Las protestas en Galiza obligaron a recortar la etapa y evidenciaron que la presencia del equipo israelí convierte la carrera en propaganda política.
GALIZA SE LEVANTA EN LA CARRETERA
Ayer, en las carreteras gallegas, la Vuelta a España tuvo que claudicar. La etapa que debía terminar en Castro de Herville concluyó ocho kilómetros antes por la magnitud de las protestas propalestinas. El recorrido se quebró no por el viento ni por la pendiente, sino por la resistencia popular contra el genocidio en Gaza y contra la normalización del equipo Israel-Premier Tech.
Árboles derribados para cortar el paso, pancartas atravesando la carretera, enfrentamientos con la policía y un grito unánime: Palestina libre. La organización de la Vuelta reconoció lo evidente al recortar la meta, consciente de que no se trataba de incidentes aislados. Ya se habían producido en Bilbao, y cada día Radio Vuelta es hackeada con la canción “Viva Palestina”. No son protestas dispersas: es una estrategia para impedir que la palabra Israel siga circulando como si fuera una marca deportiva y no un Estado acusado de genocidio.
Mientras tanto, la UCI se parapeta en tecnicismos. Israel tiene licencia, luego puede competir. El doble rasero salta a la vista: Rusia fue expulsada del movimiento olímpico tras invadir Ucrania; Israel, que bombardea hospitales y bloquea la entrada de comida en Gaza, sigue compitiendo.
EL SILENCIO CÓMPLICE DEL CICLISMO
En el pelotón reina la omertá. Los ciclistas que protestan por una rotonda mal señalizada callan cuando se trata de Palestina. Los directores de equipo rehúyen las preguntas, como si el genocidio no fuera asunto suyo. Solo voces aisladas, como la del mánager Joxean Matxin, reconocen que la situación es insostenible.
La organización de la Vuelta, que en privado ha pedido que el conjunto israelí se retire “por el bien común”, se estrella contra la negativa de la UCI. Y mientras tanto, Sylvan Adams —propietario del Israel-Premier Tech, millonario sionista y amigo personal de Netanyahu— se felicita de que su equipo luzca el nombre de Israel en cada puerto y en cada pancarta de meta.
El resultado es grotesco. Egan Bernal ganó la etapa, pero sin levantar los brazos, consciente de que la victoria quedó eclipsada por la revuelta en la carretera. Otros, como Romo, acabaron en el suelo tras un choque con un manifestante. Y todo el pelotón rueda con miedo a lo imprevisible: árboles cortados, carreteras bloqueadas, etapas suspendidas.
El ciclismo, que presume de disciplina, se ha convertido en un espectáculo precario, sostenido por la represión policial y por la indiferencia institucional. Y lo que debería ser deporte es hoy propaganda: la Vuelta no pedalea sobre asfalto, sino sobre los escombros de Gaza.
Lo ocurrido en Galiza demuestra que la Vuelta ya no puede seguir igual. O expulsa al equipo israelí o asume que su meta es blanquear un genocidio.
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