Mientras la mitad de la población española vive con la incertidumbre de si podrá seguir pagando su alquiler, los diputados especulan con viviendas y plazas de garaje.
La clase política española sigue acumulando patrimonio mientras buena parte de la población se enfrenta a la precariedad habitacional. Cuando el 82% de nuestros representantes en el Congreso es propietario de una o más viviendas, ¿cómo pueden entender el sufrimiento de quienes no pueden acceder a un alquiler digno? En un contexto en el que el derecho a la vivienda es uno de los problemas más graves del país, la desconexión entre los representantes y sus representados es cada vez más evidente.
LA GRAN BRECHA ENTRE QUIENES LEGISLAN Y QUIENES SUFREN
El panorama habitacional en el Congreso de los Diputados es desolador, no por su precariedad, sino por el enorme privilegio del que disfrutan la mayoría de sus señorías. 615 viviendas en total entre los 350 diputados, una cifra que contrasta brutalmente con la realidad de miles de familias que apenas llegan a fin de mes para cubrir el alquiler. Y, mientras tanto, los discursos vacíos sobre la “emergencia habitacional” siguen siendo moneda corriente en los pasillos del poder.
En lugar de proponer medidas radicales que limiten los alquileres y faciliten el acceso a una vivienda digna, las y los diputados parecen estar más preocupados por proteger sus propios intereses inmobiliarios. Cuatro de cada diez parlamentarios tienen más de una propiedad y uno de cada cinco declara ingresos por alquileres. ¿Cómo se puede esperar una política justa cuando quienes legislan se benefician del mismo sistema especulativo que mantiene a tantas personas fuera del mercado de la vivienda?
Es imposible no señalar la ironía: mientras el ciudadano medio lucha por pagar una hipoteca de 146.000 euros, la hipoteca media en el Congreso alcanza los 181.000 euros, una cifra que refleja los elevados patrimonios de aquellos que deberían estar defendiendo el interés público. Y esto sin contar los privilegios adicionales de los que gozan muchos de ellos: grandes fincas, solares, trasteros y hasta bosques en algunos casos.
¿Es esta la clase política que necesitamos para resolver la crisis habitacional? ¿De verdad podemos confiar en quienes acumulan propiedades y perciben rentas por alquiler para encontrar una solución al problema de la vivienda en este país? La respuesta parece clara: no.
HIPÓCRITAS CON PRIVILEGIOS: LA INMORALIDAD DE QUIENES NOS GOBIERNAN
Es indignante comprobar que entre las y los diputados, algunos se comportan como grandes tenedores de vivienda. El caso de la diputada María de las Mercedes Cantalapiedra, que posee 19 casas en Valladolid, es solo un ejemplo del descaro con el que una élite política acapara recursos mientras el resto del país sufre. Cantalapiedra no es una excepción, otros, como Mercè Perea del PSOE, poseen hasta 13 viviendas, muchas de ellas procedentes de donaciones.
Lo más preocupante es que estas personas, que se benefician directamente del sistema especulativo, son las mismas que votan sobre leyes que afectan al acceso a la vivienda. ¿Cómo podemos confiar en que legislen para proteger a los más vulnerables cuando ellas y ellos son los principales beneficiarios del mercado inmobiliario? Se hace evidente la existencia de un conflicto de intereses, que debilita la confianza de la ciudadanía en sus representantes.
Esta realidad refleja un problema estructural: la política en España está dominada por una clase privilegiada, ajena a las preocupaciones del ciudadano común. Mientras la mitad de la población española vive con la incertidumbre de si podrá seguir pagando su alquiler, los diputados especulan con viviendas y plazas de garaje. Así, vemos cómo un Congreso que debería estar del lado del pueblo se convierte en un club de propietarios e inversores.
¿Cuántas de estas personas saben realmente lo que es vivir al límite, con miedo a un desahucio o a una subida abusiva del alquiler? Muy pocas, por no decir ninguna. Y ese es el verdadero problema: la política de la vivienda en España está en manos de aquellos que se benefician del caos y la precariedad que sufren quienes no tienen otra opción que alquilar.
Esta brecha entre la clase política y la realidad social no es solo una cuestión de percepción, es una realidad tangible que se refleja en cada decisión legislativa que toman. Mientras las y los diputados protegen sus propiedades, miles de familias se ven forzadas a abandonar sus hogares, incapaces de seguir pagando las rentas disparadas por la especulación.
Las soluciones propuestas hasta ahora son insuficientes, y el motivo es claro: quienes legislan sobre la vivienda no tienen ningún interés en cambiar un sistema del que se benefician directamente.
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