mundo laboral aun sin poder quitarme el estigma de “fracasado escolar” que me habían grabado a fuego en la frente. En veinte años trabajando no he estado ni un solo día en paro, siempre con una actitud voluntariosa y positiva, que me ha abierto puertas que no me podía imaginar cuando deambulaba por los suburbios del sistema educativo, pero sin ser capaz de corregir mis conductas erráticas que hacía que me calificaran de tipo desastroso al que no se le podían encomendar grandes responsabilidades, a pesar de mis grandes esfuerzos mentales por cambiar de dinámica y arrancarme esa etiqueta. Durante épocas concretas lo lograba, y eso me permitía avanzar algunos pasos, pero una vez al año caía en una fase de saturación mental que me hacían desandar muchos de los pasos avanzados. “Es cansancio, no estrés. Mi mente puede con esto y más, aunque la gente me subestime”, pensaba yo.
Estaba claro, según el sistema educativo, que lo mío era un problema de actitud y no de aptitud. Los test de cociente intelectual así lo determinaban. Estaba en la media. Pero mi rendimiento estaba muy por debajo de la media. “Es muy vaguete”, “Tiene capacidad pero hay que estar encima de él”, “se distrae con facilidad”, eran las notas que aparecían en mis boletines de notas desde preescolar hasta finales de la E.G.B. que mi madre guardaba cuidadosamente hasta el día que se los pedí para acudir a i primera cita con el psiquiatra. El sistema escolar, hasta lo que yo he conocido y salvando honrosas excepciones, tiene mucha más facilidad para definirte que para reconducirte. A un chaval que le han quedado siete no le hace falta que le digas que tiene un problema, ya lo sabe, lo que necesita saber es como salir de ese bucle.
Decirle que tiene que estar más concentrado y que se tiene que esforzar más es como cuando Woody Allen tiene un ataque de ansiedad en una película y le dicen que se tranquilice y responde “Yo me estoy ahogando y tú me estas describiendo el agua”. El sistema educativo no está para enseñarte a nadar y menos para lanzarte un salvavidas. Te dicen que te lances a la piscina y que hay que hacer diez largos a braza, diez a crol, diez de espalda y dos buceando. Al curso siguiente serán doce, después catorce y así hasta que consigas un título que te permitirá remar en una galera de por vida. Si remas bien pasaras a tocar los tambores que marquen el ritmo del que rema y si lo haces muy bien serás el que des los latigazos. Nunca te van a preparar para que seas el Capitán del barco, a esas élites por lo general les regalan el máster, y mucho menos serás el dueño del barco, por mucho que el que da los latigazos piense que lo va a heredar. Pero si eres uno de los cien que esta remando, el sistema te va a dejar claro que si alguna vez quieres pasar a tocar el tambor jamás deberás mostrar debilidad física, pero mucho menos mental. Nada de decir que mover un remo adelante y atrás semana tras semana, mes a mes, año a año, te está volviendo loco, que te dirán que hay millones de personas que ansían coger ese remo y a ti te lanzarán por la borda para que vayas nadando, y menos aún cuestiones el rumbo del barco, que tú estás aquí para remar.
Nadie es perfecto ni plenamente feliz, por mucho que en las redes sociales pretendamos demostrar lo contrario.
Nadie está preparado para asumir que la vida es esto. Solo un fuerte ejercicio de estoicismo (en el sentido menos romántico del término) te hará subirte a la rueda de hámster cada día a producir durante ocho horas y obtener una propina a final de mes que te haga subsistir mientras haces encaje de bolillos dentro de tus obligaciones para cultivar tus aficiones, realizar tus sueños o disfrutar de la familia y los amigos. No debo estar muy equivocado en mi crítica cuando un 25% de los españoles con edades comprendidas entre los 15 y los 64 años consumen ansiolíticos. Somos el país del mundo que encabeza ese ranking. El mundo laboral se ha informatizado y mecanizado haciendo que los procesos sean cien veces mas rápidos y productivos, pero los empresarios se siguen llevando las manos a la cabeza si se propone trabajar media hora menos al día. Pero es sistema, por mediación de los crypto bros, te seguirán diciendo que eres un vago si no emprendes como Amancio ni te levantas a las cinco de la mañana para hacer burpees. A estos tiburones puede que les pase como a Marie Kondo, la gurú del orden, que después de evangelizar al mundo con sus técnicas para tener la casa mas limpia que un quirófano, admitió con la llegada de su tercer hijo que ya no puede seguir su método. Al menos hay que aplaudirle su sinceridad, porque esa aspiración constante de éxito, poder, dinero, control, belleza que nos venden los medios y las redes es sin duda una de las principales fuentes de estrés, ansiedad y falta de autoestima a la que nos enfrentamos. Nadie es perfecto ni plenamente feliz, por mucho que en las redes sociales pretendamos demostrar lo contrario.
