Entre las propiedades que la ciencia está desvelando en las hojas, tallos, raíces o frutos de las plantas cabe destacar las prometedoras aplicaciones biomédicas del chile (Capsicum annuum). Y, en especial, de una de sus variedades: el llamado chile de árbol, que se suele emplear como ingrediente de salsas en la cocina mexicana.
La clave se esconde en la capsaicina, la sustancia que otorga a este fruto su característico picor y que ha sido aprovechada desde hace siglos no solo por la gastronomía, sino también por la medicina tradicional como remedio para la tos, trastornos digestivos, etcétera.
Ahora, investigaciones recientes han encontrado que este compuesto tiene además un interesante efecto antimicrobiano.
La amenaza de los supermicrobios
De acuerdo a los datos reportados por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), se espera que en 2050 mueran cerca de 10 millones de personas debido a enfermedades causadas por microorganismos resistentes los medicamentos actuales.
De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) califica la resistencia antimicrobiana como una amenaza de salud pública que pone en riesgo a la humanidad. Especialmente preocupante es el aumento de las muertes entre los niños y adultos jóvenes infectados.
¿Y a qué se debe esta situación? Los tratamientos contra las enfermedades microbianas no están funcionando como deberían por el mal uso que se le da a los fármacos: la sobremedicación hace que las bacterias evolucionen y sobrevivan a la acción de los antibióticos y fungicidas.
Por eso muy importante desarrollar tecnologías avanzadas que nos permitan fabricar nuevas fórmulas con compuestos como la capsaicina, que desgraciadamente tampoco son inmunes a la extraordinaria capacidad de “evasión” de los microorganismos patógenos.
Y aquí entra en escena la nanotecnología, capaz de mejorar y aumentar el efecto antimicrobiano de los fármacos.
¿Qué es la nanotecnología?
Esta ciencia nueva se enfoca en estudiar manipular, modificar y controlar la materia que no podemos ver a simple vista. Hablamos de tamaños muy pequeños, del orden de milmillonésimas partes de metro.
Modificar la materia a esas escalas diminutas puede otorgarle nuevas y mejores propiedades. Así se crean, por ejemplo, cosméticos o materiales que absorben los contaminantes del medio ambiente y se produce energía mediante minúsculas celdas solares.
De sus aplicaciones para la salud se encarga la nanomedicina, gracias al desarrollo de herramientas y dispositivos con una alta precisión y eficacia. Los nanomateriales o nanopartículas (partículas que solo se pueden ver con microscopios muy potentes) se diseñan para dirigirse específicamente a las células cancerosas y destruirlas, sin dañar a las células sanas, o transportar medicamentos y liberarlos en donde se encuentra el problema.
Y también para abordar el asunto que nos ocupa: atacar a las bacterias y hongos hasta hasta evitar su crecimiento.
Nanomateriales en acción
En concreto, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) ha aprobado para el consumo humano el dióxido de titanio y el óxido de zinc (TiO₂ y ZnO, respectivamente). En tamaño macroscópico son materiales metálicos y muy brillantes, pero a escala nanométrica ofrecen el aspecto de un polvo blanco muy fino.
De acuerdo a un estudio que hemos publicado recientemente, ambos materiales unidos pueden atacar a las bacterias y hongos. Y lo que aún es mejor: se pueden combinar con compuestos que provienen de las plantas.
De esa manera, la unión de dióxido de titanio y el óxido de zinc podría ayudarnos a darle el empujón necesario a la capsaicina para amplificar sus capacidades antimicrobianas.
Aunque aún falta mucho por investigar, este hallazgo es un comienzo prometedor que abre un abanico de opciones para combatir a las enfermedades microbianas no solo con capsaicina, sino también con los compuestos extraídos de otras especies vegetales.
Yo Noé Rodríguez Barajas he recibido apoyo del gobierno por medio de una beca del CONACYT. El número de apoyo es el 748117.
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