Este afán de mostrar siempre nuestra mejor cara no es necesariamente por ansia de presumir. Tiene más que ver con la constatación de que en nuestras relaciones sociales del día a día a poca gente le importamos realmente y que por lo tanto ¿para que les vamos a contar nuestras penas? Haced la prueba. Cuando mañana os crucéis con algún compañero de trabajo tomando el café y os diga “Buenos días ¿Qué tal estas?”, prueba a decirle “Pues mira, me siento vacío porque no consigo ver a mis amigos todo lo que me gustaría, con mi pareja no recupero la chispa después de tantos años de relación y el estrés de la crianza no ayuda, y encima este trabajo me parece alienante y repetitivo, no aporta nada positivo a la sociedad y estoy entregando lo mejor de mi mismo al enriquecimiento de unos accionistas que de aquí a unos años nos despedirán sin escrúpulos si reducimos el margen de beneficios”. La primera reacción será mirarte con cara de “Yo solo quería ser educado y este pirado me está contando su vida”, y lo mas seguro es que a continuación termines ingresado en la planta de salud mental. Así que al final harás lo que hacemos todos por convencionalismo social, dirás “Muy bien, menudo partidazo el Madrid ayer en Champions. Si no se tuerce mucho esta temporada ganamos la decimoquinta”.
Puedes haber ganado la lotería y encontrarte trabajando en una empresa en la que tus responsables directos lleven la empatía de serie y hayan sabido percibir cual es la causa de tu cambio de conducta y estén dispuestos a darte el tiempo y la ayuda que requieras para remontar el vuelo (como es mi caso), o puede que tengas que irte al médico a pedirte la baja por depresión y que a tu regreso te estén esperando en tu empresa con la carta de despido, como es más habitual. Pero finalmente todo queda a expensas de la buena voluntad de las personas con las que te haya tocado coincidir por el camino. El sistema no está preparado (ni tiene interés) en reconducir la vida de ese 25% de españoles que consumen ansiolíticos y puedan sustituir las pastillas por un modo de vida más amable y más acorde con las aspiraciones intelectuales, culturales o emocionales de los seres humanos. Pero estamos hablando de uno de cada cuatro adultos en edad de trabajar. Es decir, si en tu oficina tienes veinte compañeras y compañeres, estadísticamente cinco están medicados para poder soportar el ritmo de vida que les impone el sistema. Cinco personas que seguramente saben que la solución real es bajar el ritmo, pero para poder seguir en el juego no puedes renunciar ni a un euro ya que todos llegamos con la lengua fuera a fin de mes. Y antes que “drogarse” preferirían ponerse en manos de un especialista, pero en la sanidad pública te dan cita para dentro de un año y un día a la semana de psicólogo privado son 70€ por sesión, 280€ al mes. Si tienes que elegir entre gastar el dinero en la academia de inglés de tus hijos o en tu propia salud mental, está claro que apostarás por tus hijos y para ti será la caja de Lormetazepan que cuesta 1€ con receta en farmacias y tienes para dormir todo el mes.
Por 1€ al mes puede tener el sistema público de salud “tranquilos” a diez millones de españolas y españoles que, de no ser por la medicación, estallarían por alguna parte. En el caso de no saber o no poder verbalizarlo podrían llegar al extremo del suicidio. En España hay una tasa de 8,85 suicidios por 100.000. Mas de 4.000 muertes al año a causa de los suicidios (el triple que por accidentes de tráfico) y creciendo a un ritmo del 5% al año. En los medios de comunicación es un anatema, ahí solo les preocupa que la cultura del terror siga creciendo y que no duermas pensando que te van a ocupar la casa, cuando estadísticamente es más posible que te desahucien, o que los terroristas de ETA o los yihadistas están planeando dar un nuevo golpe y que tenemos que desconfiar todos de todos. Lo único que demuestran las cifras es que el mayor riesgo de muerte es seguir el ritmo de vida y los objetivos que te propone el sistema capitalista, que nos condena a la precariedad, a la competencia con nuestros semejantes y a la insatisfacción permanente al obligarnos a compararnos permanentemente.
No pienses que lo tuyo no es para tanto o que hay gente peor. Una vez que la línea se desvía, seguirá alejándose de tu punto óptimo de bienestar y cuanto más tiempo tardes en reconducirla más lejos estarás de la solución.
Ayer, 9 de abril de 2024, el Estado Islámico había amenazado con atentar en los Estadios dende se juegan los cuartos de final de la Champions League, el Santiago Bernabéu y el Metropolitano entre ellos, y en las televisiones la noticia abrió telediarios y llenó horas de tertulias. Si anoche un lobo solitario hubiera asesinado con un machete a un ciudadano inocente, hoy mismo el Gobierno podría justificar incrementar su presupuesto en defensa y la compra de más armamento. Sin embargo, ayer 9 de abril de 2024, por estadística, 11 personas se habrán suicidado en España ¿A que espera el Gobierno en decretar el nivel de alerta 5 contra el suicidio? Probar a pedir cita en el psiquiatra, tendréis surte si os dan cita antes de medio año. A mi me vieron por primera vez en abril de 2023 y la revisión que estaba prevista para julio de 2023 me la aplazaron hasta cuatro veces hasta que me han vuelto a ver en abril de 2024. Lo mío no es un caso grave, que quede claro. Pero cuantos casos leves habrá que después de años y años de falta de diagnóstico o tratamiento terminan por tornarse en trastornos de difícil solución o irreversibles.
Repito que mi caso no es grave, conozco casos muy cercanos de depresión más prolongados y con más razones para sentirse abatidos. Pero otra de las características de los trastornos de salud mental es que no deben compararse. Si tú te has torcido un tobillo y otra persona se ha roto una pierna, evidentemente está peor el que tiene que esperar meses a que su hueso suelde y la rehabilitación de su musculatura llevará más tiempo. Pero tú tendrás derecho a cojear si te duele el tobillo, y si quieres que la recuperación del esguince sea óptima, te convendría aplicarte antinflamatorios, analgésicos y ponerte en manos de un fisioterapeuta hará que todo vaya más rápido y, sobre todo, tengas menos riesgo de recaer. No hay que comparar la gravedad de los trastornos. Si sientes que no estas al cien por cien, si sientes que no eres feliz, si sientes que hace tiempo que no eres tú mismo, si te cuesta dormir, si te cuesta despertarte, si los pensamientos negativos tienen secuestrada tu mente, si tienes ataques de ira… Si estas situaciones no son producto de un mal día o de una mala época y tú mismo sientes, o tu entorno te hace ver, que hace meses o años que no eres tu mismo, decídete a hablar de ello y poner remedio. No pienses que lo tuyo no es para tanto o que hay gente peor. Una vez que la línea se desvía, seguirá alejándose de tu punto óptimo de bienestar y cuanto más tiempo tardes en reconducirla más lejos estarás de la solución.
El hecho de que concluya que el sistema es el problema y que sea capaz de enumerar las causas, no significa que sea inmune a su poder para influir en mi mente. Tampoco voy a caer en el tópico reciente de que “somos la generación que peor vive, con más presión y menos libertad de la historia”. No me cambio por mi abuelo que tuvo que irse a las trincheras con dieciséis años y murió a los noventa y cuatro con metralla en la pierna y sin haber superado el trauma de la guerra. Tampoco lo tuvo mas fácil la generación de mis padres, a los que frecuentemente les obligaban a dejar los estudios para ponerse a trabajar apenas cumplida la mayoría de edad. Esa generación tuvo que vivir también la epidemia de las drogas. Crecí en un barrio al sur de Madrid, y en el parquecito que había a cincuenta metros de mi colegio era frecuente encontrarse jeringuillas de haberse pinchado heroína, o a un grupo de borrachos que a las dos de la tarde terminaban estampándose la litrona en la cabeza en plena discusión dejando un charco de sangre en el suelo a escasos metros de los columpios donde jugábamos. Y qué decir de la cantidad de amigos de mis padres o familiares que murieron por causa del SIDA o del alcoholismo. El aumento de consumo de ansiolíticos no es un indicador de que en nuestra generación pasemos por mas trastornos de salud mental, simplemente indica que en lugar de recurrir a drogas duras para poder afrontar el vacío existencial, los problemas cotidianos o las insatisfacciones, recurrimos a profesionales que identifican el origen del problema e inician un tratamiento que, en el mejor de los casos, tiene un inicio y un fin. Es preferible ese camino a la negación.
Incluso en los entornos progresistas y de izquierdas había una presión que subyacía contra la visibilización de las emociones entre los hombres.
En ese aspecto el feminismo nos ha hecho mucho bien a los hombres. Las masculinidades tóxicas son un peligro para las mujeres, pero también para los que no nos reflejamos en el estereotipo del macho ibérico. Yo sería más bien el “hombre blandengue” al que detestaba el Fary. Pero hasta que, gracias al feminismo, no ha caído ese prototipo de hombre viril, agresivo, imperturbable y frío, incluso en los entornos progresistas y de izquierdas había una presión que subyacía contra la visibilización de las emociones entre los hombres. Era algo cultural que se asociaba al rol masculino desde la más tierna infancia. Incluso hoy en día, entrenando a niños de ocho años, escucho a otros entrenadores decirle a un jugador que ha recibido una patada y llora en el suelo “vamos, levántate, que los hombres no lloran”. Que tú eduques a un niño en el paradigma de que los hombres no muestran sus emociones, no significa que le estés ayudando a superar sus problemas en el futuro. Simplemente le estas transmitiendo que hablar de ello te hace débil, y nadie se quiere percibir como alguien débil. Así que cuando tenga treinta años y comience a tener problemas con el trabajo, con la pareja o con los niños, lo mas probable es que en lugar de recurrir a un psicólogo, un coach o un psiquiatra, se vaya al bar a desayunar a las nueve de la mañana y después del café y la tostada, se tome tres chupitos de orujo de hierbas ¿Creéis que exagero? Probar a ir al bar de la esquina de vuestra calle entre las nueve y las diez de la mañana y decirme cuantos hombres de pelo en pecho veis tomando cubatas a esa hora. No les critico, son igualmente víctimas del sistema auto medicándose.
En octubre de 2020, cuando yo ni siquiera podía atisbar que mi bajo estado de ánimo, mi insomnio, o mis cambios de carácter pudieran ser causa de una patología (simplemente pensaba que estaba algo tristón), inicié con el Abuelo Xabier en la sección Tándem Perfecto de podcast Muévete a tu Bola, un ciclo sobre la depresión en el deporte. En el inicio de ese ciclo quisimos dejar muy claro que ni Xabi ni yo éramos profesionales de la salud mental y que por lo tanto no íbamos a hacer juicios, ni a dar consejos, ni a explicar que debería hacer alguien para superar una depresión. Eso solo le corresponde hacerlo a los profesionales: psiquiatras y psicólogos. Incluso los coach titulados subrayan que no es su competencia diagnosticar o medicar a las personas con las que trabajan. Durante las tres secciones que hablamos de casos de depresión en el deporte, subrayamos que nuestro propósito era hacer una apología de la visibilización de la depresión, ya que en el deporte, como en el resto de los ámbitos de la vida, había un claro estigma contra la depresión, y reconocer que la estabas sufriendo podía ser sinónimo de debilidad e incapacidad para desarrollarte como profesional en el mundo del deporte. Más aun en el fútbol, que hasta hace muy poco, gracias al boom del fútbol femenino en España, era el coto del macho por excelencia ¡A ver quién era el guapo que decía que no iba a jugar los próximos dos partidos por ansiedad! Te mandaban a jugar la liga de Burkina Faso.
El primero que puso el foco sobre este asunto, como en otros muchos relacionados con la parte humana del deporte, fue el maestro Michael Robinson. En su programa de culto, Informe Robinson, habló del caso de Robert Enke. Este portero alemán que fue fichado por el F.C. Barcelona en el mejor momento de su carrera, pasó a un segundo plano por la falta de confianza de Louis van Gaal. Esto le hizo entrar en una espiral de desconfianza en si mismo que le llevó a cometer errores puntuales en partidos clave que no era capaz de superar. De vuelta a Alemania, a su equipo de origen, los estados de ansiedad durante la competición se continuaban reproduciendo y le hizo entrar en un estado de agorafobia que le impedía salid de su casa y ni siquiera levantar las persianas. A los 32 años se lanzó a las vías del tren, quitándose la vida.
Cuando el Abuelo Xabier y yo preparábamos el ciclo vimos que eran muchos los casos de depresión en el deporte que terminaban de manera dramática (Mirko Sarik, Justin Fashanu, Jesús Rollan…), pero también otros muchos que estuvieron al borde de caer en lo mas profundo de la depresión y que gracias a hablar de ello con su entorno y comenzar un tratamiento, pudieron revertir su estado psicológico y continuar con su carrera. Dos casos de tocar el infierno y posteriormente el cielo fueron Andres Iniesta, que después de un año sumido en la depresión por la muerte de su amigo Dani Jarque, consiguió llegar al mundial de 2010 en condiciones de jugar y dejar un gol para la historia, o el de Gero Rulli, portero que tuvo que dejar la Real Sociedad por problemas de ansiedad que le impedían rendir y estar concentrado en los partido y que tras su cambio al Villarreal, donde también comenzó como suplente, terminó la temporada siendo el héroe de la tanda de penaltis que le dio a su equipo la Europa League.
Son millones de personas quienes que tienen que afrontar su día a día de manera heroica sobreponiéndose a su incapacidad de percibir la realidad de forma nítida, ya que tienen la mente nublada por la ansiedad, la depresión o el agotamiento.
Ese es el objetivo con el que hacemos la sección de filosofía deportiva Xabier Rodríguez y yo, con la idea de buscar en ese espectáculo tan pervertido por los intereses económicos y del que se han apropiado ideológicamente las esferas más conservadoras y reaccionarias de la sociedad, ejemplos de ética, dignidad, superación y cooperación que puedan servir para inspirar a los seres humanos y transformar positivamente la sociedad. Ejemplos como Simone Biles, que renunció a participar en varias pruebas de las últimas olimpiadas por no estar psicológicamente al cien por cien. Fueron millones las voces que la criticaron por no saber soportar la presión de la alta competición, entre ellos el tenista Novan Djokovic que decía que el disfrutaba con la presión. La diferencia es que Biles se puede romper el cuello ejecutando un doble portal carpado por un fallo de una décima de segundo en la ejecución, y además pocos medios hablaron que el origen de la ansiedad de Biles era estar inmersa simultáneamente en unos Juegos Olímpicos y en la declaración en un juicio por ser víctima de abusos sexuales, al igual que decenas de sus compañeras, por parte del fisioterapeuta de la selección estadounidense. Lejos de criticar a Biles, habría que ponerle un monumento por ser capaz de hacer una simple voltereta habiendo tenido que vivir ese infierno.
Al igual que Biles, son millones de personas en España y el mundo entero, que tienen que afrontar su día a día de manera heroica sobreponiéndose a su incapacidad de percibir la realidad de forma nítida, ya que tienen la mente nublada por la ansiedad, la depresión o el agotamiento de un sistema que te marca un ritmo para el que no todos estamos preparados, y que no te permite levantar la mano y decir “Oye, no puedo. Necesito descansar”, porque la mentalidad de tiburón y este impostado espíritu de superación que te debe llevar a alcanzar tus sueños solo con imaginártelo, te condena a la frustración y al complejo de inferioridad.
Es urgente un cambio de conciencia universal, una redefinición de lo que significa éxito y felicidad. Para mí el éxito en este último año ha sido poder dormir seis horas al día después de treinta años de insomnio. Y la felicidad, saber que con todas las personas con las que me relaciono en mi vida, puedo hablar abiertamente de que he pasado una depresión y que estoy en proceso de superarla. Solo cuento esto por si a alguien le puede ayudar a no sentirse solo o incomprendido.
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